¿Padre es cualquiera?

Aun recuerdo una curiosa reflexión de uno de mis profesores mientras cursaba el quinto año de mi Licenciatura en Psicología. Ella mencionó que a veces cuando vemos a niños haciendo “perretas” por algún juguete o comportándose inadecuadamente en lugares públicos, de inmediato los enjuiciamos. Los llamamos “malcriados” o “malagradecidos”.

Sin embargo, realmente no sabemos qué hay detrás de esos comportamientos. Una discapacidad física es más evidente, pero, ¿qué hay con respecto a las afectaciones psicológicas que sufren esos niños, sin que lo sepamos siquiera?

Unos niños aparentemente sanos y felices, pueden estar vivenciando una muerte de un familiar cercano, un divorcio en el que pierden a una de sus figuras de apego fundamentales, o tener uno o ambos padres que no cumplen su rol. No pensamos entonces, que tienen carencias afectivas.

Un niño con un problema en su vida, puede estar más mutilado por dentro que otro con alguna discapacidad física. Sus palabras me conmovieron.

Es muy cierto que en nuestra cultura, generalmente cuando los padres se divorcian, es la madre quien asume los cuidados del niño y el padre queda relegado a un segundo plano, tanto en sus derechos de inclusión en la vida de su hijo, como en sus deberes y funciones.

Incluso tenemos un dicho popular que refuerza esta postura: “Madre es solo una, padre es cualquiera”. Pero resulta que biológicamente hablando, padre también es solo uno, y aunque el hecho de procrear no convierta a una persona en padre, los niños siempre querrán saber su procedencia.

Conocer a su padre y tenerlo involucrado de forma activa en su vida es una parte importante en la formación del carácter, de la autoestima y de la identidad de los infantes.

Franz Kafka escribió en 1919, una carta a su padre en la que refleja esta idea. En el caso de Kafka, aunque no ocurre un abandono físico, se aprecia claramente uno emocional.

Este autor cuenta los maltratos recibidos por parte de su padre y cómo estos influyeron en la conformación de su identidad:

 “(…) aquello fue sólo un pequeño inicio, pero la sensación de nulidad que muchas veces se apodera de mí… se debe en mucho a tu influencia…” o “… en esos intentos concurrían todas las fuerzas positivas de que yo disponía, por otro lado concurrían también en ellos, con una especie de frenesí, todas las fuerzas negativas que he descrito como uno de los resultados de tu educación, o sea, la debilidad, la falta de confianza en mí mismo, el sentimiento de culpa(…)”

La importancia de la figura paterna

Un padre es una parte de sus hijos, ya sea positiva o negativa, una parte que le pertenece, aunque le sea negada. Existe un filme llamado “I am Sam” que cuenta la historia de un padre soltero con discapacidades intelectuales que se encarga de la crianza de su hija.

Cuando la niña alcanza una edad en la que el padre no es capaz de potenciar su educación, la escuela denuncia el hecho a las autoridades y se lleva a cabo una serie de juicios para quitarle la custodia de Lucy a Sam.

Durante una de las audiencias que se celebra, la Sra. Cassell, testigo de Sam, alega: “Si separan a Lucy de su padre, a ella le estarían quitando una parte enorme, y me preocupa que vaya a pasar el resto de su vida tratando de llenar ese vacío”.

Eso me hace cuestionar de nuevo ¿realmente existen personas que piensan que un padre puede ser cualquiera? A mi parecer, tomar el ejemplo de un niño que tiene un padre ausente y pensar que a ese niño no le falta nada, que está completamente sano, feliz, porque el padre es algo sustituible –“¿Para qué el niño necesita un padre, si fue la madre quien lo cargó nueve meses en su vientre y quien lo dio a luz? Lo que importa es la madre”–, es equivalente a quitarle su brazo derecho y creer que ese niño va a continuar siendo tan feliz como de costumbre –“¿Para qué necesita el brazo derecho si él es zurdo? El brazo que importa es el izquierdo”. Pero en ambos casos, el niño va a saber que le falta algo, que los niños nacen con dos brazos y con dos padres, no con uno y por tanto, va a sentir la carencia.

 Podría parecer un “reductio ad absurdum”, pero en mi opinión no lo es. Un niño sin un brazo puede llegar a conformarse una imagen y una conciencia de sí positivas, no sintiendo la ausencia del miembro; sin embargo, un niño sin un padre, reiterando lo que dijo la Sra. Cassell, probablemente pase toda su vida tratando de llenar ese vacío.

Me gustaría cerrar con una idea expuesta en la película “Tan fuerte, tan cerca”, que trata de un niño que luego de la muerte de su padre siente que la conexión que tenían se agota, por lo que emprende una búsqueda de un cerrojo, como parte de un juego que él y su padre habían creado.

Oscar, el niño, usa la metáfora: “Si el sol explotara, no te enterarías por 8 minutos, es el tiempo que tarda la luz en llegar a nosotros (…) había pasado un año desde la muerte de mi padre y podía sentir que mis 8 minutos con él se acababan (…) debía haber un cerrojo (…) lo encontraría porque así él lo quería, lo encontraría porque solo así podría extender mis 8 minutos con él”.

En resumen, la presencia activa de un buen padre en la crianza de los hijos es de vital importancia para un pleno desarrollo afectivo y psicológico de los mismos. Un padre, tanto o mejor que una madre puede dar apoyo, comprensión, seguridad. Por eso creo que los 8 minutos de Oscar deberían extenderse para todos los niños durante todo su desarrollo y crianza, a fin de que estos puedan sentirse amados incondicionalmente, seguros y felices.