Helen, licenciada en enfermería y coordinadora de esa especialidad en nuestra UCI/Covid, me reprende por no escribir sobre las enfermeras. Discrepo, dado que a lo largo de estos meses en varias ocasiones lo he hecho, mas acepto la crítica, pues ella, como la mayoría del personal donde ahora laboro, no ha leído muchos de los artículos anteriores a los que, muy amablemente, la revista Cubahora ha dado luz verde en su sitio web.
Soy y siempre seré un defensor férreo del invaluable y sacrificado trabajo de enfermeros y enfermeras. Por ello, no me resultó trivial investigar un poco sobre algunos cómos y porqués de mis camaradas de faena en este espacio del hospital “Victor Ramos Guardia”, de Huaraz, Áncash, Perú. Nada asoma en formato blanco y negro, y cada una de las hormigas laboriosas de la sala tiene su historia.
Cuando aparecieron los primeros casos de la pandemia por acá, resultó imprescindible un local para atenderlos; en Perú, como en el resto del planeta, nadie poseía experiencia ante el Sars-Cov-2.
Un pequeño grupo de cinco enfermeras, provenientes de distintas áreas del hospital, recibieron llamado para la tarea. Helen, Karin, Rosalía, Mary y Nely fueron las pioneras. Luego les siguieron Flor, Delcy, Jose y Yésica en ese intento de enfrentarse al “monstruo” invisible, a expensas de sus propias vidas.
Grupo de trabajo de la UCI/Covid (Foto: Mario Héctor Almeida Alfonso/ Cubahora)
Muchos las incitaron a que no lo hicieran ante el riesgo del contagio personal y el de sus familiares, el desconocimiento sobre la enfermedad, la falta de medios de salvaguarda e incluso el no saber aún cómo sería la remuneración. Y, sin embargo, ahí estaban ellas… prestas con un primer paciente grave en la misma sala de medicina.
Los equipos médicos necesarios para la atención del paciente crítico carecían de una logística acorde con la situación imperante. Las tomas de oxígeno flaqueaban, los cables en el piso dificultaban caminar, había hacinamiento y todo ello conspiraba a favor del cansancio durante las duras jornadas. Al inicio una enfermera para dos camas, para cuatro; luego dos para seis u ocho.
La licenciada Karin me comenta que parecían zombis. Al trabajo agotador se le sumaba la licencia por enfermedad de los compañeros. Ella y Helen enfermaron y estuvieron fuera alrededor de un mes. La primera fue asintomática pero la segunda presentó algunos síntomas leves de la enfermedad.
En los inicios, sus experiencias resultaron devastadoras: fallecían muchos pacientes sin apenas lograr hacer nada por ellos. Crudos los meses iniciales. Afortunadamente, eso cambió.
Con el paso de los días, se fueron sumando otras colegas. Enfermeras de la UCI tradicional pasaron a trabajar con los pacientes COVID, lo que alivió la carga de trabajo. También las condiciones de los espacios físicos mejoraron y a principios del mes de julio se efectuó el traslado definitivo a la actual sala.
De izquierda a derecha: Delcy, Flor y Karin (Foto: Mario Héctor Almeida Alfonso/ Cubahora)
Todo cambió para bien: se humanizaba el trabajo y se comenzaba también a ganar la batalla: las altas, en cuanto a cifras, superaban a los fallecidos. Si lo decimos de manera cursi: aparecía, por fin, una luz en el túnel.
Entonces… me disculpo. Debí haber comenzado las crónicas de Huaraz exaltando el altruismo de las personas sobre las que hoy –injustificable la demora– versan estas letras. He tenido la suerte de trabajar con muchas de ellas, con todas las guapas (en el sentido del español cubano más que del peninsular) que permanecen fieles a esta lucha.
A las pioneras, a las casi pioneras y a todas y todos los que hoy están en este servicio entregando su hacer: mis respetos. Ha sido un privilegio trabajar con ustedes; gracias por estar ahí para su pueblo.
Hace casi dos semanas, llegaba a la sala una paciente en precario estado de salud. Tal era su grado de complicación que, al pesarle a la cama donde sería atendida, presentó parada cardíaca.
Se comenzó la reanimación y todo fluyó perfectamente con la recuperación de sus funciones vitales. Hoy, 13 días después, se lograba sacar de la ventilación mecánica sin ninguna secuela perceptible. Este triunfo, como todos los pasados y por venir, se debe, en gran parte, a los cuidados del personal de enfermería.
Entrada a zona hospitalaria dedicada a la Covid-19 (Foto: Mario Héctor Almeida Alfonso/ Cubahora)
Continúan las altas médicas; las terapias salvan. Pero la atención secundaria estaría huérfana sin la primaria. Quien intente dividirlas estaría cometiendo craso error, dado que una no puede existir independiente de la otra. La batalla se gana arriba y abajo. Todos tienen sus roles y todos –perdonen esta necesidad de repetir el vocablo– son importantes.
Bajo esa premisa, un grupo de colegas de la atención primaria se desplazaró hacia la zona de Conchucos Norte. Este es un agreste territorio ancashino conformado por diversos valles que se ubican en la margen meridional de la Cordillera Blanca. En culle, significa (Kon) agua y (chuko) tierra o región, que en su conjunto sería tierra de agua.
Allí, durante 12 días, desarrollaron su labor los colaboradores cubanos junto a profesionales del Perú, poniendo en alto la medicina comunitaria. La prevención y promoción, así como el pesquisaje de pacientes sintomáticos o no, resultó el trabajo esencial en las comunidades pertenecientes a esta red de salud.
Los familiares de un paciente recuperado de la Covid-19, en una tarjeta de agradecimiento, concluían con una frase del padre de la medicina, Hipócrates, que resume toda la labor que hoy se realiza: “Donde hay amor por la medina hay amor por la humanidad”
Postal de agradecimiento al personal de salud cubano-peruano (Foto: Mario Héctor Almeida Alfonso)
Rachell
22/11/20 12:43
Es hermoso contar con médicos altruistas abnegados y altruistas que nunca olvidan su humanidad y brindan su apoyo a quien lo necesita. Gracias por su apoyo solidario hacia nuestro pais
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