Aunque sea lo que más disfruto de un diario o revista, no es mi costumbre practicar la crónica periodística, ni creo poseer las virtudes que ese género mayor requiere y se acumulan en colegas de varias generaciones.
Me molesta el tono meloso y de necrología que asumen algunos intentos que se imprimen, gozo cuando reflejan con palabras sencillas realidades comunes. Mientras más simples, más admiro el talento que las hizo públicas.
Hago excepción con los buenos cronistas de cualquier tiempo, privilegio para nosotros compartir patria con quien pudiera sumar a sus muchos méritos el calificativo de “Cronista mayor”, por una singular obra que atesora varios centenares (aún no se sabe el número exacto) de excelentes crónicas.
Muestras del género, cuyo contenido abarca lo humano y divino de su tiempo y de otras épocas por él estudiadas, escritas en varios idiomas, preferentemente castellano, francés e inglés.
Coincidimos con quienes piensan que nuestro José Martí y Pérez es, entre otros, el prototipo ideal del periodista que necesita este siglo XXI: ducho en todas las artes de la comunicación social, brioso jinete de lo rudimentario y lo moderno; atento a la noticia de cualquier índole sin discriminar donde se origine, utilizando fuentes propias o lejanas, interesado en sacar el conocimiento que le interesa trasmitir, sea para el progreso inmediato o la reflexión crítica.
Estas meditaciones vienen a propósito de las sesiones finales del esperado IX Congreso de la UPEC, cumbre de un extendido y democrático proceso participativo de colegas de todos los medios y territorios, que ya dio sus primeros frutos en la ponderación colectiva del periodismo que necesita la Revolución y el pueblo.
Autocríticas profundas, propuestas sensatas, preocupaciones económica legítimas, reconocimientos debidos, todo eso salió de cabezas lúcidas y militancias sinceras, no derivadas de pertenencias a una vanguardia política reconocida como autoridad suprema de la nación, sino de posturas patrióticas y corazones comprometidos cada día con su pueblo como honra mayor.
Acudo a un colega del NTV que reclamó para su medio la presencia de la noticia ausente, porque sin ella no existe periodismo, cuando él mismo es un ejemplo de cómo la vida cotidiana le regala al ojo agudo la historia que bien contada se convierte en una crónica. Me refiero al joven Yoel Carrero, talentoso y espigado reportero que rompe mitos de los modelos televisivos impuestos por las cadenas norteamericanas de televisión y el público reconoce por la audacia de los temas y los modos de narrar.
Sin salir de este medio, observé hace pocos días cómo un corresponsal de una provincia central convertía en reportaje ampliado el ir al encuentro del lector de una carta aparecida en el diario Granma el 5 de julio pasado, descubriendo que L. García Fernández es un profesional de porte y expresión adecuados, estimulado a criticar públicamente las indisciplinas sociales, censuradas a su alrededor antes de que Raúl hiciera una profunda reflexión y llamara a todo el pueblo a combatir el origen y persistencia de estas conductas ajenas a nuestra cultura y moral.
Acabo de leer en el sitio de Cubadebate un magnífico alegato sobre nuestro quehacer periodístico, escrito también por un joven, en el que revela cómo dos de las mejores crónicas del órgano oficial de nuestro Partido, casi con unas semanas de diferencia, reproducen sendos trabajos tomados de espacios digitales como La Pupila Insomne y otro blog personal.
El primero, investigación del doctor Néstor García Iturbide, desenmascara la táctica inmoral de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana con la negativa de visas a ciudadanos cubanos, y el segundo, del blog de la periodista Leydi Torres Arias, critica acerbamente el proceder autoritario y violador de las normas de una tripulación de ómnibus interprovinciales Astro.
Me bastan estos ejemplos bien calientes para concordar en uno de los aspectos centrales que debemos meditar, despojados de toda vanidad por la marca original del autor y medio donde se inserta originalmente el tema, para actuar como todo un sistema de influencias entre comunicadores y receptores, previa comprobación natural de la pureza del asunto.
Es así como interpreto, convertida en realidad, aquella aseveración de Fidel, cuando calificó a la prensa escrita como la artillería de la Revolución.
Nuestra prensa provincial (y también la llamada digital), se ha dicho, es fuente de innumerables trabajos periodísticos que merecen un lugar en los órganos nacionales de mayor tiraje, tal como allí aparecieron. La profusión de lauros que se llevan en las convocatorias de los Premios Nacionales de Periodismo así lo corrobora.
Mucho falta por hacer y descubrir como para cantar victorias antes de tiempo, el camino del periodismo revolucionario autóctono y socialista comenzó a empedrarse hace más de cinco décadas. Bastante ha avanzado, pese a perezas y críticas extrañas, pero todavía le falta para llegar a categoría de autopista internacional, si es que la sinceridad de algunos llegara a reconocerlo más allá de sustanciales diferencias conceptuales.
Recuerdo a contemporáneos y colegas de las más recientes promociones que nuestro cronista mayor siempre partía de la novedad como necesidad de comunicar y no para que sirviera de vidriera a sus cualidades literarias. No utilizó su pluma para fustigar en vano o apoyar causas innobles, ni mucho menos con el ánimo de reclamar otro privilegio que no fuese el de morir en su Patria de cara al sol.
Ese es el periodismo que tenemos y queremos, nunca de espaldas al pueblo, ni dócil a las tentaciones del mercado, con marcado interés de ocultar y corromper.
Javier
16/7/13 9:55
Una prensa menos oficial y ma's revolucionaria esa es la que necesitamos y la que quiere el pueblo. Una prensa menos justificativa que cuando vaya a hacer un trabajo cri'tico llegue a la raiz del problema... pero para eso se necesita de periodistas valientes (que los tenemos) y de una ley que los proteja.
Yesi
16/7/13 8:52
A mí me parece una excelente crónica.
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