Cartas desde Maputo. Pérdidas en la distancia

Aquellos plátanos en tentación, la champola de guanábana, la enchilada de cangrejos, el dulce de papaya, la mano para criar los cerdos, la sabiduría de lo vivido, la madre-abuela-hermana, la jocosidad y magia de la tía Clari…Todo, todo eso, nos lo quitó la Covid. El tío Israel, por su parte, tampoco lo ha logrado.

Luchar contra la enfermedad es una cosa, decirles a los familiares que su ser querido falleció es siempre difícil, pero que a miles de kilómetros, salvando a otros, recibas la noticia, es realmente desconsolador.

Primero lo niegas, luego corren los sentimientos de ira, impotencia, miedo, decepción. En la experiencia acumulada en más de un año en zona roja, buscas en vano argumentos para explicar lo sucedido.

Sabemos que la enfermedad es caprichosa, potencialmente mortal, que no tiene tratamiento específico y que aún las vacunas están lejos de lograr la tan esperada inmunidad.

Conocemos también que las mayores posibilidades de supervivencia están en la detección temprana de los casos, en la activación del sistema inmunológico que los medicamentos, muchos de ellos nuestros, pueden producir, evitando la evolución tórpida y el desenlace fatal.

Estamos conscientes de que la pronación constante, la oxigenacion temprana y la ventilación oportuna salvan vidas, a pesar de que en estos últimos casos la mortalidad sigue siendo alta y sobrepasa el 50%.

Observamos con asombro y tristeza las consecuentes olas que han azotado a nuestro país. Discutimos entre colegas los aciertos y desaciertos, a veces pecando de aquella soberbia que hace pensar que “el de afuera ve más que el de adentro”. Buscando también culpas, aunque ya de nada valgan; la maldita culpa que nadie tiene.

Intentar ser objetivos cuando el dolor te llega es casi imposible.

Se suman a la lista de los familiares y amigos fallecidos, la de los colegas. Estos que sin saberlo están en una categoría diferente de la afectividad porque han compartido las verdes y las maduras en la lucha por la vida.

Hace unas semanas, lamentamos la perdida física del licenciado en Enfermería Yuniel Serrano, quien formó parte de la brigada Henry Rever que combatió a la Covid-19 en la hermana República del Perú, entre los meses de junio y diciembre del 2020.

Su foto, que en el momento de nuestra llegada dio la vuelta al mundo, es una de las que ilustra el libro Diario de un Médico Cubano en Perú, escrito en el fragor de esas jornadas. Nuestras condolencias…

Tristes noticias llegan. Solo evitando triunfalismos, exigiendo la más estricta disciplina social, apoyando a la comunidad médica, resaltando sin chovinismos su sacrificio y humanismo, trabajando todos en conjunto… lograremos salir de esta dura situación.

No puede existir protagonismo individual alguno, es una labor de equipo y, como equipo, las victorias y fracasos se sufren o disfrutan juntos.

El epicentro hoy de la enfermedad y su fatal comportamiento está en el centro del país. Aunque en Matanzas los casos hayan descendido, aún me queda el sabor amargo de los días más tristes, todavía queda la resaca de vértigo, la estela del miedo.

“...te quiero porque me asombro

de tu majestad humilde,

y te quiero por la tilde

del nombre con que te nombro”,

diría Carilda.

Mi bahía Matancera amanecerá tranquila. Como de costumbre la niebla del valle se disipará en ella y el sol brillará por sus rectísimas calles. Cual tormenta de verano pasara esta Covid. Dejará heridas desgarradoras que de a poco iremos sanando.