Carta desde Maputo. La paciente vista de los cuervos

Hoy, todo riesgo parece desaparecer casi por completo ante una jornada de sublimidades. Es fecha de amena alegría, reuniones de delegación, lecturas de poemas, risas, padres henchidos por cuanto saben que su día corre. Se imponen las felicidades y la felicidad.

Sin embargo, es imposible divorciarse de lo que ha ocurrido durante toda la semana que pasó… y las otras que también se fueron y que sucederá en las que llegan.

Impresiona cómo se acepta el hecho de lidiar con enfermedades que meses atrás no sospechaba podía encontrar en este costado suroriental del África. La neurología se muestra viva y el VIH cambia su rostro para despistar al más avezado clínico. Empiezan a tener sentido palabras del dialecto Changano.

Mis residentes, sin dudas, han sido la clave para comprender la neuroinfectología de acá. Para ellos se trata de su día a día. He tenido que relegar otros diagnósticos propios de nuestra realidad isleña para admitir que en este continente hay que temer a un mosquito, a una mosca, pues ambos pueden llevar la muerte en su picadura.

Por si fuera poco, aún la tercera ola pandémica no llega. Casi se anuncia un discreto aumento de casos, mientras crecen nuestras alertas por la sola posibilidad. La calma amenaza con ensordecernos ante las alarmas mundiales. Cuba, por ejemplo, continúa en encarnizada lucha contra una Covid-19 que no deja de mutar.

Nosotros, aquí, seguimos mirando al mundo con asombro y sabiendo que la tranquilidad solo es el ojo de un ciclón. El Índico baña a Maputo. Los cuervos observan.