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miércoles, 30 de octubre de 2024

Carta desde Maputo. El índico con la guantanamera

Sin apenas percibirlo, una pareja tomó asiento justo al lado nuestro y los pocos minutos nos sorprendió escuchar la guantanamera de Joseíto Fernández...

Mario Héctor Almeida Alfonso en Exclusivo 13/06/2021
2 comentarios
Malecón-Maputo
Al llegar al malecón, mi esposa se sentó con los pies colgando al vacío del acantilado. Buscaba mejor brisa, degustar mejor paisaje.

Los domingos son días tranquilos en este Maputo de la Covid-19. De a poco se van levantando las restricciones y comienza el movimiento; aun así, los domingos continúan calmos. Es un día propicio para caminar e ir conociendo esta ciudad del cono sur africano.

La tarde comenzó amenazando para mal, con el olvido de la prenda más importante del momento: el nasobuco. Habíamos avanzado algunas cuadras, conversado sobre varios temas, saludando conocidos, cuando mi compañera se percató de que no llevaba la mascarilla. Regresamos en su búsqueda y continuamos nuestro andar bajo los frondosos árboles de la avenida “Mao Tse Tung”. Justo al final de esta calle comenzamos a descender una empinada colina hacia el mar.

Al llegar al malecón, mi esposa se sentó con los pies colgando al vacío del acantilado. Buscaba mejor brisa, degustar mejor paisaje, intentar tocar, quizás, los veleros blancos del mar.

En la acera que separa el malecón de la colina, nos agradaron las palabras de Samora Machel, líder histórico de esta nación, estampadas en piedra y en un portugués incluso traducible para los hispanohablantes menos entendidos en esa lengua; palabras sobre el papel de los gobernantes.

Seguimos nuestro andar de domingo y, al pasar frente a un establecimiento, un mozo se acercó y convidó a pasar. Se trataba de un pequeño bar-restaurant con escasas mesas y sombrillas plegables, cañas de pescar tendidas al Índico, música discreta… buen ambiente. Le pedimos al mesero nos colocase una mesa cerca del mar y pedimos espumosa y refrescante cerveza.

Sin apenas percibirlo, una pareja tomó asiento justo al lado nuestro y los pocos minutos nos sorprendió escuchar la guantanamera de Joseíto Fernández. Era una versión moderna, pero igual nos apretó el pecho y comenzamos a tararearla de inmediato. Al concluir la canción, todavía asombrado, pregunté a la pareja si alguien sabía que éramos cubanos.

Respondieron que no y añadieron que cada domingo visitaban el lugar y le pedían al dueño, quien había vivido y estudiado en Cuba durante años, música cubana, en particular, la guantanamera. 

Tenían poco más de sesenta años; matrimonio de larga data, con hijos… y rompieron a hablar de nuestra música. Mencionaron a Pablo, a Silvio, al Buena Vista Social Club, a Compay, a Omara...

Luego, aquel hombre describió, como si lo hubiese vivido, el papel de las tropas cubanas en  la victoria de Cuito Cuanavale y lo que significó para su África ese triunfo. Con precioso orgullo hablaban estos mozambiqueños de la gente nuestra, de la amistad entre Samora y Fidel, de Fidel a solas, de Martí, de Bolívar, del Che.

Salvador para el alma cubiche escucharlos decir que tenían la obligación moral de transmitirles a sus nietos el verdadero papel de Cuba en destino de sus países, la obligación moral de que sus nietos, los negros y negras del África futura, conociesen cómo los de un archipiélago del Caribe se la jugaron al todo o nada contra el apartheid y lo acabaron venciendo, y que costó sangre, mucha... “Los sudafricanos bombardeaban todo esto cada vez que querían”, señaló.

El dueño del establecimiento se acercó y compartió con nuestros interlocutores la emoción de que fuésemos cubanos. Comenzó a hablar la variante insular del español y puso a los Van Van, Isaac Delgado, Mayito Rivera… bailamos.

Preguntó de qué provincia éramos y contó que había estudiado en la Isla de la Juventud y luego en La Habana, que había conocido buena parte de Cuba. Nos brindaron sus teléfonos, su ayuda… la casa invitó a un platillo de camarones y partimos, tras escuchar el convite de pasar siempre.

Mientras regresábamos, mi esposa y yo conversamos sobre la casualidad del encuentro, sobre la memoria histórica de esa generación… y pensamos que, en efecto, es muy fácil dejar de sentirse extranjero en Mozambique, más cuando se ha nacido y vivido en Cuba; más cuando, mirando al Índico, te acosquillan el pecho, sin permiso alguno, las suaves notas de la guantanamera.


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Mario Héctor Almeida Alfonso

Médico cubano miembro del Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias "Henry Reeve" que colaboró en Perú . Actualmente se encuentra en Mozambique en el enfrentamiento a la Covid-19.

Se han publicado 2 comentarios


Elena Salazarte Fernández
 13/6/21 10:59

Cuanto emociona cuando se está lejos, oír música o intercambiar experiencias, quién podría imaginar que un paseo no determinado pudiera convertirse en fomentar una nueva amistad. Paseo muy productivo. Un abrazo y cuídense mucho ! No olviden la mascarilla !

Cary
 13/6/21 8:51

Excelente, cada semana algo bueno, novedoso y criollo. Cuba muy grande por su cubanos y su gente. FELICIDADES HERMANOS.

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