José Martí es más que el Apóstol y el Héroe Nacional. Su impronta deja en los cubanos de hoy y de siempre la alta responsabilidad de revelarlo sin dogmatismos ni consignas. Los caminos para acercarse a él son variados, disímiles y nunca hijos de la repetición y la desidia de las biografías anquilosadas.
Sobre cómo descubrir más que enseñar a Martí, conversa con Cubahora, Carlos Rodríguez Almaguer, otrora presidente del Movimiento Juvenil Martiano, escritor, profesor y estudioso de la vida y obra de esa fuente nutricia de nuestra cultura, síntesis de todo el pensamiento finisecular cubano.
—¿Qué aspectos debemos tener en cuenta para enseñar y estudiar a Martí?
—Que Martí es esencialmente un horizonte. Que hay muchos caminos para llegar a él: la poesía, la filosofía, la política, la oratoria, la pedagogía, la jurisprudencia, la ética, la diplomacia, la lingüística, la plástica, el teatro, la literatura en general, el periodismo, etc., y que debemos enseñarlos todos. Como sucede con los grandes hombres, por cualquiera de esos caminos que escojamos para acercarnos a él, una vez llegados, jamás encontraremos un pedazo del hombre, siempre vamos a encontrar al hombre entero.
—¿Cómo valora los métodos a la hora de difundir la vida y obra de Martí en centros educativos y medios de comunicación?
—Esto pasa por el nivel de cultura que tenga quien se enfrente a semejante desafío. Y enfatizo cultura, no instrucción. Cada vez tenemos mayor instrucción sin que podamos decir lo mismo de la cultura. Aquella realza y le da brillo a esta, pero no la sustituye. Allí, en el aula o en el medio de comunicación, donde haya una persona sensible, culta, que tenga conciencia de la importancia que entraña para el mejoramiento de la sociedad en general y de cada uno de sus ciudadanos, transmitir o divulgar el pensamiento y el sentimiento de un hombre como José Martí, su sentido de la vida, el trabajo es realmente hermoso y deja frutos muy reconfortantes, cuyo impacto en el alma de los que lo reciben perdura por mucho tiempo y, a veces, para siempre.
Sin embargo, allí donde no existen esas condiciones subjetivas, y la mediocridad, la indolencia y el formalismo —tres manifestaciones del espíritu humano que suelen ir muy unidas— han sustituido a la originalidad y al compromiso social, entonces lo que genera es el esquematismo, el encasillamiento, el dogma, cuando no el aburrimiento, el desinterés y, en último caso, el rechazo consciente o no.
—En este sentido, algunos investigadores consideran que “no se puede enseñar a Martí” sino que “hay que adiestrar cómo aprenderlo”, porque “si uno vuelca toda su figura en un alumno es posible que este se sature y se provoque el rechazo”. ¿Cuál es su criterio?
—Soy de los que ha dicho en varias oportunidades que a Martí no se le enseña. Hay que descubrirlo si queremos llegar a él, a su cosmovisión, y no quedarnos en la superficie de un relato histórico por enjundioso que este sea. Una biografía no es el hombre en sí, parafraseando a Kant, sino la historia de la vida de un hombre contada por otros hombres y, por tanto, siempre parcial. Si el árbol se conoce por sus frutos, el hombre se conoce por sus actos y por su pensamiento. Los exégetas pueden ayudar mucho en nuestra búsqueda del hombre total, pero no pueden sustituir nuestros propios descubrimientos. Martí en La Edad de Oro dice que no se aprende bien sino lo que se descubre. Y para mí “encontrar” a Martí significa asumirlo en su esencialidad ética y humanista, atemperado a cada época histórica. La vida ha demostrado que usted puede conocer de memoria una biografía, apoyarse en una cronología de su vida, repetir muchas de sus frases, y sin embargo, sus actos pueden llegar a ser la negación de la propia palabra martiana. Entonces, no puede decir, honradamente, que conoce a Martí. Lo que conoce a lo sumo es un relato.
—Enrique Ubieta en su ponencia “José Martí y el proyecto emancipador cubano”, explica: “Si asumimos que José Martí es el héroe por excelencia, el fundador de la nación —no en el tiempo cronológico, sino en el total— y lo colgamos con sus vigilantes ojos en la pared del aula o del taller, podríamos reducirle a símbolo patrio, en el mismo sentido en que lo son la bandera y el Himno Nacional; de esta forma no necesita de estudios críticos… Poco nos serviría esa estampa vital del Apóstol… José Martí también es, por supuesto, símbolo patrio, pero su humanidad excepcional abre el diálogo fecundo de su vida-obra a la intemporalidad”. ¿Qué cree usted al respecto?
—Concuerdo enteramente con Ubieta. El Che Guevara decía en un discurso sobre Martí, que la palabra martiana no era de librería, no era de museo, estaba viva y actuando a través de los hombres que inspirados en ella llevaban a cabo la transformación social, política y económica de Cuba, en busca de la República que él soñó y por la que murió. Martí no es un fetiche ni un dogma. No es tampoco una panacea. Pero en su pensamiento, y sobre todo en su espiritualidad, profundamente humanista y ecuménica, están muchas de las claves para mejorar a la Cuba de hoy, la de mañana y la de siempre. Fue un hombre raigal en el sentido de que vio en la raíz de las cosas, de los seres humanos y de las relaciones entre ellos, por eso su pensamiento será siempre contemporáneo.
—Existe un criterio popular de que “Martí sirve para todo, que habló de todo”. Muchos ven en él un repertorio de sentencias, algunas incluso no propiamente de su autoría. ¿Cómo cree que se ha originado este juicio? ¿Qué opina al respecto?
—La causa de esa visión simplista de Martí —sin que simplista signifique irrespetuosa— tiene que ver con el desconocimiento de su obra, de su totalidad. Por lo general solemos acercarnos a Martí a través de frases. De hecho, una colección de frases suyas titulada Granos de Oro, fue el primer libro publicado en Cuba sobre su obra. Las empleamos en discursos, en murales, en pancartas de todos los tamaños y en cualquier lugar a lo largo del país. Su genio múltiple, que asombra y enamora por su profundidad y sencillez cuando nos acercamos sistemáticamente a su obra, suele verse entonces fragmentado, como una suerte de oráculo cuyas sentencias tienen que ver más con adivinaciones, profecías, visiones, cosas inconexas, que con la integralidad armónica de sus saberes y de sus perspectivas.
—En reciente encuesta a jóvenes, muchos esgrimían que se “exaltaba demasiado la imagen de Martí”, “no se enseña como un ser humano, con defectos y virtudes”. Algunos incluso confesaron que no se puede hablar de elementos negativos en Martí, sería “manchar su nombre”. ¿Qué considera sobre estás opiniones?
—Humano a fin de cuentas, Martí tuvo también defectos. Pero a diferencia de la mayoría de los seres humanos, poseyó la firme voluntad de mejorarse a sí mismo. El que lo haya alcanzado en grado muy superior al de la inmensa mayoría de sus congéneres, de su tiempo y de los que le han sucedido hasta nosotros, es lo que lo convierte en paradigma de tres siglos. No en vano Gabriela Mistral lo llamó “el hombre más puro de la raza”.
Sobre la pertinencia de hablar o no de sus defectos, eso quedará siempre a juicio de cada cual, según sus intenciones y su conciencia. Él mismo dijo que los hombres no pueden ser más perfectos que el sol, que quema con la misma luz con que calienta, y que tiene manchas: los agradecidos hablan de la luz, los ingratos hablan de las manchas. Nada de lo negativo que puedan decir de él, hoy o mañana, como lo dijeron ayer, rebajará en un ápice su grandeza: la cuenta de sus yerros nunca será más que la de sus virtudes. De él podemos decir lo que él dijo de otro grande hombre: “lo mordieron los envidiosos, que tienen dientes verdes; pero los dientes no hincan en la luz”. Y él es la luz más grande que ha iluminado a Cuba, cuyos reflejos han despejado también las tinieblas y las brumas que cercaban a nuestra madre América.
—Muchos encuestados, al referirse a la pregunta de si su pensamiento se emplea mayoritariamente en temas políticos, contestaron que sí. En otro acápite confesaban que el exceso de estos mensajes políticos asociados a la vida y obra de Martí, les hacía parecer poco atractivo su estudio. ¿Qué cree de esto?
—El hombre es, en esencia, un animal político. El propio Martí decía que un hombre no es más, cuando más es, que una fiera educada. Todo lo que hacemos es en función de una política que puede ser individual, grupal o social. La forma más elevada de hacer política es la cultura, que es mucho más que la mera instrucción. Es un hecho que todas las facultades y aptitudes que se manifestaron en la multifacética personalidad de José Martí las puso, intencionadamente, en función de una política: la de mejorar al ser humano. Para lograr esa meta final necesitaba, en primer lugar, alcanzar la independencia de Cuba para frenar el desmadre del naciente imperialismo norteamericano, con lo cual contribuiría a equilibrar un mundo, es decir, una época histórica. Logrado esto, se concentraría en la superación del hombre americano para hacer triunfar la República Moral en América. Desde su primer poema dedicado al 10 de octubre, pasando por su única novela, su ensayística, su periodismo, su vasto epistolario, hasta sus Versos Sencillos, el Ismaelillo o aquellos “endecasílabos hirsutos”, sus “encrespados Versos Libres”, todo estuvo en función de esa política suya expresada en el prólogo al libro de versos dedicado a su hijo: “Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud…”.
Lo que puede provocar algún rechazo no es, precisamente, la reiterada y necesaria visión política que de él se da, sino los modos en que esto se hace. La Revolución que triunfa en enero de 1959 ha necesitado enfatizar en el sentido político de su vida y de su obra, no solo porque de verdad es quien en última instancia determina su existencia —cosa que le reprochará el mismo Rubén Darío al saber de su muerte en combate: “Oh, Maestro, qué has hecho”— sino porque, martiana de raíz, inspirada en él, esa Revolución ha necesitado defenderse siempre de sus enemigos jurados: el imperialismo, el espíritu anexionista que en diferentes formas, propiciado desde el Norte y alimentado por cuanto de feo y egoísta tiene la naturaleza humana, ha logrado sobrevivir a la colonia y, defenderse también de un tercer enemigo, más temible si se quiere que los anteriores: el de la imperfección humana que padecen los hombres que al cabo son quienes la hacen con su trabajo y la defienden con sus vidas. Pero no existe en Cuba, al menos que conozca, regulación legal alguna que impida a los maestros o a los que pretendan acercarse a su legado, hacerlo desde cualquiera de sus facetas. Esa será siempre una elección individual de soberana independencia, pero nada excusa, salvo el desinterés o la pereza, el dejar a un lado el poderoso manantial de vida que existe en la obra de aquel que fue, es y será siempre, al decir de Lezama, “un cerrado impedimento a la intrascendencia y la banalidad”.
Laurita
26/1/12 9:34
Concuerdo con el entrevistado. Creo que aprendí a amar de verdad a Martí cuando en al adolescencia leí por primera vez la carta a su hermana Amelia después que ella le confesara que estaba enamorada. Y después, al releer el isamelillo sabiendo ya lo que era ser mamá. Les recomiendo su lectura.
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