Poco a poco está de vuelta la Vuelta. Todavía no es aquella que corría por encima del estilizado cuerpo de Cuba de un extremo al otro. De este a oeste, y una vez a la inversa; ni cuenta entre sus participantes con ruteros extranjeros. Pero esta edición que arranca el martes 16 de febrero en la ciudad de Guantánamo, será más larga que la del 2015, y ojalá más corta que la de 2017.
Como novedad, el Clásico 2016 llegará a Pinar del Río, un día antes de que la serpentina sobre caballos de metal se exhiba alrededor del Paseo del Prado, en La Habana, y cruce, allí mismo, la meta final, el domingo 28 de febrero.
Serán doce etapas y 1 455 kilómetros los que deben pedalear los 84 atletas cubanos enrolados en esta aventura, que tiene más de amor (quizá por el mes en que se corre) y de osadía, que de recursos.
El martes, el Clásico vivirá un circuito de 60 kilómetros en la capital de la más oriental de las provincias. Un día después partirá la caravana a la conquista quijotesca del techo de la Isla: el ascenso a la Gran Piedra, en el año que se celebran tres décadas de la primera subida a ese paraje de la Sierra Maestra, ubicado a 1 200 metros sobre el nivel del mar.
Lo más probable es que el pelotón se estire como una liga muy dúctil. Pero eso no quiere decir que quien llegue primero al cielo será el campeón. Vendrán otros capítulos no menos espectaculares, aderezados, mientras, por fugas, capturas, rejuegos tácticos, embalajes…
A un lado y otro de las carreteras, la gente volverá a reverenciar al giro. Aplaudirán a los punteros y animarán a los rezagados. Vivirán su vuelta, la que compararán con la del año pasado y la que contarán mucho tiempo después, mezclando, como es natural en los cubanos, fantasía y realidad.
Entre Cauto Cristo y Holguín se correrá una contrarreloj por equipos que bien pudiera darle algún vuelco al orden de las clasificaciones. Dependerá de las tácticas y las estrategias. Y de la suerte.
Así seguirán devorando kilómetros los estoicos ciclistas, unas veces en pelotón, otras en solitario: a la vanguardia o la retaguardia, hasta que lleguen a Ciego de Ávila, donde tendrán un día para reponer energías.
Y de ahí al otro techo de la competencia. Otra vez a acariciar las nubes en Topes de Collantes, a cerca de 800 kilómetros sobre el nivel del mar. Será el segundo aire de los escaladores rezagados en el ordenamiento general. Vendrán de atrás, con los músculos tensos y los ojos cuesta arriba, como el resto, pero halados por la mística de los que tienen en las piernas una fuerza extraordinaria.
A la mañana siguiente, el Prado de Cienfuegos servirá de escenario a otro circuito y, por la tarde, el tramo entre esa urbe sureña y la vecina Santa Clara.
Luego quedarán largas llanuras que devorar, hasta que en la penúltima jornada se corra una contrarreloj individual, entre La Herradura y Pinar del Río. Entonces, ya casi estará dicho todo. O casi todo.
El domingo 28 se sabrá, frente al Capitolio, de La Habana —como todas las vueltas y los clásicos— quién es el campeón cubano de ciclismo de ruta 2016. ¿Retendrá José Mojica, inscrito por Artemisa, el cetro de 2015, o habrá un nuevo monarca?
Revisando las nóminas, la escuadra de Artemisa luce la más fuerte. Sale como favorita. Además del monarca del año pasado, cuenta también con Félix Nodarse, Yasmani Balmaceda y Álvaro Soca.
El campeón de 2014, el matancero Vicente Sanabria, con más de cuatro décadas de vida, volverá a las carreteras para seguir escribiendo una historia de constancia que ya tiene ruedas de oro.
Más allá de los avatares, de los vaticinios, de los fugados, de los sin nombre que rueden mejor que algunos consagrados, qué bueno que Cuba sienta sobre su lomo, otra vez, el paso de la caravana de ciclistas.
El Clásico Guantánamo-Pinar del Río-La Habana aspira a recortar su nombre, para que sea el mismo con el que nació la competencia en 1964, y para ello le falta, entre otros cambios imprescindibles, sumar corredores foráneos. Este giro, como los de los dos últimos años, es un grito del ciclismo cubano: Que vuelva la Vuelta.
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