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sábado, 2 de noviembre de 2024

La muerte no mató a Marrero

El lanzador cubano era un ícono del beisbol nacional por su calidad y porque demostró en diferentes niveles su destreza en el box...

Helio Ángel Menéndez García en Exclusivo 24/04/2014
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conrado marrero
Marrero, uno de los grandes lanzadores cubanos de todos los tiempos.

Conrado Marrero dijo adiós y pese a que el doloroso desenlace ya era esperado, por su deteriorado estado de salud, la noticia ha conmovido a la afición nacional porque Marrero más que un simple lanzador fue un ícono para los seguidores de nuestro pasatiempo nacional.

Un ícono para quienes hoy mayores tuvimos la dicha de verlo desenvolverse en el montículo y un ícono para quienes amantes de la pelota supieron de su destacado desempeño desde los lejanos días de 1938 en que se dio a conocer como lanzador de gran talento con el uniforme de Cienfuegos, en la filas de la Unión Atlética Amateur de Cuba primero, y más tarde con los equipos Cuba en las Series Mundiales Amateurs.

Años después ratificaría su clase estelar en las filas del profesionalismo con los uniformes del Almendares en la Liga Cubana y al más alto nivel con los Senadores de Washington, de las Grandes Ligas, a la cual llegó con 39 años de edad.

Marrero no fue un lanzador como otros tantos.  El sostuvo que lanzador era una cosa y pitcher otra.  Se lanza con el brazo decía. Se pitchea con la cabeza y “lo otro” y fue su dedicación al box, su inteligencia natural y su férrea voluntad , elementos que contra todos los pronósticos lo convirtieron en un triunfador.

No poseía el “Guajiro de Laberinto” lo que los especialistas llaman somatotipo apropiado para llegar lejos en el arte de lanzar: 5pies y 6 pulgadas de estatura, tendiente a la gordura y con manos pequeñas que no le permitían el agarre de la bola para determinados lanzamientos que requieren de dedos largos. Tampoco poseía eso que hoy tanto ponderan algunos teóricos de la pelota: ni recta de 90 millas ni la variedad de lanzamientos, armas letales de otros lanzadores.

Lo suyo era, a falta de estos atributos, control e inteligencia. Lo que a otros se le hacía más fácil , al Guajiro se le hacía más difícil. Por eso, para compensar esas insuficiencias tuvo que convertirse en un “científico” del box, estudiar minuciosamente las debilidades  de los bateadores adversarios.

Me lo confesó en más de una ocasión durante las frecuentes tertulias que sostuvimos en su hogar de la calle Ayuntamiento: control, lo que se dice control no es partir la goma en dos, con un lanzamiento al medio, a esa le da todo el mundo. Control es poner la bola allí donde más daño le haga al bateador que tienes enfrente y para hacerlo necesitas conocer cuáles son esos puntos débiles y claro está tener “puntería” para lograrlo.

Marrero fue uno de los lanzadores más carismáticos de la pelota cubana, en sus días de esplendor.  Y tanto en Cuba como fuera de Cuba fue un auténtico líder en los equipos en los cuales pitcheó.  Algunos datos pueden graficar su consistencia desde el box.  Fue el único en propinar 100 o más ponchados durante ocho temporadas consecutivas en la pelota amateur; el que más ponche dio en total con 1230; líder en más lechadas para una temporada con 10 y líder en total con 44 en  7  campañas de corta duración porque se jugaba de domingo en domingo.

Su mejor temporada en la Liga Cubana  profesional, con el Almendares, fue cuando ganó 12 y perdió 2 en la campaña 1947-48, apuntándose ¡8 victorias por lechadas! y cerró con promedio de 1.07 carreras limpias.

Con el Washington, eterno equipo sotanero, ganó 39 y perdió 40 entre las temporadas de 1950 y 1953; en la segunda fue llevado al Juego de las Estrellas a solicitud de Casey Stengel, manager de los Yankees de New York que dirigió al equipo de la Liga Americana.

A dos días de cumplir sus 103 años de vida, ha muerto Conrado Marrero, el “Guajiro de Laberinto” , el hombre que con la magia de su pitcheo abarrotó estadios;  el pelotero  más viejo de todos los que pasaron por las Grandes Ligas, el Héroe del Trabajo de la República de Cuba, el cubano sencillo, picaresco,  que al erradicarse el deporte profesional en Cuba decidió  quedarse con los suyos. y al que hoy despedimos con dolor, aunque tengamos la certeza de que se quedó entre nosotros.

La muerte cerró sus ojos, pero no mató a Marrero.


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Helio Ángel Menéndez García


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