Sin pérdida de tiempo

Apenas el poder legislativo ruso dio su aprobación en horas del miércoles 30 de septiembre, aviones de  combate enviados por el Kremlin iniciaron sus primeras incursiones contra puntos de concentración de tropas del titulado Estado Islámico, EI, la entidad terrorista que viene capitalizando la agresión foránea contra Damasco, y que también actúa de forma devastadora en otras partes de Oriente Medio.

Y si bien Washington y el resto de Occidente se mostraron “asombrados” por la celeridad con que Moscú comenzó a materializar su guerra antiterrorista en suelo sirio y en apoyo a las autoridades legítimas de la nación, lo cierto es que las operaciones aéreas rusas eran un acontecimiento más que esperado.

El propio presidente Vladímir Putin las había bosquejado en su reciente discurso en la ONU y en su encuentro bilateral con Barack Obama, con el cual habló de una coordinación estrecha para combatir al peligroso extremismo islámico, el cual-dicho sea de paso-ha sido pagado, entrenado, estimulado y utilizado ampliamente en Asia Central y Oriente Medio por la coalición que, encabezada por los Estados Unidos, suma además a sus aliados occidentales, las satrapías árabes y el sionismo, gustosos colaboradores en la implementación de un orden internacional hegemónico liderado por la ultraderecha norteamericana.

Desde luego, la entrada de Rusia al lado del gobierno sirio en la batalla contra el EI, aunque imposible de denegar abiertamente por los interesados en subvertir al gobierno del presidente Bashar el Assad (los primeros en anunciar extrañas hostilidades doce meses atrás contra su díscolo “hijastro terrorista”), se torna una seria preocupación para los planes de hegemonía imperial en la región.

De hecho, Rusia no se asocia ni pretende reproducir las pantomimas militares de Occidente contra los promotores del terror, por tanto sus golpes deberán ser precisos y contundentes, algo que no podrán pasar por alto los demás “coaligados” si no desean desacreditarse públicamente.

Por demás, al entrar en el conflicto a solicitud del gobierno legítimo de Siria, confirma Moscú su reconocimiento a la valía de las actuales autoridades y sus esfuerzos antisubversivos, y de hecho coloca un nuevo y fuerte valladar ante las aspiraciones de los intereses imperiales de descartar a Bashar el Assad de cualquier solución al drama que han impuesto a esa nación mesoriental.

Y frente a la rapidez de acción del Kremlin, y atrapados los detractores en su perplejidad, ya el aparato mediático de occidente comenzó a intentar desacreditar los ataques aéreos de Rusia que, según esas fuentes, no han estado dirigidos contra el EI, sino contra posiciones de “la oposición moderada siria” y la población civil.

Manipulación desmentida de inmediato por medios militares rusos y sirios, que especificaron que los aparatos de combate hicieron blanco exacto y preciso en puestos de mando y concentraciones de fuerzas de los terroristas, previamente ubicados mediante labores de inteligencia.

Lo cierto es que la presencia de Moscú en el combate contra el extremismo islámico, su apoyo a Siria, y los lazos de cooperación defensiva que va tejiendo con países como Irán y las propias autoridades de Iraq, podrían poner en jaque la estrategia agresiva imperial en una zona geográfica altamente sensible, a la vez que convertirse en un pivote clave para soluciones definitivas y menos cruentas que las que han trazado los aspirantes a césares globales.