Cuando el terrorismo alentado por las potencias Occidentales en Asia Central y Oriente Medio parece trasmutar sus “previstos” escenarios, y hasta algunos reacios hablan de cooperación con Rusia para enfrentar sus consecuencias mortales, no pocos apuntan que todavía, a las mismas puertas del gigante euroasiático, otro foco de elevadas tensiones sigue vigente y hasta recibe promisorios alientos.
En efecto, días atrás, las autoridades derechistas de Kiev (surgidas de los disturbios alentados desde el exterior por los intereses hegemonistas), se congratulaban por la decisión del Congreso norteamericano de aprobar nuevos envíos de armas y dinero a las tropas golpistas para enfrentar a los “rebeldes” e “invasores rusos” dislocados en el Este ucraniano.
El propio presidente Piort Poroshenko hacía alegre alusión a estas decisiones, y precisaba que el paso adoptado por el ejecutivo norteamericano, y que debe materializarse en los próximos meses, constituye un total “espaldarazo a nuestra seguridad”, en el entendido de que a partir de los criterios derechistas, Ucrania sufre “una invasión injerencista organizada y ejecutada por el Kremlin”.
Desde luego, nada de qué extrañarse, si se recuerda que a fines del 2014, hace poco menos de un año, ese mismo Congreso dictó y santificó la llamada Hig Resolution 758, que en su texto “condena firmemente las acciones de la Federación Rusa, bajo la presidencia de Vladimir Putin, que ha aplicado una política de agresión contra países vecinos con fines de dominación política y económica.”
Documento que en su párrafo 3 establece, con fuerza de úcase, que “Rusia ha invadido a Ucrania” y, por tanto, demanda más adelante del presidente de los Estados Unidos el “proporcionar al gobierno ucraniano material de defensa letal y no letal, y los servicios y la formación necesarias para defender eficazmente su territorio y soberanía”, lo cual implica, entre otras cosas, la amplia entrega de armamento a fuerzas militares ucranianas “entrenadas por especialistas norteamericanos”.
De hecho, indicaba hace poco el analista Michael Jabara Carley a través del espacio digital Red Voltaire, “ahora hay en Ucrania consejeros militares de Estados Unidos, Canadá, Polonia y quién sabe de qué otros países más”, en lo que se asume, sin mayores subterfugios, como la evidente y clara expansión otanista hacia el mismo borde delantero de la frontera occidental rusa.
Y si bien por estos días, y luego de los recientes ataques terroristas contra París, parecería que ciertos socios Occidentales hasta admitirían colaborar con Moscú para sacar del aire al díscolo e incontrolado Estado Islámico (de neta factura imperial, dicho sea de paso) lo cierto es que la estrategia antirrusa no parece destinada a admitir cambios sustanciales, como no sean aquellos que propendan a apretar el cerco contra un Kremlin incómodo, contestarlo y con bríos y poder crecientes en el espacio internacional.
En su novela “Ahora es el tiempo de abrir tu corazón”, la narradora norteamericana Alice Walker escribió: ¿Qué sucedería si nuestra política exterior se enfocara al cultivo de la alegría y no del dolor? Estados Unidos sería un verdadero guía de la Tierra y no su mayor abusador”.
Aplastante lógica sin dudas. Solo que cuando se piensa exclusivamente en términos imperiales y destructivos, no hay resquicio para criterios tan rotundamente sensatos.
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