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sábado, 16 de noviembre de 2024

Irresponsabilidad y negocios

Mientras unos sufren y mueren, hay quienes no frenan en sus sandeces o en intentar sacar lascas a la COVID-19...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 28/04/2020
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Protestas en Estados Unidos
Algunos estadounidenses reclaman su “sagrada” prerrogativa de salir a la calle, viajar, irse de compras, fiestar por todo lo alto, o sentarse en un bar en medio de la noche.

Triste resulta asistir, en medio del elevado costo humano que está implicando la actual pandemia universal, a las más aberradas manifestaciones que algunas maneras de construir sociedades llegan a sembrar en las mentes de no poca gente.

Y es que para prolongarse en el tiempo sin mayores objetores en activo, esos sistemas requieren de modelar ciudadanos con mente estrecha o retorcida, de forma que la incapacidad de juzgar con profundidad y objetividad se asuma como cosa natural, al igual que adquieran categoría de valores y prerrogativas inobjetables las barbaridades y las contrahechas actitudes que tal carencia provoca.

De ahí que, previo manejo de la materia gris y su concreción en conductas, no pocos hoy alaben y sigan con fervor a un presidente que acaba de recomendarles, en su infinita sapiencia y preocupación por sus súbditos, el “inyectarse desinfectantes” para evitar el contagio con la COVID-19, ese flagelo que se divertía en llamar semanas atrás “gripe de chinos”, y que por su falta de previsión y sensatez ya ha contagiado a unos 900 000 norteamericanos y matado a más de 50 000.

Para el jefe de la Casa Blanca el asunto es fácil: si los productos de limpieza alejan o matan al virus, “clarearse los pulmones” con ellos puede ser una solución radical a la pandemia… y se acabó la urgencia de buscar vacunas y otros remedios.

Y lo pavoroso es que existen quienes escuchan semejantes barbaridades y las asumen como un “aporte presidencial” para “hacer grande nuevamente a los Estados Unidos”, el país donde a cuenta de defender sus “derechos individuales”, y alentado por ciertos personajes con poder, usted toma un arma, agita una bandera, desborda una plaza o una avenida, y reclama su “sagrada” prerrogativa de salir a la calle, viajar, irse de compras, fiestar por todo lo alto, o sentarse en un bar en medio de la noche, desafiando las disposiciones de resguardarse en el hogar y protegerse con “mascarillas como en China comunista”, en total desafío a la lógica máxima de que el derecho de un individuo termina justo donde empieza el de los demás.

Y, por cierto, vale subrayar que lo de “ser libres para hacer lo que nos venga en ganas” y no imitar a los “chinos rojos” resultan aportes de la elocuencia del señor Alex Jones, dueño del extremista sitio Web norteamericano InfoWar, muy activo estos días en eso de incitar manifestaciones públicas contra las medidas sanitarias de aislamiento bajo el rimbombante lema de “Reabramos Estados Unidos”.

¿Y del otro lado? Pues lo “barones” de la iniciativa y los “emprendedores” del oportunismo.

Personajes como los empresarios Larry Hall y Robert Vicino, constructores y vendedores de espaciosos, iluminados y lujosos refugios subterráneos para millonarios decididos a sobrevivir en perfecto y ostentoso aislamiento a los ataques de los misiles de Irán o Corea del Norte, a una conflagración atómica con Rusia o China, y ahora a la pandemia de la COVID-19.

Continuadores de los “bichos” que entre la década del cincuenta y el setenta del pasado siglo iniciaron el negocio de los bunkers familiares en medio de la Guerra Fría, el dúo de Hall y Vicino y sus respectivas compañías, ofrecen variedad de modelos de amplias residencias bajo tierra donde los afortunados podrán resistir a todo lujo el obligado cautiverio mientras la superficie del planeta se carboniza en el horno atómico, o los virus y bacterias se enseñorean en lo poco que quede vivo más allá de las cubiertas de concreto y metal de los nuevos “palacetes” soterrados.

Y, desde luego, todo a precios asequibles… para los que amasan miles de millones de billetes verdes, y por tanto privilegiados usufructuarios de esta suerte de cavernas de última generación, donde no faltan piscinas, salones de juegos, bares bien surtidos, cocinas fastuosas, y dormitorios con falsas ventanas que muestran no menos falsos campos llenos de verdor o idílicos fondos marinos.

Nada, otra vez, y por encima de todas las desgracias, incluido el riesgo de desaparición del género humano, el incentivo vuelve a ser el nada solidario clamor de sálvese el que pueda… y no quien corra más o sea físicamente más apto, porque solo con los bolsillos rebosantes el uno en la lista estará asegurado.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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