A lo largo de la obra de la escritora Marilyn Bobes prevalece el interés de poner al lector frente a peculiaridades de las relaciones interpersonales, a elecciones de vida diferentes, a las motivaciones de ciertos sujetos en momento determinados de sus vidas y la del país y las “soluciones” que encuentran.
Sus lectores agradecen esta necesidad suya de contar historias con temas que pueden parecer intrascendentes, pero que en modo alguno lo son. Al mismo tiempo, desde las primeras páginas de sus narraciones se advierte un hilvanado tan exacto que la ardua elaboración puede pasar inadvertida.
Lo cierto es que Marilyn escribe las historias que se siente compulsada a sacar de dentro. También se dedica a la crítica literaria y a la edición. Vive sin desvelos después de recibir dos de los reconocimientos más importantes que su obra ha merecido: El Premio Casa de las Américas por los libros Alguien tiene que llorar, de cuento, en 1995, y la novela Fiebre de invierno, diez años después; lauros que sólo la obligan, según ha confesado, a ser más rigurosa con lo que escribe, a fin de no defraudar a sus lectores con libros de calidad inferior a los que obtuvieron esa distinción.
-Conversando sobre su poesía con el escritor Ahmel Echevarría, usted dijo: “Aspiro a que los recursos con los que construyo mis poemas estén en función de lo que quiero decir. Que constituyan un medio y no un fin”.¿Puede ser una postura que a veces se da de bruces con la de escritores cuya intención es armar toda una algarabía tecnicista y no establecer una comunicación efectiva con quien los lee?
Los problemas de la comunicación son complicados. Hay quienes disfrutan hasta de esa algarabía tecnicista a la que usted se refiere, y hay también quien piensa, como yo, que escribe en función de lo que quiere decir y se tropieza con un tipo de lector que desea aún más claridad. Creo que la diversidad es la mejor manera de que existan los públicos y no el público. En mi opinión, es un error considerar al receptor una masa homogénea con iguales intereses de recepción. Las preferencias pueden ir desde la diafanidad de un Mario Benedetti hasta la hermeticidad de un Lezama Lima. Creo que todo radica en el nivel de autenticidad y rigor. Se exprese de la forma que quiera expresarse.
-Usted ha escrito que la poesía le parece en estos momentos un género demasiado pródigo. Un bosque que no le permite vislumbrar los árboles. ¿Se ha relajado demasiado el rigor del escritor, de los jurados de los concursos, de los editores, de los periodistas y hasta del mismo lector con respecto a la poesía que se escribe hoy?
Eso pienso, aunque admito la posibilidad de estar equivocada.
-Refiriéndonos a su narrativa, en Fiebre de invierno y Mujer Perjura escribir se convierte en la manera de atestiguar la existencia, de encontrar sus claves. Pero al final de su novela Fiebre de invierno se lee: “Mientras tanto, yo, decidida a escribir Fiebre de invierno, contemplo de nuevo el rostro de Mozart y releeo la dedicatoria de la tarjeta postal de Nuta. Incomprensión y mezquindad, ¿qué sabrá Benvenuta de incomprensión y mezquindad? Ella, para quien todo ha sido tan fácil”. Aunque la protagonista de la novela logra escribir, sacar todo de dentro de sí, se advierte un ligero aire de ¿derrota? ¿Alcanza la escritura para estar en paz con el mundo y consigo mismo?
Confundir personajes con tesis de autor es un frecuente hábito que tienen algunos críticos. Evidentemente a la protagonista de Fiebre… la escritura no le bastó para como usted dice “estar en paz con el mundo y consigo mismo”. Supongo que a otros personajes de otras novelas sí. La escritura no es un método terapéutico ni un testimonio, sino una forma de conocimiento, una reflexión sobre la existencia. Eso no quiere decir que el escritor coincida siempre con el punto de vista de sus personajes. Solo se coloca en el lugar de los mismos para darles una vida virtual.
-¿Cómo ha sido su relación con el lector cubano? ¿Siente que cada uno de nosotros ha leído sus historias de acuerdo con sus propósitos o hemos podido hacer otras lecturas, llegar incluso a la guerrilla semiológica?
Lo bueno de la literatura es su carácter polisémico. De ahí que los lectores puedan añadir a la obra su propia subjetividad. Estoy convencida de que cada lector siempre lee una historia de diferente manera. Y ello me complace.
-Hace poco tiempo presentó una antología de su poesía, pero narrativa no publica desde el 2009. Después de tantos años de escritura, ¿cómo se enfrenta al proceso creativo?
Del mismo modo de siempre: por necesidad expresiva. No escribo para acumular títulos sino por aquello tan demodé que llaman inspiración. Además de hacer literatura tengo muchas otras ocupaciones, como la edición, el periodismo y las labores de promoción cultural. Todas tienen para mi vida profesional la misma importancia.
-¿Puede darme noticias de “Aprendiz de Menard”?
Es mi segundo libro de cuentos, que alguna vez tuvo ese título. Ahora se encuentra en proceso de edición por Letras Cubanas y se llama Los signos conjeturales. Se trata de un conjunto de relatos que tienen como tema a personajes de la literatura universal, contemporaneizados y revisitados para colocarlos ante nuevas situaciones.
-¿Pudiera suceder la reedición de Alguien tiene que llorar?
Tuve una propuesta de Ediciones Cubanas pero hasta ahora no se ha concretado.
-A la altura del 2012 cree que la literatura cubana ha podido desembarazarse de los temas abordados en los años 90. ¿Cuáles nuevas o viejas preocupaciones alientan los libros que se están editando en Cuba o que recientemente usted ha leído?
Creo que estamos viviendo un nuevo período de ruptura, donde irrumpe una mayor universalidad en los temas. Muchos libros que he leído desarrollan sus historias en metarrealidades o tienen como escenario otros países que no son Cuba. Aprecio también un desplazamiento hacia problemas intemporales del ser humano y un abandono de ese tono un poco periodístico o testimonial que prevaleció en los noventa, con excepciones.
-Pudiera caracterizarse como editora en un mudo editorial en el que usted ha dicho que falta agresividad o curiosidad por parte de los editores, ¿cómo es su relación con el autor cuyo libro está ayudando a salir al mundo?
Todo lo que me parece valioso trato de encaminarlo a través de la editorial donde trabajo, Ediciones Unión. Por supuesto que los libros que propongo pasan por una evaluación que realizan nuestros lectores y necesitan la aprobación de nuestro Consejo Editorial. La edición es un trabajo colectivo en lo que se refiere a la gestión. En cuanto a los libros aprobados que llegan a mis manos los asumo también como míos y sugiero cambios, supresión de capítulos, cualquier cosa que, en mi opinión, pueda mejorarlos. Al final, respeto siempre la decisión del autor. Pero nunca me limito a la función de redactora de estilo. Creo que un editor es mucho más que eso y en este sentido siempre trato de hacer lo que hago dando el máximo de la experiencia que puedo tener como escritora.
-¿Qué fue lo que la motivó a comenzar a escribir poesía a los 12 años?
Resulta difícil recordar por qué comencé a escribir. Quizás el hecho de que durante todos mis estudios primarios fui seleccionada por mis profesores para memorizar y recitar en los actos escolares textos de Martí, Bonifacio Byrne y otros autores que ya no recuerdo. Esas lecturas me pusieron en contacto desde edades muy tempranas con ese género de la literatura. Después, mi madre era asidua lectora de poetas “comerciales” como José Ángel Buesa o Hilarión Cabrisas y otros de más trascendencia como Juana de Ibarburu y Alfonsina Storni. En la Secundaria, con los primeros amores de adolescencia, surgió en mí el deseo de componer textos relacionados con sentimientos hasta entonces no experimentados que afloraban en mi interior. Mis motivaciones fueron ingenuas y nacieron de una necesidad expresiva muy íntima.
-¿Recuerda la sensación ante el primer libro publicado; ha variado esta con el paso de los años y la publicación de nuevos libros?
La sensación ante mi primer libro publicado fue de inmensa alegría. Tenía la certeza de haber alcanzado un nivel de realización profesional que no volvió a repetirse después con el paso de los años. Mi inmadurez de entonces no me permitía darme cuenta de la gran responsabilidad que había adquirido ante la sociedad y mis posibles lectores. Después de La aguja en el pajar he sentido siempre ese peso y un cierto malestar cuando me percato de la curiosidad (quizás lógica) que mi persona y no solo mi obra despierta entre los otros. Soy tímida y prefiero el anonimato. Pero creo que esa es una aspiración imposible para un escritor y, en general, para todo artista. Especialmente si ha ganado algún (o algunos) premio(s) de cierta importancia.
-¿Qué papel ha desempeñado su familia a la hora de perseverar en la escritura?
Mi perseverancia en escribir no ha dependido nunca de ningún factor externo, sino de mí misma. Mi familia siempre me ha dado su apoyo, a pesar de que no siempre les guste todo lo que escribo.
-¿Cómo es un buen día para Marilyn Bobes?
Un buen día para Marilyn Bobes son todos los días. Incluso los peores.
-En la entrevista con Amaury Pérez en el programa televisivo Con dos que se quieran usted dijo que había una manera cubana de escribir, refiriéndose a las claves de cubanidad presentes en la obra de escritores de la isla ¿Cómo es la manera cubana de vivir de Marilyn Bobes?
Esas son cosas que no se conceptualizan. Se experimentan y van desde la manera de comer hasta los modos de relacionarnos con nuestros compatriotas y con el entorno. Mi manera cubana de vivir quizás pudiera sintetizarla diciendo que es mi manera de ser como soy: una cubana orgullosa de serlo y de vivir en esta Isla que me hizo como soy.
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