“El Caribe es una forma de ser, de proyectarse con características propias. Esta parte del mundo tiene un sentido distinto que no tiene que ver con tambores y mulatas: es un asunto sanguíneo, y es, ante todo, la historia que nos define. Esa es la raíz secreta que nos comunica más allá de idiomas y razas”.
Así me confesó una tarde Jesús Cos Causse (1945-2007), el célebre autor del libro Las islas y las luciérnagas, fundador de estas citas que comenzaron en 1981 como un espacio para las artes escénicas. En su honor, el Encuentro de Poetas del Caribe y el Mundo, realizado dentro del convite, lleva su nombre.
El maestro Eduardo Rivero (1936-2012), el padre de la pieza Súlkary, artífice de la Compañía Teatro de la Danza del Caribe, sostenía que “el eros se derrama en el Caribe. Hay una forma especial de ser caribeño. Aquí la gente baila hasta caminando, baila hasta cuando se sienta”.
En este 2025 se vive hasta el 9 de julio la cuadragésima cuarta edición de la también llamada Fiesta del Fuego, dedicada especialmente a la isla de Curazao y al 510 aniversario de la fundación de Santiago de Cuba. Justamente una de las máximas de la cita, ha sido volcar la mirada hacia nosotros mismos, sin reparar en dimensiones grandes o pequeñas, así como asentar la condición del Caribe no solo como entorno geográfico, sino como un espacio cultural.

Aníbal Joel James Figarola (1942-2006), director de la Casa del Caribe hasta su fallecimiento, nos dejó la clarinada de que la independencia de nuestros pueblos pasa definitivamente por la defensa de la cultura popular y tradicional. Siempre habló del “milagro” y del “misterio” de esa creación.
Lo que sale del pecho no necesita focos, porque lleva luz propia. Por el Caribe asomó el llamado “Nuevo Mundo” a los ojos europeos. El Caribe es también confluencia y diáspora, y mucho de sus sabores y saberes van con su gente a cualquiera de las antiguas metrópolis o de las ciudades de este mundo.
El coloquio “El Caribe que nos une”, espacio teórico por excelencia, ha rendido homenaje a figuras imprescindibles de nuestra cultura como Miguel Matamoros y Armando Hart, dentro de un amplio abanico de investigaciones. Durante cuatro décadas, las calles e instituciones de Santiago de Cuba se han abierto lo mismo a defensores de los cultos sincréticos que a académicos y artistas de todas las manifestaciones, que portan en su arcoíris de creación y pensamiento, los saberes de nuestros pueblos.
La inclusión es el pasaporte del Festival. Por eso, en el último lustro, se ha unido una muestra de cine caribeño y un singular encuentro de tatuaje y perforación, a las muestras y talleres tradicionales de artes plásticas, religiosidad popular, música, danza y percusión, arqueología, teatro y educación popular.
Cada vez que el llamado Desfile de la Serpiente, el gran pasacalle, toma las arterias principales de la ciudad, que asoman los colores, que los toques llaman, que visitantes y lugareños exhiben sus sonrisas… se realiza un acto descolonizador, un aporte a nuestro conocimiento y reconocimiento, al cimarronaje de una cultura que el monopolio mediático quiere tantas veces reducir o ningunear.
El Caribe surgió a golpe de violencias, luchas y encantamientos. Tengo la suerte de vivir esta fiesta, y ya se sabe que en 2026, se dedicará a los afrodescendientes colombianos. Invariablemente, del 3 al 9 de julio. Cuando el simbólico diablo de paja se queme frente a la bahía santiaguera como acción final, la llama de la identidad se resguarda en lo más hondo. Y espera, encendida, la próxima vez.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.