Desde que comenzó la pandemia en el mundo, provocada por el impacto del nuevo coronavirus, y su enfrentamiento en nuestro país, han sido reiteradas las expresiones de reconocimiento a la visión de largo alcance presente en las concepciones del líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, sobre el papel de la ciencia en la solución de los principales problemas que habría de enfrentar la nación en el complejo camino hacia un desarrollo económico y social que garantizara el bienestar del pueblo.
El punto de referencia hoy para tales expresiones, lo constituye, evidentemente, la encomiable labor de nuestros científicos en la búsqueda primero, y en la materialización después, de cinco candidatos vacunales, cien por ciento cubanos, de los cuales dos ya han alcanzado la categoría de vacunas, como solución clínica ante la nueva enfermedad, con un probado impacto positivo, reconocido, incluso, a nivel internacional.
Y no nos falta razón a quienes afirmamos que en dichos resultados se transparenta la impronta de Fidel. Ello es innegable. El valor de sus concepciones, y de la obra que forjó, han sido decisivas para el enfrentamiento a la pandemia en Cuba.
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Y es, precisamente, esa obra la que es indispensable develar y divulgar, esencialmente en las actuales y futuras generaciones, pues, aunque en la conciencia cotidiana, la vacuna sea, como ya se ha expresado, el punto referencial del justo reconocimiento, lo cierto es que las concepciones de Fidel Castro acerca de la ciencia, no se limitan al campo de la medicina, ni solo al aspecto técnico-material del desarrollo científico. Es una concepción multifacética e integral, fraguada desde los mismos albores de la Revolución.
No es posible, en tan poco espacio, reseñar el legado de Fidel en el campo de la ciencia, forjado en medio de enormes dificultades por las que ha atravesado el proceso revolucionario cubano, en condiciones de economía subdesarrollada y bajo un asedio sin precedentes por parte de sucesivos gobiernos de Estados Unidos.
Fidel en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, inaugurado el primero de julio de 1986. (Tomada de Archivo de Granma)
En tales circunstancias, uno de los grandes méritos de Fidel Castro fue, desde un inicio, jerarquizar el valor del conocimiento para garantizar el futuro. De ahí su empeño en lograr el acceso masivo del pueblo a la educación y a la cultura, concebidos no solo como derechos humanos fundamentales, sino además como componentes esenciales de una concepción integral de la sociedad, en la que educación, cultura y ciencia conforman un todo único e interrelacionado y base para nuestra soberanía, independencia y desarrollo económico y social. A ello se suman su capacidad para analizar los contextos históricos, su voluntad para plantearse audaces metas y para trabajar en su consecución, así como su confianza ilimitada en las potencialidades intelectuales y éticas de los cubanos. Todo ello condicionó una inédita hazaña: lograr que un pequeño país subdesarrollado, bloqueado y amenazado por la principal potencia imperialista mundial, a solo 90 millas de sus costas, se adentrara con solidez por los complejos caminos de la ciencia.
Una de las primeras pautas trazadas por Fidel Castro, respecto a la definición de la política científica de la Revolución, - con un alcance hasta el presente y para el futuro-, fue su intervención el 15 de enero de 1960, en la Sociedad Espeleológica de Cuba, ocasión en la que se le otorgó el título de Socio de Honor de esa entidad científica, una de las pocas que existían en el país.
Esto tuvo lugar, en momentos en que la radicalización de la Revolución ya era palpable, lo que provocaba las acciones del enemigo, incluyendo la incitación al éxodo masivo de profesionales, además del inicio de la cruenta guerra económica impuesta por Estados Unidos. En este contexto, Fidel proyectó su concepción estratégica e integral sobre el rol de la ciencia, el pensamiento y la inteligencia para el desarrollo del país. Sentenciaba entonces el Comandante en Jefe: “El futuro de nuestra patria tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia, tiene que ser un futuro de hombres de pensamiento, porque precisamente es lo que más estamos sembrando; lo que más estamos sembrando son oportunidades a la inteligencia; ya que una parte considerabilísima de nuestro pueblo no tenía acceso a la cultura, ni a la ciencia".
Resulta interesante el hecho de que este discurso tiene lugar con anterioridad a sus célebres Palabras a los Intelectuales y al despliegue de la Campaña de Alfabetización en 1961, que convirtió a Cuba en el primer país de América Latina libre de analfabetismo.
Así mismo, con su extraordinaria sensibilidad humanista, desde entonces se comprometió a revertir el olvido al que estaba sometida la ciencia en la república neocolonial, y reconoció que lograr el desarrollo científico formaba parte de los objetivos priorizados de la Revolución, no solo desde el punto de vista socioeconómico, sino en materia de justicia social. A la vez, hizo patente su compromiso de promover políticas para el cultivo de las inteligencias y para el desarrollo de la ciencia y del pensamiento: A tal efecto, afirmaba: “¡Cuántas inteligencias se habrán desperdiciado en ese olvido! ¡Cuántas inteligencias se habrán perdido! Inteligencias que hoy se incorporarán a la vida de su país; inteligencias que hoy se incorporarán a la cultura y a la ciencia, porque para eso estamos convirtiendo las fortalezas en escuelas; para eso estamos construyendo ciudades escolares; para eso estamos llenando la isla de maestros, para que en el futuro la patria pueda contar con una pléyade brillante de hombres de pensamiento, de investigadores y de científicos”.
Fidel Castro en el Centro Nacional de Genética Médica, junto al Dr. Juan C. Dupuy Núñez, coordinador fundador del Contingente Médico Internacional para el enfrentamiento a desastres y graves epidemias Henry Reeve. (Tomada de Archivo de Granma)
Esos fueron los inicios de un largo y complejo camino que llega hasta el presente y se enrumba con optimismo hacia el futuro, pues en consecuencia con dicha estrategia, a lo largo de todo el proceso revolucionario, se han dedicado múltiples esfuerzos y recursos al desarrollo de la ciencia en Cuba y su implementación en la práctica social, en cuyo empeño es preciso –y justo– reconocer la titánica labor realizada por los miles de hombres de ciencia, y de muchos otros que, sin serlo, han contribuido significativamente en dicha obra, formados todos, precisamente, en los principios de la política científica nacional, fundada por Fidel Castro.
No es fácil sintetizar el legado de Fidel en el campo de la ciencia y en el despliegue de proyectos tecnológicos y de innovación en las diversas ramas de la economía y del desarrollo social en general. Pero sin lugar a dudas sus aportes y logros son palpables en los altos índices de desarrollo científico que hoy Cuba puede exhibir.
Vale la pena, por tanto, recordar algunos hitos que dan fe de su invaluable obra a favor del desarrollo simultáneo e integral de la cultura, la educación y la ciencia en la Cuba revolucionaria.
Es una obra sembrada durante el primer lustro de la Revolución, en las propias raíces de la construcción del socialismo en Cuba. No es casual que bajo su guía e impulso, desde 1959, se iniciara una profunda revolución educacional y que en 1961 se desplegara la inédita Campaña de Alfabetización a partir de sus convicciones sobre el importante rol de la participación popular y de los jóvenes en el proceso de transformación revolucionaria de la sociedad cubana.
Su visión de futuro también fue decisiva cuando la nueva institucionalidad creada para el desarrollo de la ciencia se concibió con un sentido inclusivo de la tecnología, la innovación y la protección de los recursos naturales. Un hito en ese empeño fue la creación de la Academia de Ciencias de Cuba en 1962, bajo una concepción integradora de todas las esferas y disciplinas de la ciencia, a lo que se unió el despliegue de la reforma universitaria y la creación del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CENIC) en 1965, matriz de otras instituciones que posteriormente fueron desarrollándose hasta conformar toda una potente y eficaz infraestructura para el desarrollo de la ciencia en el país.
Desde esos pilares, levantados por Fidel, la ciencia dejó de constituir una actividad de élites o de científicos aislados, para convertirse en patrimonio del pueblo a partir de la universalización de la educación. Ello se hizo patente, con singular fuerza, a lo largo de los años 70 y 80, en los que, junto con la creación de universidades y de múltiples centros de investigación, surgieron entidades como el Fórum de Ciencia y Técnica, las Brigadas Técnicas Juveniles, el Movimiento de Innovadores y Racionalizadores y otras, vinculadas con el movimiento obrero y sindical, que habrían de desempeñar un papel protagónico en la ardua tarea de contrarrestar las nefastas consecuencias derivadas del subdesarrollo y del bloqueo económico impuesto por los Estados Unidos.
Mención especial merece el impulso, diseño estratégico y presencia fundacional de Fidel en el surgimiento de diversas entidades de investigación en el campo de las ciencias biomédicas y agropecuarias, entre otras, con una proyección interdisciplinaria y colosal visión de futuro. En ese marco sobresale la creación del Sector Biotecnológico a partir de 1981, cuando su despliegue era monopolizado por países del llamado primer mundo. Ahí radica uno de los más importantes antecedentes de la fortaleza científica cubana que ha permitido hoy el enfrentamiento exitoso al nuevo coronavirus.
Lo que Fidel generó no se limita al rescate de inteligencias, ni a la creación de instituciones científicas, aunque esto solo ya sería un gran mérito. Su gran aporte en este campo ha sido generar una política de desarrollo de la ciencia y la tecnología impregnada de valores éticos, con un sentido humanista y de trabajo colectivo, de colaboración interinstitucional, de solidaridad internacional y de promoción de los diversos campos de la investigación científica, incluyendo las ciencias básicas, las ciencias técnicas y nucleares, así como la no menos importante esfera de las ciencias sociales y humanísticas.
Esa concepción tuvo su prueba de fuego en la década de los años 90 del pasado siglo, ante la necesidad de potenciar una economía basada en las ciencias para enfrentar los negativos impactos del derrumbe del socialismo en Europa del Este y la URSS y del recrudecimiento del bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba. A la vez, para garantizar la independencia y soberanía del país, la supervivencia de la Revolución y las bases para el desarrollo económico en nuevas y más complejas condiciones nacionales e internacionales.
En aquel contexto la capacidad de previsión de Fidel resultó decisiva al proclamar que la independencia del país dependía del desarrollo de la ciencia y la tecnología. Ante la escasez de recursos de todo tipo, sobre todo los energéticos, estimuló y potenció la producción de la inteligencia y el conocimiento, consciente de que estos factores habrían de desempeñar un rol estratégico en el desarrollo y futuro de la nación.
Esta concepción fue validada por acciones concretas que elevaron el nivel de desarrollo científico de la nación, particularmente la organización de los polos científicos a partir de 1991, cuya integración generó capacidades para potenciar los recursos científicos, tecnológicos y organizativos con que contaba el país y atender programas priorizados que dieran solución a múltiples problemas de la sociedad.
De igual forma, y como expresión de la materialización de esta línea de pensamiento de Fidel, se crea, en 1994, el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, como herramienta institucional para la proyección y concreción de la política científico-tecnológica nacional y la protección del medio ambiente, en sintonía con las ideas expuestas por él en la Conferencia de Naciones Unidas Sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en 1992, y que tanto impacto tuvieron en la comunidad internacional.
Desde entonces diversos programas continuaron enriqueciendo el quehacer científico nacional, varios de ellos asociados a la Batalla de Ideas que, bajo la concepción y dirección de Fidel, se desplegó en los primeros años del actual siglo.
Sus esfuerzos en defensa del papel de la ciencia en el desarrollo del país y de la solución de los problemas que afectan a la sociedad, fueron palpables hasta los últimos años de su vida, particularmente en el impulso de alternativas, con la aplicación del conocimiento científico, para enfrentar las dificultades en los ámbitos de la salud y la alimentación del pueblo.
Resumiendo todo lo anterior, que apenas constituye una apretada síntesis de las concepciones y la obra de Fidel Castro acerca de la ciencia y su papel en la vida social, se puede afirmar que ésta tiene un singular significado, muchas veces protagónico y decisivo, para la actividad y desarrollo de la comunidad científica cubana de nuestros días, no solo por lo que hizo, sino por lo que su legado aporta al presente y al futuro de nuestro país.
Los que de una u otra forma trabajamos en esa comunidad, independientemente de la rama de la ciencia de que se trate, somos parte de los agradecidos por su obra, y frutos de la promoción y siembra de inteligencias que proyectó desde los mismos albores del proceso revolucionario cubano.
Hoy, en Cuba, la ciencia constituye un arma poderosa, porque está en manos de miles de profesionales y trabajadores integrados a nuestro pueblo, plagado de hombres y mujeres de vasta experiencia, formando equipo con jóvenes educados y talentosos capaces de llevar adelante la Revolución como proceso integral de liberación nacional, antiimperialista y socialista.
De ahí que, en el actual contexto de enfrentamiento a la pandemia del coronavirus, el reconocimiento de la impronta y de la huella del pensamiento y la obra de Fidel Castro, con un profundo sentido ético, a favor de una ciencia para el mejoramiento humano, para la paz y no para la guerra, para y con el pueblo, y con nobles compromisos para el despliegue de solidaridad e internacionalismo, brote de manera espontánea en los hijos de este pueblo.
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