Presidente Biden:
Recientemente Usted se refirió a Cuba en la Casa Blanca diciendo: "Estaría dispuesto a administrar cantidades significativas de vacunas si ... una organización internacional administrara esas vacunas y lo hiciera de manera que los ciudadanos promedio tuvieran acceso a esas vacunas". También llamó a Cuba un "estado fallido".
Estas declaraciones sorprendieron a muchos, incluidos estadounidenses que han tenido contacto directo con el sistema de salud cubano. También indignó a los trabajadores cubanos de la salud de primera línea que arriesgan sus vidas para contener la epidemia de la COVID en nuestro país. Esto no refleja la realidad cubana y lamentamos que la desinformación por parte de actores malintencionados esté influyendo en sus decisiones políticas. Como científicos, médicos y ciudadanos preocupados, creemos que vale la pena verificar la realidad de tres supuestos implícitos en sus palabras.
Supuesto uno: Se necesita una intervención internacional para garantizar que todos los cubanos reciban vacunas.
Supuesto segundo: la respuesta de Cuba a la pandemia ha sido lúgubre, sintomática de un "Estado fallido".
Supuesto tercero: las vacunas suministradas por Estados Unidos son la única vía para garantizar la inmunización contra el COVID-19 para los 11 millones de habitantes de Cuba.
Analicemos estos supuestos uno por uno: el primer supuesto, que se necesita una intervención externa para garantizar el acceso a las vacunas para todos los cubanos - sugiere que el despliegue de las campañas de vacunación en Cuba son ineficientes y discriminatorias. Los hechos no respaldan este supuesto. De hecho, como han confirmado tanto la UNICEF como la Organización Mundial de la Salud, las tasas de vacunación infantil en Cuba superan el 99%. La inmunización es parte del sistema de salud pública universal de nuestro país, gratuita para todos los cubanos sin importar su condición socioeconómica, política, religión, sexo o raza.
El programa nacional de inmunización, creado en 1962, cubre todo el país. Desde 1999, todos los cubanos han estado protegidos contra 13 enfermedades potencialmente mortales, incluidas la difteria, el tétanos y la tosferina. Ocho de estas vacunas se fabrican en Cuba.
Como resultado de las altas tasas de vacunación, no hemos tenido un solo caso de sarampión en las últimas décadas. Por el contrario, los CDC confirmaron 1282 casos de sarampión en los Estados Unidos en 2019, y solo el 74% de los niños recibieron todas las vacunas recomendadas por los CDC.
El Instituto de Vacunas Finlay de La Habana desarrolló la primera vacuna eficaz del mundo contra la meningitis B (enfermedad meningocócica) en 1989. La incidencia anual de esta enfermedad en Cuba descendió de 14,4 / 100.000 habitantes a menos de 0,1 / 100.000 desde 2008, eliminando la enfermedad como problema de salud pública en el país.
Varios factores explican el éxito del programa nacional de vacunación de Cuba: las personas confían en los médicos y enfermeras de la familia, de fácil acceso, y en los profesionales de la salud de los policlínicos comunitarios, lo que hace que el rechazo a las vacunas sea muy poco común. A su vez, las capacidades organizativas del sistema de salud hacen que la implementación de campañas de vacunación sea rápida y confiable. Finalmente, los centros cubanos de investigación y producción biotecnológica están bien integrados con las necesidades del sistema de salud pública.
Hay colaboración estrecha de Cuba sobre vacunación con la Organización Mundial de la Salud y la UNICEF. Pero nunca ninguno de estos organismos ha sugerido la necesidad de intervenir para administrar vacunas en Cuba. Más bien, se ha pedido a los expertos cubanos en vacunas que ayuden en los esfuerzos mundiales para eliminar la poliomielitis, y la OMS ha recurrido a nuestras instalaciones de producción para exportar las vacunas que se necesitan con urgencia al "cinturón de la meningitis" en el África subsahariana.
Supuesto dos: la respuesta pandémica "fallida" de Cuba. Es desconcertante por qué, con tantas catástrofes de COVID reales en el hemisferio occidental, solo Cuba es etiquetada como un “estado fallido”. De hecho, Cuba ha experimentado un aumento reciente en los casos que amenaza con abrumar el sistema de salud en algunas partes del país. Sin embargo, su respuesta ha sido más eficaz que la de muchas otras naciones que no han recibido esta dura crítica de Estados Unidos.
Todos los países ahora enfrentan el desafío de nuevas variantes de COVID, como la variante Delta, que está generando fuertes aumentos en el número de casos. Cuba no es una excepción en este sentido. Lo que hace que Cuba sea única es la necesidad de manejar la epidemia bajo un embargo financiero, comercial y económico paralizante, impuesto por el gobierno de Estados Unidos durante las últimas seis décadas. Las 243 restricciones adicionales impuestas por la administración Trump, todas las que todavía están vigentes bajo su presidencia, tenían la intención de cerrar las pocas lagunas que quedaban en el bloqueo y, por lo tanto, cortar los ingresos a Cuba. Esto reduce el efectivo disponible para comprar insumos médicos y alimentos, y las demoras en la llegada de materiales al país.
Supuesto tres: la única ruta hacia la inmunidad contra COVID en Cuba es a través de las vacunas suministradas por Estados Unidos. Esto ignora el hecho de que más de dos millones de cubanos, o casi el 30,2% de la población, ya ha sido completamente vacunada, con vacunas desarrolladas en Cuba.
La vacuna Abdala recibió la autorización de uso de emergencia de la autoridad reguladora cubana el 9 de julio, convirtiéndose en la primera vacuna en alcanzar este estatus en América Latina. Abdala logró una eficacia del 92% en los ensayos clínicos de fase III, mientras que la vacuna Soberana alcanzó el 91% y también está cerca de la autorización de uso de emergencia. Al ritmo actual de vacunación, se podría llegar a toda la población en octubre o noviembre. Las dificultades en esta campaña, incluidas las importaciones de ingredientes vitales para la producción de las vacunas, se deben principalmente a la restricciones financieras impuestas por las sanciones estadounidenses.
Si el gobierno de Estados Unidos realmente quisiera ayudar a los cubanos, podría revertir las 243 medidas de la era de Trump, posiblemente solo con una firma del Presidente. El Congreso también podría levantar las sanciones por completo, como lo exigen cada año los votos abrumadores de las naciones del mundo en la Asamblea General de la ONU.
Durante la pandemia, la ciencia reitera que (aparte de la política) estamos todos juntos en esta situación. Todos estamos amenazados no solo por las enfermedades, sino también por el desafío sin precedentes del cambio climático. En este contexto, los sistemas de salud de todos los países deben ser apoyados, no socavados; y la colaboración debe estar a la orden del día. Más aún, teniendo en cuenta la alarmante escasez de vacunas en todo el mundo, especialmente peligrosas para los países de ingresos medios y bajos. Varios de ellos ya han mostrado interés en adquirir las vacunas cubanas, y nosotros argumentaríamos que tal contribución cubana a la equidad de las vacunas debería ser aplaudida por la administración Biden, no reprimida. La Ley de Democracia Cubana de 1992 (Parte II.6) prohíbe explícitamente las exportaciones a Cuba desde los Estados Unidos en los casos en que: “el producto a exportar podría usarse en la obtención de cualquier resultado biotecnológico”, lo que incluye las vacunas.
Pudimos vislumbrar lo que ambos países podrían haber hecho juntos durante la epidemia del virus del Ébola en África Occidental (2013-2016), cuando ambos países se esforzaron por contener la enfermedad y salvar vidas. Obviamente, los gobiernos de Estados Unidos y Cuba difieren en cuestiones fundamentales. Sin embargo, el mundo está lleno de tales discrepancias. La pregunta esencial, no sola para Cuba y los Estados Unidos, sino también para la civilización humana, es si las naciones pueden respetarse lo suficiente como para existir una al lado de la otra y cooperar.
Presidente Biden, Ud. puede hacer mucho bien si avanza en la dirección correcta y toma en consideración lo que la mayoría de los cubanos que viven en Cuba desean. Esto no incluye ignorar y debilitar su sistema de salud pública, pero sí incluye el respeto por los logros de la nación. Esperemos que las amenazas compartidas que plantea la pandemia de Covid conduzcan a una mayor colaboración, no a más confrontación. La historia será el juez.
Firmado por científicos, médicos y ciudadanos preocupados de Cuba y el mundo.
Open letter to President Biden about Covid Vaccines for Cuba
President Biden:
You recently referred to Cuba at a White House saying: "I would be prepared to give significant amounts of vaccines if… an international organization would administer those vaccines and do it in a way that average citizens would have access to those vaccines." You also called Cuba a “failed state”.
These statements surprised many, including those in the U.S. who have first-hand exposure to Cuba’s health system. It also rankled frontline Cuban health workers risking their lives to contain the COVID epidemic in our country. They do not reflect Cuban reality, and we deplore that disinformation by malicious actors is influencing your policy decisions. As scientists, doctors, and concerned citizens, we believe it’s worth fact-checking three assumptions implicit in what you said.
Assumption one: International intervention is needed to ensure all Cubans receive vaccines.
Assumption two: Cuba’s response to the pandemic has been dismal, symptomatic of a “failed state”.
Assumption three: U.S.-supplied vaccines are the only route to guarantee COVID-19 immunization for Cuba’s 11 million people.
Let’s take these one by one: the first assumption – that intervention is needed to guarantee vaccine access for all Cubans – suggests that vaccine rollout in Cuba is inefficient and discriminatory. But the data does not support this. In fact, as both UNICEF and the World Health Organization have confirmed, childhood vaccination rates are over 99%. Immunization is part of our country’s universal public health system, free to all Cubans regardless of socioeconomic status, politics, religion, sex, or race.
The national immunization program, created in 1962, covers the whole country. Since 1999, all Cubans have been protected against 13 potentially fatal diseases, including diphtheria, tetanus, and pertussis. Eight of these vaccines are manufactured in Cuba.
As a result of high vaccination rates, we have not had a single case of measles. In contrast, the CDC confirmed 1282 measles cases in the United States in 2019, with only 74% of children receiving all CDC-recommended vaccines.
The Finlay Vaccine Institute in Havana developed the world’s first effective vaccine against/for meningitis B (meningococcal disease) in 1989. The annual incidence of meningococcal disease in Cuba dropped from 14.4/100,000 population before vaccination to less than 0.1/100,000 since 2008— eliminating the illness as a public health problem in the country.
Several factors explain the success of Cuba’s national vaccination program: people trust the easily accessible neighborhood family doctors and nurses, and the health professionals at their community polyclinics—making vaccine hesitancy very rare. In turn, the health system’s organizational capacities make vaccine rollout fast and dependable. Finally, Cuban biotechnological research and production centers are well integrated with the needs of the public health system.
Working partnerships on vaccination have developed with the World Health Organization and UNICEF. But none of these has ever suggested the need to step in to administer vaccines in Cuba. Rather, Cuban vaccine experts have been called upon to assist in global efforts to eliminate polio, and our production facilities have been tapped by WHO to export urgently needed vaccines to the “meningitis belt” in sub-Saharan Africa.
Assumption two: Cuba’s “failed” pandemic response. It is puzzling why, with so many real COVID catastrophes in the Western Hemisphere, only Cuba is labelled a “failed state”. Cuba has indeed seen a recent spike in cases that threatens to overwhelm the health system in parts of the country. However, it’s response has been more effective than many other nations that have not received this harsh criticism from the U.S.
All countries are now challenged with new COVID variants, such as Delta, often driving sharp increases in cases. Cuba is no exception. What makes Cuba unique is the need to manage the epidemic under a crippling financial, trade and economic embargo enforced by the U.S. government for the last six decades. The 243 additional restrictions slapped on by the Trump administration—everyone still in place under your presidency—were intended to close the blockade’s few remaining loopholes, and thus choke off revenues to Cuba. This reduces the cash available to buy medical supplies and food, and delays in the arrival of materials to the country.
Assumption three: the only route to COVID immunity in Cuba is through U.S.-supplied vaccines. This ignores the fact that more than two million Cubans, or nearly 30,2 % of the population, have already been fully vaccinated with Cuban developed vaccines.
The Abdala vaccine received emergency use authorization from the Cuban regulatory authority on July 9, making it the first vaccine to achieve this status in Latin America. Abdala achieved 92% efficacy in Phase III clinical trials, while the Soberana Vaccine achieved 91% and is also close to emergency use authorization. At the current rate of vaccinated, the entire population could be reached by October or November. Difficulties in rollout, including imports of vital vaccine ingredients, are due primarily to the financial squeeze of U.S. sanctions.
If the U.S. government really wanted to help Cubans, it could roll back the 243 Trump-era measures—possible with the stroke of the president’s pen. Congress could also lift sanctions altogether, as demanded each year by overwhelming votes at the UN General Assembly by the nations of the world.
During the pandemic, science reiterates that (politics aside) we are all in this together. All of us are threatened not only by disease but also by the unprecedented challenge of climate change. In this context, health systems of all countries should be supported, not undermined; and collaboration should be the order of the day. More so, taking into consideration the alarming dearth of vaccines worldwide, especially dangerous for middle- and low-income countries. A number of them have already shown an interest in acquiring the Cuban vaccines, and we would argue that such a Cuban contribution to vaccine equity should be applauded by the Biden administration, not stifled. The Cuban Democracy Act of 1992 (Part II.6) explicitly bans exports to Cuba from the U.S. in cases where: “the item to be exported could be used in the production of any biotechnological product”, which includes vaccines.
We had a glimpse of both countries could have done together during the Western African Ebola virus epidemic (2013–2016), when both countries strove to contain disease and save lives. Obviously, the U.S. and Cuban governments differ on fundamental issues. Yet the world is full of such discrepancies. The essential question, not only for Cuba and the U.S., but also for human civilization, is whether nations can respect each other enough to exist side-by-side and cooperate.
President Biden, you can do much good if you move in the right direction and take into consideration what most Cubans living in Cuba desire. This does not include bypassing and weaking its public health system but does include respect for the nation’s achievements. Let us hope that the shared threats posed by the Covid pandemic will lead to more collaboration, not more confrontation. History will be the judge.
Signed by scientists, doctors and concerned citizens from Cuba and the world.
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