Por: Daniel Mediavilla
Rafael Pérez-Escamilla, profesor de salud pública de la Universidad de Yale (EE UU), lleva muchos años analizando los beneficios para la salud de la lactancia materna. “La complejidad de la leche materna es inigualable y apenas estamos empezando a comprenderla”, apunta. “Son docenas de compuestos distintos que tienen una concentración que cambia con la edad del niño. Y también cambia durante el episodio de amamantamiento. Al principio, hay mucha más agua y al final más grasa, y esa señal es la que ayuda a los niños a regular el apetito. Eso es muy difícil de igualar por las fórmulas infantiles”, explica el científico mexicano. En una revisión de estudios reciente, Pérez-Escamilla y otros colegas han concluido que un mayor periodo de lactancia reduce el riesgo de que los bebés sufran obesidad o sobrepeso cuando se hacen mayores.
Los beneficios de la lactancia materna en la prevención de la obesidad se han observado en un buen número de estudios epidemiológicos, que también han identificado beneficios inmunológicos de dar el pecho. “Cuando el bebé mama, el sistema inmunológico de la madre y el bebé se comunica de manera excepcional y la leche materna se convierte en una medicina personalizada”, añade. Además, cuando el bebé mama directamente de la madre, es menos probable que coma en exceso, porque cuando ya no tiene hambre deja de succionar la leche. Cuando se les alimenta con el biberón, es más probable que se les empuje a acabarlo y se pierda el valor de aprendizaje de regulación del apetito. La OMS recomienda que se ponga a mamar al bebé en la primera hora después del nacimiento, que se le dé el pecho de forma exclusiva durante los primeros seis meses y que después se combine con alimentos sólidos hasta los dos años.
Pese a la acumulación de información sobre los beneficios de prolongar la lactancia materna para prevenir la obesidad, no es fácil identificar los mecanismos que expliquen por qué sucede o incluso separar los efectos de la lactancia en sí de otros que pueden ir asociados; cuando una madre puede dar el pecho durante año y medio a su criatura, quizá tenga otras condiciones que le ayudan a prevenir que sufra sobrepeso. Por eso, es importante comprender los mecanismos que explicarían el efecto protector de la lactancia frente a la obesidad y eso es lo que ha tratado de hacer un grupo de investigadores del Centro de Investigación Biomédica en Red de Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBEROBN), el Centro Singular de Investigación en Medicina Molecular y Enfermedades Crónicas de la USC (CiMUS) y el Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago de Compostela (IDIS).
“Hay bastantes estudios en los últimos años en los que se ha observado la relación entre una lactancia prolongada y la protección frente a la obesidad y otras patologías”, afirma Luisa Seoane, líder del trabajo que se acaba de publicar en la revista Nature Metabolism. “Se ha visto también una relación entre el peso de la madre y su alimentación, incluso antes de la gestación, y el peso del niño al nacer o su composición corporal”, añade. “Pero los estudios en humanos son muy difíciles, no se puede controlar todo. Para hacerlo hemos diseñado un modelo animal, con ratones, en el que controlamos todo, desde la genética a la actividad física o lo que comen”, continúa. “Así, conseguimos ver los mecanismos asociados única y exclusivamente al efecto de la lactancia materna”, indica.
Los autores del estudio observaron que uno de los factores que explican el fenómeno es la liberación de una proteína conocida como FGF21 desde el hígado. Esta proteína llega después al hipotálamo, una región donde se regula el apetito y la utilización de energía en el organismo. Además, esta activación incrementa la actividad de la grasa parda, relacionada con un mayor consumo de energía. “Lo que hemos visto en los animales no es que coman menos. La cantidad de comida se mantiene, pero gastan más grasa. En los animales con lactancia muy prolongada, la grasa parda está muy activada y este es uno de los motivos que explican el mayor consumo de energía con la misma actividad. Además, la grasa blanca se transforma en grasa parda, incrementando el efecto”, señala Seoane. “Nuestro trabajo describe por primera vez la existencia de un mecanismo alterado por la lactancia materna con efectos permanentes hasta la edad adulta y que involucra tanto a órganos periféricos, como el hígado o tejido adiposo, y al cerebro”, resume la investigadora.
Los responsables del estudio quieren ahora estudiar si los cambios observados son fruto de la leche o tienen que ver también con el hecho de tomar el pecho y de pasar más tiempo con la madre. “Queremos ver si podemos desarrollar estas dianas con objetivo terapéutico”, explica Seoane. Se sabe que en la edad adulta, el mantenimiento de la actividad de la grasa marrón reduce la incidencia de la diabetes o las enfermedades cardiovasculares. “Ya que solo la exposición al frío se ha probado eficaz para incrementar la actividad del tejido adiposo marrón en adultos, la idea de ampliar la duración de la lactancia para estimular la actividad de esta grasa durante la edad adulta es interesante”, escriben los autores del artículo.
Pese a la acumulación de pruebas sobre los beneficios de prolongar la lactancia materna, los expertos reconocen las dificultades para aplicar estos conocimientos. “Dar el pecho por al menos dos años se dice fácil, pero mi mensaje es que cuanto más tiempo se haga, más se van a beneficiar los niños y también las madres”, afirma Pérez-Escamilla. “La mayor duración de la lactancia materna beneficia a los bebés, pero también se asocia a una menor incidencia de cáncer de mama, de ovario, de hipertensión o enfermedades cardiovasculares”, finaliza el científico de Yale.
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