La frase que da título a esta nota sobre un recuerdo de la infancia la estuve escuchando durante mucho tiempo y estaba referida a personas que demostraban un alto poder de convencimiento para llevar a los demás a hacer hasta las cosas más descabelladas.
Estábamos haciendo las prácticas de la carrera de Periodismo en 1969 cuando a los miembros del grupo nos ubicaron en regiones y municipios de las entonces seis provincias para reportar sobre la Zafra de los Diez Millones.
Acordamos encontrarnos en Trinidad un fin de semana, y aunque el transporte público podía calificarse de excelente en relación con el actual, la cantidad de pasajeros era abrumadora y tenía horarios que en este caso no resultaron convenientes.
Era domingo y ya cada cual debía irse para estar el lunes por el mediodía en su lugar de trabajo, pero Octavio Expósito y yo quedamos últimos con los frustrados intentos de viajar hacia Santa Clara, pues todos se habían marchado.
De pronto, mientras con vistas el ómnibus Trinidad-La Habana pedían varios pasajeros para cubrir sus capacidades, mi condiscípulo me llevó a obtener el boletín mientras decía que era mejor dormir viajando en la guagua que no en los duros bancos de la terminal.
Al cabo de varias horas, al despertar por la madrugada le reproché haberme arrastrado a esa locura, guardó silencio y al llegar nos anotamos en la lista de los fallos, tranquilamente me invitó a desayunar en Coppelia, y luego abordamos un ómnibus que nos dejó a las 12 y 30 en Santa Clara.
Conté el recorrido a los colegas del periódico Vanguardia, y alguien dijo: a Octavio no lo dejes hablar porque te convence… pero al paso del tiempo comprendí que es de los que piensa en todo y establece prioridades enfocado a su objetivo.
Es capaz de imaginar lo que realmente pudiera suceder y propone soluciones, pero además con argumentos tan sólidos como que era mejor pernoctar en un cómodo asiento reclinable con aire acondicionado que en los bancos de una terminal.
Y por supuesto, se podía comprobar lo incómodo que era estar en esa estación trinitaria, pero ya él había investigado los horarios de salida y llegada de los ómnibus y la situación de la lista de fallos que según él, no era difícil el lunes por la mañana de La Habana a Santa Clara.
Además, era realista lo que proponía, pues milagrosamente había asientos disponibles para salir de Trinidad, y formuló la pregunta de dónde era mejor pasar la madrugada, algo que convencía a cualquiera, además que daríamos un paseo por Coppelia aunque significara alejarnos para luego regresar.
Estos recuerdos brotaron hace poco cuando le dije que a él debía no haber perecido en un accidente, por decidir esperarlo, pues no viajé con el tercero de nosotros que murió junto al que estaba sentado a su lado en un ómnibus de Sancti Spíritus a Trinidad.
Octavio es un octogenario que se ha dedicado a estudiar sobre las propiedades de las plantas, lo dejé hablar y ya estoy elaborando repelentes caseros con yerbas aromáticas para evitar las picadas de insectos como los mosquitos y jejenes.

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