“Mamá, ¿no va a amanecer?”. Esas fueron las palabras de mi pequeño hijo de solo siete años aquella madrugada de sábado para domingo del 10 de septiembre último y luego de ayudarlo en medio de la oscuridad de la noche y el sonido impetuoso de los vientos, el agua por todo el piso de casa, a llegar hasta el baño y regresar a mi cama, logré que volviera a dormirse, aparentemente tranquilo.
Tenía entonces el pecho apretado y un nudo en la garganta que no podía desprender de mí. Me parecía la noche más larga de mi vida y así lo expresé en esa gran plaza pública que es Facebook, gracias a la cual accedía por momentos para informarme, compartir con algunos amigos, ofrecer noticias a otros lejanos y hasta consolarme, mientras la batería de mi móvil me lo permitiera, pues ya hacía horas que faltaba el fluido eléctrico en toda la capital cubana, como en toda Cuba, supongo.
Las primeras luces del día realmente demoraron en aparecer y solo pensaba en lo que encontraría después en los alrededores, en lo que vería en imágenes tras las noticias que escuchaba sobre las casi 24 horas que el huracán Irma venia azotando de una u otra forma casi todo el país. No podía evitar recordar y hacer vívidas aquellas escenas del 2008 luego del paso de Gustav y después de Ike por mi tierra pinareña. Aquellos momentos los había vivido junto a mis abuelos, en mi casa natal y mi provincia parecía después el resultado de esa bomba nuclear de las que nos hablara Fidel en una de sus reflexiones.
El domingo 10 el diario Juventud Rebelde ratificaba en el titular de su portada principal el sentir de millones en aquella noche: “El sábado más largo”, decía. Después me sentiría hasta un poco culpable, flaquee —le dije a algunos colegas y amigos— y me dejé llevar por una especie de pesimismo o incertidumbre que pocas veces había sentido y lo expresé a millones en el mundo a través de Internet en vez de demostrar más valentía.
Por eso en cuanto alumbraron los primeros rayos, saqué el agua que por mucho que cubrimos no pudimos evitar que los vientos y las fuertes lluvias impusieran su entrada por las ventanas de mi apartamento, dejó de llover, salió el sol —aun no muy intenso— y con mi pequeño a mi lado, mochila a las espaldas y algunos equipos, recorrí el reparto donde vivo y aprecié la magnitud de los destrozos, al menos a pocos kilómetros de distancia.
Durante los días posteriores, el tiempo ha transcurrido de forma extraña, a veces con más pesares, a veces con más ímpetu. Ha sido difícil ver lo que la naturaleza nos puede deparar, la magnitud de un fenómeno natural a lo largo de toda una nación, acostumbrada a enfrentarlos sí, y a erguirse, levantarse, pero no por eso ha sido ni será menos difícil.
Pero el mensaje tenia y debía ser otro, para mí y para con los demás, también para los millones que en todo el mundo estaban pendientes y extendiendo su mano como nunca antes. He visto levantarse casi el sistema electroenergético nacional en días, reponerse servicios básicos que en otros momentos hubiera sido impensable reponer en tan poco tiempo, como los del gas o los del agua. Hemos visto muchos huracanes de brigadas distribuidas por toda Cuba trabajando para que podamos salir cuanto antes de lo que está en nuestras manos resolver y tenemos la obligación de hacerlo.
He visto también a los colegas de la prensa cubana erguirse entre los mil escollos que vivimos a diario y darse a ese pueblo que amamos, a este país que es de todos para mantenerlo informado, organizado, cuidándose, trabajando, alertando, como lo han hecho también los panaderos, los bomberos, nuestros oficiales del orden público, los de rescate y salvamento y de las Fuerzas Armadas, el personal médico, los maestros cuyas escuelas se convierten en centros de evacuación, trabajadores del turismo que salvaguardan vidas y ofrecen lo mejor a los visitantes, tantos y tantos y tantos otros.
Tampoco todo es como quisiéramos, hay personas egoístas que solo piensan en sí y en medio de situaciones como estas se aprovechan, como los que roban o estafan, los que exigen más allá de las posibilidades sin pensar en otros que están mucho peores en muchos rincones de esta misma casa que es de todos y que aún no se sabe cuándo tendrán lo que ya en lugares como nuestra capital se ha restablecido. He visto también a los que inertes esperan de brazos cruzados a que todo nos lo pongan en la boca como si las cosas cayeran del cielo y no son capaces de mover un dedo para limpiar ni siquiera unos metros alrededor de su vivienda o centro laboral. Pero, por suerte, esos son los menos.
Es verdad que hemos sufrido y llorado a los fallecidos que tuvimos después de tanto esfuerzo y entrega y que de eso también deberemos aprender todos. Pero la hermandad, la solidaridad, el sentido común de millones que en el mundo cada día se expresan en palabras y en acciones para ayudar a levantar el país, nos han dado también nuevos bríos para seguir.
A poco más de una semana del paso del huracán Irma por Cuba, hemos visto la vitalidad de nuestro sistema electroenergético restablecerse poco a poco, como las telecomunicaciones, la apertura de centros culturales, el reinicio paulatino del curso escolar por regiones, la vitalidad de un sistema de salud pública que no dejó de funcionar en ningún momento y la emergencia de un plan integral de acciones que inmiscuyó a toda la sociedad en el saneamiento y la limpieza. Y créanme, en la capital fue vital ante ya peores males y el paso de los días.
Este sábado volví al mar, ese que amamos y que en jornadas como estas tantos destrozos nos causó, ese que nos alimenta y nos encanta, nos separa y nos une, nos abraza y nos lleva muy lejos porque para los que vivimos en una Isla es casi impensable no volver a él una y otra vez para reencontrarnos. Todavía el malecón habanero y el mar no muestran sus mejores galas, en algunos lugares las autoridades no permiten acercarnos a su muro. Se extrañan las parejas en él, los amigos, las familias enteras que lo recorren, los visitantes lejanos que quieren conocerlo, apreciarlo, los amores que allí se reencuentran o las personas que también vuelven a él para hacerlo consigo mismas.
En las redes sociales todo es optimismo y mensajes de aliento, caricaturas, memes, infografías, pequeños videos y hasta bromas se juegan unos a otros para que ese humor que caracteriza al cubano y que bien conocen los amigos del mundo, nos ayuden en días en que nos levantamos del suelo y sabemos cuánta falta nos hace la alegría y el optimismo.
El cantautor y amigo Arnaldo Rodríguez comparte en las redes uno de sus temas musicales más conocidos, La Tormenta o El Ciclón, esta vez graficado con imágenes de los destrozos causados en su natal y querida tierra avileña, al centro de Cuba. Y resuena de nuevo aquello de “Parece que el ciclón ya se fue/ y ya se pueden ver las estrellas/ parece que la vida cambió/ y yo cambié con ella/”. Otra invitación a la reflexión y la acción, a seguir.
Entonces recuerdo de nuevo aquella pregunta de mi pequeño: “¿Mamá, no va a amanecer?”, y sin dejar que me agobien por un momento las imágenes de aquella larga noche de sábado, solo me ratifico la respuesta que en aquel momento le di, con fuerza —al menos aparente— y que hoy y siempre tomará muchas dimensiones: “Sí, mi pequeño, siempre amanece. Y el sol alumbrará más lindo. Sin dudas, así será”. Y así ha sido.
Alina
19/9/17 11:20
Bello artículo , gracias , me amocioné pues es así como expresastes , deberían publicarlo en otras web ...........
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