Estábamos “condenados” desde décadas atrás, pensé. El 24 febrero de 1965, en la Conferencia Afroasiática de Argelia, el Che había tomado el micrófono y, entre tantas verdades, señaló que el ejercicio del internacionalismo proletario era “no solo un deber de los pueblos que luchan por asegurar un futuro mejor; además, es una necesidad insoslayable […]”.
“No puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad […]”. El desarrollo de los subdesarrollados debe costar a los países socialistas”.
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Se cumplen 15 años del acto formal, pero lo cierto es que la “Henry Reeve” vivía, aunque sin nombre, desde el mismísimo 1960 cuando un terremoto le propinó a Chile dolorosa hincada… y hasta allá fueron los nuestros.
Después sería Perú, Nicaragua, Honduras, México, Nicaragua otra vez, Armenia, Irán, nuevamente Honduras, Guatemala, Nicaragua de nuevo, Venezuela, El Salvador, Ecuador, Nicaragua y Honduras una vez más, Argelia, Sri–Lanka, Indonesia y Guyana. En cada uno de estos países hubo algún “corre-corre” al que asistieron cubiches con sus toneladas de medicamentos, toneladas nuestras, pagadas con el trabajo de tus abuelas, sus tíos, mis padres…
Fue Katrina –violenta hembra– quien terminó por colocar el nombre. Despeinada y odiosa le entró por el sur al “gran” imperio y no perdonó. La fuerza médica de 1586 doctores y doctoras que estuvo días esperando por el “sí” del gobierno de Estados Unidos había sido bautizada con el mismo nombre de aquel “Inglesito” que en tiempos de manigua y cornetas había empuñado machete cubano.
Fidel diría después que la conducta de Cuba no tenía nada de extraño, que no podíamos permanecer indiferentes, que era “como si un gran crucero norteamericano con miles de viajeros a bordo estuviera hundiéndose en las proximidades de nuestras costas”.
El 19 de septiembre de 2005, a menos de un mes del terrible huracán, el Comandante dejaría constituido el Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastre y Graves Epidemias “Henry Reeve”.
Remarcó que “hay que formar los médicos que requieran los campos, las aldeas, los barrios marginados y pobres de las ciudades del tercer mundo”. Dijo más:
“Nosotros ofrecemos formar profesionales dispuestos a luchar contra la muerte. Nosotros demostraremos que hay respuesta a muchas de las tragedias del planeta. Nosotros demostramos que el ser humano puede y debe ser mejor. Nosotros demostramos el valor de la conciencia y la ética. Nosotros ofrecemos vidas”.
Luego de aquel acto multitudinario, cargamos al auxilio de guatemaltecos, pakistaníes, bolivianos, indonesios, chinos, chilenos… haitianos, tras el temblor y el cólera, pobladores del África Occidental, con el ébola, y ahora, con esto de las mascarillas mundiales, hemos "entrometido" las narices “ennasobucadas” en más lugares de los que los dedos juntos de nuestras manos y pies puedan contar.
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“Está difícil eso de ser como el Che”, le confieso.
“Aquí hay una pila de gente que es como el Che, asere”, alega mi socio Darío, mientras se coloca a conciencia junto a los cristales. En estos tiempos la moda es lanzar piedras; el vidrio suele resultar débil y, cuando se rompe, hiere. “A su manera. El Che era el Che.”
Le respondo que sí, que realmente andar metidos en aquellas guerras de África, de América… y el internacionalismo en general era algo muy duro y que más nadie ha hecho.
“Ni de lejos”, agrega en alusión a mi última sentencia. “Eso es Che puro –suelta una mala palabra a modo de interjección gramatical–, en masa, miles de gentes, a veces voluntarios”.
Corto la conversación, cierro el chat y agarro un libro de Cintio. En la página 32 encuentro una frase de José de la Luz y Caballero, salvada de las entrañas del siglo XIX. La leo y los ojos se me van poniendo inmensos, mientras comprendo que nuestro sino está dictado desde hace casi 200 años:
“La doctrina del sacrificio es la madre de lo poco que somos (…)”, nos contaba Don Pepe.
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