En el marco del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, hay varios temas sobre los cuales hablar. No solo es una fecha en la que podemos hacer balances y revisiones, es un momento en el que debemos insistir en la agenda pendiente que nos permita seguir mejorando las condiciones de vida de estos pueblos.
Los países de América Latina del siglo XXI están experimentando una profundización de sus democracias, proceso que va de la mano con la reflexión y mirada crítica al desarrollo y con el creciente convencimiento de que este debe centrarse en la igualdad con una perspectiva de derechos. Esto supone enfrentar las desigualdades que persisten en la región, en particular aquellas que afectan a los pueblos indígenas, que han sido históricamente excluidos y discriminados. Conlleva, además, garantizar el igual disfrute de los derechos humanos de las personas indígenas y, al mismo tiempo, el derecho a ser colectivos diferentes.
Este siglo se inicia con el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas y su innegable protagonismo en las agendas nacionales e internacionales. En las postrimerías del Segundo Decenio Internacional de los Pueblos Indígenas, cabe preguntarse entonces cuánto y cómo se ha avanzado en la implementación de sus derechos, y cuánto y cómo se está avanzando en la construcción de democracias pluriculturales.
En septiembre de 2007 se dio un paso importante para el impulso del reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas del mundo cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó por aplastante mayoría la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, que había sido elaborada y negociada por el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas durante más de 20 años. Únicamente cuatro Estados (Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Estados Unidos) votaron en contra de la Declaración.
Un argumento habitual es que teóricamente todos los derechos humanos se aplican a todos los individuos universalmente y por igual, de modo que también a las personas indígenas. Si este no siempre ha sido el caso en la vida real (como está ampliamente documentado en todo el mundo), no se debe a los derechos en sí, sino a los errores en su implementación. Consecuentemente, los Estados deben desplegar esfuerzos más enérgicos para la implementación real de todos los derechos humanos, mientras que la sociedad civil, así como los mecanismos internacionales de protección, deben estar más alertas para hacer que los Estados asuman debidamente su responsabilidad en este sentido.
A menos que resolvamos los detalles prácticos para mejorar los mecanismos de derechos humanos, esto seguirá siendo palabrería vacía. Pero resolver los detalles prácticos tiene que ver con las estructuras institucionales existentes, los sistemas legales y las relaciones de poder, que a su vez se relacionan con un sistema social más complejo en el que las y los indígenas son, para empezar, las víctimas históricas de violaciones a los derechos humanos.
Mejorar el acceso a los tribunales, establecer una oficina de derechos humanos con atención especial a los pueblos indígenas, instaurar agencias especiales de monitoreo, adoptar medidas reguladoras y nuevas leyes, apunta todo ello en la dirección correcta, pero a menos que se aborden directamente las cuestiones centrales, el progreso será lento, en el mejor de los casos.
Si los mecanismos adecuados de protección de los derechos humanos no han funcionado o al menos no han funcionado bien para los pueblos indígenas, entonces debemos contemplar otros factores, tales como la discriminación contra los pueblos indígenas en el contexto de sociedades específicas.
La discriminación es un término multiuso que, de hecho, se refiere a un fenómeno complejo y multidimensional, o más bien, a una multitud de fenómenos de todo tipo. En el nivel más inmediato, la discriminación se refiere a las relaciones interpersonales basadas en estereotipos y prejuicios que se relacionan con las diferencias percibidas entre miembros de grupos diferentes en una sociedad.
Su expresión más universalmente conocida es la de la discriminación racial o el racismo. Esto quiere decir, el rechazo de una persona por otra en base a unas diferencias físicas percibidas (o imaginadas).
Habría entonces que seguir insistiendo en una conformación fuera de bases excluyentes y más a la atención de la persona, del roce efectivo intercultural, o simplemente de una apuesta hacia lo renovador. Pensemos, por ejemplo, en la diferencia que representaría un cambio hacia la relevancia de contar historias de vidas comunes y colectivas, la movilidad espacial de los pueblos indígenas en América Latina como centro de convivencia, el derecho de los pueblos indígenas al bienestar, a la información y a la comunicación.
Los desafíos para avanzar hacia la igualdad en la diversidad serían muchos, pero más corto el camino en ese proceso. Ahora recuerdo una frase que mi abuela siempre decía: “el cariño es tocar con respeto otros mundos”. Habrá entonces que acercar otros mundos, respetarlos, o simplemente sentarse a conocer desde la ciencia o la práctica.
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