Nadie duerme la noche previa a un viaje y, si alguien dice lo contrario, quizás miente. Luego de tres meses y 15 días, abandonamos la ciudad que nos acogió y el sitio que fue morada. En Chimbote quedaba la señora Rosita, quien nunca tuvo un gesto despojado de amabilidad y comprensión para con nosotros.
La madrugada, los bultos, la guagua, la presión por viaje y a lo desconocido, la altura... una ensarta de sensaciones que podrían resumirse en “miedo al cambio”. Cercano a las seis de la mañana, después de introducir en el ómnibus hasta la última pertenencia de cada “guerrero”, partimos hacia Huaraz.
Esta urbe, cuyo nombre en quechua: Waraq o Waras, significa amanecer, fue fundada como San Sebastián de Huaraz el 20 de enero de 1574. Resulta capital del distrito y provincia homónimos y del departamento de Áncash.
Está al sur del valle conocido por Callejón de Huaylas, a una altitud media de 3050 metros sobre el nivel del mar. Su extensión aproximada es de 9 kilómetros cuadrados y su población, según registros de 2019, sobrepasa los 120 000 habitantes. Se trata de la ciudad más poblada del departamento.
En 1970, un terremoto sin precedentes sacudió el territorio, dejando el 95 por ciento de la infraestructura citadina destruida y un saldo de 20 000 huaracinos fallecidos.
Ante tal situación, se realizó un despliegue internacional para socorrer a las víctimas y, desde entonces, a este lugar también se le conoce como Capital de la Amistad Internacional.
Cuba fue uno de esos países que aportó a este pseudónimo: médicos, constructores y más de 150 000 donaciones de sangre llegaron desde la Mayor de las Antillas hasta este punto de la geografía andina.
La minería, la agricultura y el comercio son fuentes económicas importantes de la ciudad. También resulta un destino turístico cardinal para los amantes del deporte de aventura y montaña, en los nevados de la Cordillera Blanca y la cordillera Huayhuash.
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El viaje corría sin contratiempos, el paisaje no dejaba de sorprender ante la insistencia de lo verde para nacer en medio del desierto costero. La carretera constituía un reto para cualquier chofer avezado.
Al inicio de la subida, la autopista se compuso de vueltas y más vueltas. Se veían barrancos y precipicios desde los cuales, con un paracaídas, te podrías lanzar sin temor a tropezar con nada; salto al vacío sin lugar a dudas. Curvas angostas, cruce con vehículos a distancias milimétricas, tramos encrespados, rompe muelles, paisajes de ensueño hacia ambos lados de la vía y picos que se fueron cubriendo de nieve a medida que avanzábamos.
Luego de varias horas de ascenso ininterrumpido, comenzamos una breve escala hacia abajo. Se divisaba el valle y su ciudad rodeada de montañas blanquecinas. Casas de techos y paredes rojas “saludaban” a lo lejos. Tras un cuarto de día viajando por la empinada cordillera, llegábamos a la también conocida como Suiza Peruana.
Un recibimiento en la sede de la dirección regional de salud, junto a autoridades y representantes de la sociedad civil, dio inicio a nuestras andanzas por estas tierras altas del Perú.
La elevación presupone un reto para cualquier ser humano. Estábamos preocupados por algunos de nuestros compañeros, dado sus antecedentes de hipertensión arterial y otros cuyos pesos corporales no son los más resistentes para estos lances. Los de teces oscuras también podrían tener una adaptación más compleja a estas condiciones.
Sin embargo, recordando a Fernando Ortiz, etnólogo, antropólogo, jurista, arqueólogo y periodista que describió como nadie la interrelación étnica de los cubanos, deduciríamos que cualquiera de nosotros podía presentar síntomas relacionados con el mal de altura. La disciplina y el cumplimiento de las indicaciones emitidas días antes de la partida, han permitido hasta el momento un acomodo casi perfecto de nuestros organismos.
El domingo 20 de septiembre, la naturaleza nos regaló un día espléndido. El alba y el anochecer despertaron el interés de no pocos en tener una cámara fotográfica que permitiese sacar instantáneas que hicieran justicia a la belleza del paisaje. El monte blanco se dejaba ver en toda su magnitud y hermosura.
El lunes, cada grupo se dirigió a sus respectivos centros de trabajo. Los de la atención primaria fueron hacia la red de salud Huaylas Sur. Allí los destinaron a tres micro-redes: Palmira, Nicrupama y Huarupampa. Dispuestos en los puestos de salud, en grupos de respuesta rápida, seguimiento clínico de pacientes y campañas en el terreno de enfrentamiento a la Covid-19, quedaba organizado el trabajo.
Los de la atención secundaria nos dirigimos al hospital Víctor Ramos Guardia, donde fuimos recibidos de una manera muy respetuosa y cordial por la dirección del centro. Los huaracinos se empeñaron en darnos una buena primera impresión. Lucieron francos y abiertos en sus alocuciones para hacernos sentir como en casa.
Posteriormente, recorrimos las diferentes áreas del nosocomio, donde cada uno desempeñaría su labor asistencial, según los diferentes perfiles.
La semana ha sido de descubrimientos, experiencias nuevas, incorporación a los servicios, de engrasar la máquina y acoplarse para el enfrentamiento de los nuevos retos.
En lo particular, me he sentido bien; el miedo a lo desconocido fue superado gracias a nuestros colegas peruanos. Ellos nos han brindado la confianza necesaria para trabajar juntos en el empeño de salvar la mayor cantidad de vidas posibles.
Jhanes
4/10/20 19:24
Adelante, seguimos cada jornada de nuestros galenos. En Cuba todos los abrazamos.
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