//

viernes, 1 de noviembre de 2024

Las segundas partes significan sacrificio

Cinco estudiantes universitarios decidieron ir dos y hasta tres veces a prestar su ayuda en centros de aislamiento en La Habana. Sus nombres son Leonardo, Amalia, Daniel, Abraham y Jonathan...

Yohan Amed Rodríguez Torres en Exclusivo 11/09/2020
0 comentarios
Voluntarios 1
Los estudiantes universitarios estuvieron de voluntariado en los centros de aislamiento de la UCI y LA Covadonga (Cortesía de los entrevistados).

Mientras corría el mes de agosto, en muchas provincias se disfrutaba de merecidas vacaciones y descanso. Pero había miles que no se detenían. No solo fueron médicos, enfermeras o personal sanitario, sino trabajadores reubicados, personal que labora en la producción y los servicios quienes laboraban aún el momento más crítico de la pandemia.

Tampoco se detuvieron los voluntarios que llegaron a los centros de asilamiento que se crearon en hospitales, residencias universitarias e instituciones educativas. Muchos de ellos fueron más de una vez. Ese es el caso de Leonardo, Amalia, Jonathan, Abraham y Daniel, cinco estudiantes que compartieron su tiempo y sus fuerzas.

Leonardo

“Entré por primera vez alrededor del 29 de mayo. Fui el último grupo de relevo que entró y con nosotros cerraba el centro de aislamiento porque ya se estaba controlando la pandemia en la capital y no había muchos pacientes sospechosos”. Así cuenta Leonardo Jiménez, un joven que estudia Ingeniería en Ciencias Informáticas en la Universidad de Ciencias Informáticas, la UCI.

En mayo pasó sus primeros 14 días como voluntario en el centro de aislamiento habilitado en su universidad. Estudia en el cuarto año de su carrera y es, además, locutor aficionado de los que participa activamente en festivales de artistas aficionados y en la radio universitaria de la UCI. En agosto, volvió a pisar su universidad. El centro de aislamiento fue volvió a activarse. El rebrote de la enfermedad en La Habana era inminente.

Leonardo vestido con el traje de bioseguridad con el que trabajaba en el centro de aislamiento (Cortesía de los entrevistados).

“La reacción de mis padres fue difícil. Los entiendo. Mi papa estaba renuente hasta el último minuto a que me fuera. Mi mama fue la que más me apoyó. Pero lo más difícil fue con mis abuelos, porque yo vivo con ellos y dejarlos solos es complicado. Tuve que dejar ciertas condiciones para no dejarlos tan desamparados. Mis padres y mi hermana me ayudaron.

“La segunda vez la reacción fue la misma porque la situación epidemiológica se iba deteriorando a medida que pasaban los días y sabíamos que era un hecho que reabrirían el centro de aislamiento.  Esta vez sería más compleja la situación. El momento más difícil fue con mis abuelos, porque se enteraron el mismo día que me iba, ya que me avisaron el día antes de entrar. Fue fuerte…"

Leonardo y sus compañeros de trabajo enfrentaron juntos la nueva tarea (Cortesía de los entrevistados).

Leonardo salió de casa llevándose lo imprescindible: ropa y aseo personal, detergente y zapatos de trabajo. Todo lo juntó en una mochila y salió, con más confianza, pero sin perder el cuidado, para su segunda etapa en el centro de aislamiento.

Amalia

Como Leonardo, estuvo Amalia Rodríguez González, una joven estudiante de tercer año del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García” (ISRI). Ella estuvo no dos, sino tres veces en el centro de aislamiento UCI-MINSAP. Además, no estaba sola, en estas travesías la acompañó su novio, David Daniel Pérez, estudiante de ingeniería Civil en la Cujae.

“Sabíamos que necesitaban personas, pues antes de que abriera el centro de aislamiento estuvimos limpiando los apartamentos que se estaban reparando y acondicionado para recibir a los pacientes.

 Amalia compartió su labor en la UCI junto a su novio y otros compañeros (Cortesía de los entrevistados)

“La UCI es un centro de aislamiento muy grande. Tiene capacidad para alrededor de mil pacientes. Hicimos las gestiones con el secretario del Partido de allí. Él estaba coordinando los relevos y cuatro días después estábamos trabajando.

“Compartir esta tarea con mi novio ha sido increíble. La fuerza que nos da saber que tenemos nuestro apoyo incondicional es inmensa, es muy bonito compartir algo tan lindo con la persona que se ama”, concluye.

Abraham

Abraham Reyes Conde es estudiante de la Universidad de las Ciencias de la Cultura Física y el Deporte “Manuel “Piti” Fajardo” (UCCFD). En junio llegó por primera vez al centro de aislamiento del hospital Dr. Salvador Allende, conocido como La Covadonga.

“El proceso de preparación fue complejo. Nos alertaron de lo que íbamos a cumplir, lo que íbamos a tener cada día. Era una batalla entre la vida y la muerte. Había que prestar atención, ser cuidadoso, trabajar en equipo, que es esencial allí porque, si se contagia uno, se contagian todos. Fue una preparación muy explicativa. Nos quedó claro todo.

Abraham y los colegas del Fajardo formaron una familia muy unida en el centro de La Covadonga (Cortesía de los entrevistados).

“De la casa me llevé pocas cosas. Una maleta sencilla con unas cuantas ropas. No nos íbamos de fiesta, sino a una tarea importante. Mis padres reaccionaron de manera sorprendente. Mi padre me dijo:   ̶ Tú eres un muchacho súper bueno y es una buena idea que vayas a ayudar a las personas más necesitadas. Solo cuídate, piensa que estás ayudando a tu país y estoy orgulloso de ser tu padre por esa acción tan linda que has tenido”.

Abraham atendía a los pacientes del pabellón Camilo Cienfuegos en La Covadonga. Una zona roja, pues ahí ubicaban a pacientes positivos a la enfermedad. A pesar de los momentos tensos, él recuerda la alegría de los pacientes que salían de alta cuando el PCR-TR (Reacción en cadena de la polimerasa en Tiempo Real, por sus siglas en inglés) les daba negativo.

“No puedo olvidar su rostro, su felicidad. Lo que más recuerdo fue la primera alta que dieron a una paciente que yo atendía. Hablaba conmigo y me decía: “¡Soy negativa! Mis negritos ya los voy a ver. Mi familia. Mi vida voy a recuperarla. ¡Gracias a todos, gracias por todo!”. Eso fue… un orgullo. Yo que no soy tan sensible para expresar sentimientos se me salían las lágrimas por doquier”.

Daniel

Daniel Fernández, otro estudiante universitario de voluntariado, no soltó lágrimas, mas sí vivió el nerviosismo de algunas situaciones que se desencadenaron durante las dos veces que prestó su ayuda en el centro UCI-Minsap.

“Un señor mayor llegó sin criterio de ingreso, sin contacto de ningún tipo. Solo fue al médico por un dolor de garganta y lo remitieron al centro. Eso fue algo con lo cual el equipo médico no estuvo de acuerdo, pero ya era tarde. Y en esa estancia, al señor lo tuvimos que ubicar con una señora mayor y su hijo, y resultaron ambos positivos. Luego de un segundo PCR, en un turno dónde le fui a repartir comida, me encontré al señor con falta de aire en la sala del apartamento donde lo tuvimos que ubicarlo solo a él por bioseguridad. Fue algo terrible.

Daniel es estudiante de la carrera de relaciones internacionales en el ISRI, es además el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria en esa institución. Al principio de la pandemia en el país, solo estaban necesitando voluntarios en los centros de aislamiento del reparto Bahía y el reparto Alamar donde se incorporaron los estudiantes de la Universidad de La Habana que querían colaborar.

Daniel compartió la responsabilidad y el amor en las dos oportunidades en que hizo voluntariado en la UCU (Cortesía de los entrevistados).

Se anotó en un listado junto a su novia. Eran casi los últimos y su llamado demoraría. Se enteró de la posible apertura de un centro en la UCI y para allá fue a ayudar desde el inicio de la habilitación del lugar.

“Algunos de los momentos más tensos en un centro de aislamiento son a la entrada, porque todo impacta. Principalmente la primera vez que fui aún se vivía ese temor extremo y la confusión en muchos temas respecto a la enfermedad.

“Otro momento bien tenso es cuando se llenan las capacidades en la manzana de edificios que uno atiende y el trabajo se hace casi el doble. Hubo días que estuvimos trabajando hasta bien tarde recibiendo y ubicando pacientes, porque es algo que nunca para. Finalmente llega la espera, a veces de dos y tres días cuando te hacen el PCR. Cualquier mínima cosa que uno recuerda en ese momento te crea cierta paranoia de estar enfermo”.

Jonathan

El centro de aislamiento de UCI-MINSAP necesitó del concurso de muchísimos voluntarios por la capacidad para recibir pacientes que tiene. Allí llegó también Jonathan Ramírez Reyes. El lugar no le era desconocido, pues en los 3 años que lleva estudiando en la Facultad 1 de esa institución se conoce bien sus pasillos y recodos.

“Los pacientes están en edificios, los edificios que antes servían de residencia de los estudiantes de la universidad fueron acondicionados para poder recibir a estos nuevos inquilinos. Los apartamentos tienen un número variable de cuartos según el estilo de construcción del edificio. Tienen un baño, un patiecito trasero, un lavadero, un área con una meseta como un espacio de cocina y una sala común donde se encuentra el teléfono y el televisor.

Jonathan repartía los desayunos, almuerzos y comidas en los catorce días de voluntariado. Atendía limpieza exterior de los edificios y se mantenía al tanto de las necesidades puntuales de los pacientes.

“Mi primera ocasión en el centro recuerdo cuando un grupo de compañeros que habían terminado su periodo de trabajo estaba recogiendo las pertenencias y mientras ellos caminaban por las calles de la residencia, los pacientes a los que atendían se pararon todos por las ventanas aplaudían.  Les daban las gracias por todo el tiempo y el esfuerzo que habían dedicado a intentar hacer más amena la dura y desesperante situación en la que se encontraban. Una niña de apenas unos 8 años, si acaso, se despedía con gritos llamando incluso por su nombre a cada uno”.

La relación con los pacientes, especialmente si son niños, se torna muy especial. Amalia recuerda a un niño de tres años llamado Lucas: “él decía que solo le gustaba comer bistec de pollito. Mi novio junto a otro muchacho de mi facultad tenían que hacerse pasar por enfermeros que lo iban a inyectar si no se comía la comida”.

“En el centro los voluntarios son los que más contacto tienen con los pacientes. Los recibimos, instalamos y atendemos, excepto en cuestiones médicas. Es decir, que eso implica cierto grado de interacción, intentamos que fuese amena y educada, pues sabíamos del estrés que vive una persona en confinamiento en ocasiones contra su voluntad”, cuenta Daniel.

“Con los pacientes mantuvimos muy buenos lazos, salvo algunas excepciones. Hay pacientes indisciplinados e irresponsables que desafortunadamente también abundan en un centro de aislamiento. Fuera de esos casos nunca faltaron los saludos, las preocupaciones por el estado de salud, los comentarios esperanzadores y todo esos gestos para que los pacientes se sintiesen cómodos y lo mejor atendidos posible, siempre manteniendo el respeto, las medidas de bioseguridad y la ética. Los gestos de agradecimiento al finalizar una estancia tras un PCR negativo, eran muestras de los buenos lazos que creamos con los pacientes, concluye.

Para ellos, hablar de la interacción con otros voluntarios enseguida trae la palabra familia. En los centros había estudiantes de diferentes universidades e incluso trabajadores y profesores. La convivencia los unió en lazos de hermandad que son difíciles de revocar.

Para los cinco estudiantes, la convivencia con otros universitarios los hizo convertirse en familia (Cortesía de los entrevistados).

Cada noche, después del agotamiento del trabajo, siempre hubo espacio para una charla, para ver una película, jugar dominó y dormir. Daniel cuenta haber visto la saga completa de Harry Potter, Amalia intentó conocer un poco más a quienes le rodeaban mientras compartían café y meriendas. Jonathan y Leonardo dormían o buscaban cómo conversar por chat con su familia y Abraham hasta aprovechaba junto a sus colegas de futura profesión, para practicar los masajes que aprendieron en la asignatura de Masaje de la Cultura Física y Profiláctica.

Cuenta el refrán que las segundas partes no son buenas. Ellos han hecho dos y hasta tres veces este trabajo sin pedir nada a cambio y lo volverían a hacer si la situación lo amerita. Hará falta que otros cumplan más las medidas sanitarias, que la vacuna sea efectiva y llegue pronto, que no se vuelvan a abrir hospitales y centros de aislamiento. Las segundas partes pueden no ser buenas, pero en sus casos volver significará más sacrificio. Las segundas partes significarán entrega.


Compartir

Yohan Amed Rodríguez Torres

Licenciado en Periodismo. Guionista radial de espacios juveniles en Radio Progreso. Radialista apasionado Podcaster en entrenamiento. Aficionado a las tecnologías y al mundo geek. Narrador y melómano.


Deja tu comentario

Condición de protección de datos