A los veinte años estás preparado para muchas cosas, pero no para una crisis sanitaria, o quizás sí. A los veinte años quieres prepararte para muchas cosas, incluso para una crisis sanitaria y ser útil, de la forma que sea.
Por eso muchachos como Mario, Mallorys, Camilo, José Manuel, Karla y otros tantos en Cuba, dijeron que sí a la convocatoria.
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Estos no son enfermos cualesquiera. Tampoco el centro de aislamiento es un hospital en sí. Ellos no son médicos tampoco. Por eso, cumplir con rigor el protocolo de seguridad es extremadamente importante para los enfermos, los voluntarios y el personal que labora en un centro de aislamiento.
La zona roja, la naranja y la de intercambio son las nuevas fronteras conocidas por todos ellos. A todas se entra y se sale, con sumo cuidado siempre. Por estos días se añora la vida de “allá afuera”, que no es muy distinta para los que estamos de este lado.
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Mallorys nunca imaginó que extrañaría tanto su casa y a su familia. Pero mientras más su mamá le pedía que lo pensara, más ganas tenía ella de ayudar. Al final, lo más importante era eso, y sus padres así lo entendieron.
La llegada fue algo normal, un tanto entretenida. Como aún el centro de aislamiento permanecía vacío la primera de las tareas fue tender las camas de los pacientes y ponerles todo lo que corresponde al aseo personal. En esas primeras horas no había mucha exposición a la COVID-19.
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Para Carlos Camilo no fue muy difícil decidirse. Su hermano, médico de profesión trabaja con casos confirmados directamente. Por eso, a diario, le repite que debe tener mucho cuidado. “Aunque desde un principio quise participar y dar el paso al frente, creo que él me inspiró un poco a ayudar”, me responde en un chat el estudiante de tercer año de Biología de la Universidad de La Habana.
Sus padres también, desde casa, les hablan del orgullo que sienten. No es para menos. Pero ellos, como nadie, deberán confiar en que sus hijos harán lo que puedan para estar a salvo, y salvar a otros.
Carlos Camilo entró dos días después junto con otro muchacho al mismo centro de aislamiento donde estaba Mallorys. Desde entonces ya se trabajaba mucho. “Me sentí preocupado por conocer las áreas, los límites, los procedimientos, todas las cosas que nos fueron explicando. Después de ese día de trabajo sí caímos redondos en las camas”, agregó.
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Personas nuevas, conocidos de vista. Durante poco más de una semana tendrán que compartir preocupaciones, emociones, conocimientos, esfuerzos. Tendrán que cuidarse como equipo. Después de esto, sabrán que podrán tenerse los unos a los otros.
Las personas nuevas no son problemas para mí – esclarece Carlos–. Yo digo que si tratas a las personas con educación ellas responderán igual y comprenderán que estamos haciendo nuestro trabajo.
Convivir y aprender a hacerlo en medio de una pandemia requiere de paciencia y optimismo. En los centros de aislamiento, como en la historia de Ensayo sobre la Ceguera, de Saramago hay todo tipo de personas. “Estaban las que nos agradecían de todo corazón por nuestro trabajo, y los pocos que solo querían que termináramos rápido para que nos fuéramos. Es lógico entender que ellos tampoco querían estar ahí, porque todos prefieren la comodidad de sus casas, pero esto es por el bien colectivo”, contó Carlos.
Así vivieron los malestares de Mallorys, con temor y preocupación, cuando al tercer día le diagnosticaron una alergia al cloro, o la emoción de las primeras altas, más contagiosa que el propio coronavirus.
Si se reparte el trabajo, y por ende el cansancio entre todos, toca a menos por persona. Un edificio largo de cinco escaleras y 20 apartamentos en total. En la zona roja se limpian y desinfectan aquellos donde se encuentran los pacientes, las escaleras, la enfermería. Se recoge la ropa de cama sucia y se entrega la limpia junto con productos de aseo. En la zona de intercambio los voluntarios entregan el almuerzo a los vigilantes de las escaleras y otra cosa que pueda venir para los pacientes.
Se trabajan dos días y se descansa uno, no del todo. Justo en esa jornada se limpian y desinfectan las áreas comunes de la zona naranja, donde descansan ellos y el personal médico. “Es un trabajo que hacíamos rápido, con la ayuda de todos”, precisó Carlos. Todas las zonas están delimitadas con cintas amarillas, en señal de prohibición y peligro. Por tanto, solo accede a ella el personal autorizado y con los medios de protección correspondientes.
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Entonces se acaba el tiempo de voluntariado y ellos cambian de rol, y de centro de aislamiento. Ahora son los pacientes quienes esperan como se espera un veredicto, el resultado de sus PCR en tiempo real.
“Es un sentimiento raro. De alguna manera ya estaba adaptada al centro de aislamiento anterior y al trabajo que hacíamos allá, pero todo es cuestión de acostumbrarse. Fue raro sentirse paciente de un día para otro. Ahora somos nosotros los de la zona roja, que no podemos pasar a la naranja, y así”, cuenta Mallorys. Es nuestra segunda noche de charla.
Carlos habla de la ansiedad por el resultado de la prueba, pero con mucho optimismo. “Bueno, eso yo lo veo como un examen de la universidad, preocupado por si suspendo, confiado un poco por las medidas que tomé y los protocolos que nos explicaron y seguimos al pie de la letra. Pero igual estoy esperando el resultado como si fuera una nota”.
Como los héroes, llegar a casa con el deber cumplido no lo es todo. Hay que llegar sanos, porque en algún momento, aunque haya sensaciones difíciles de explicar, estas lecciones volverán a ser contadas.
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