Compañeros y Compañeras:
No sé muy bien si estoy aquí como vicepresidenta de la UNEAC o como testigo de aquellas horas, de aquellos días, para nosotros inolvidables, que concluyeron en las ya conocidas Palabras a los Intelectuales, del compañero Fidel. Pienso que, quizá, esta última razón sea la que, por lo menos en mí, provoque una evocación más íntima y más profunda. Hoy, sentada aquí, de este lado, no puedo dejar de recordar aquellos días intensos, en que pensábamos juntos las horas, en este mismo local, en un agitado y controversial desorden, donde se dijeron cosas profundas, cosas brillantes, cosas que no lo eran tanto, como siempre ocurre cuando muchos hablan. Recuerdo que entrábamos y salíamos, que conversábamos por los pasillos, que nos veíamos allá abajo, en el sótano y en la cafetería, donde proseguían el diálogo y el debate.
Con la distancia de los 30 años, creo que ese hecho memorable se produjo en circunstancias históricas que fueron mucho más allá de lo coyuntural. Hoy, pienso que podemos colocar ese acontecimiento en su marco justo, en su marco exacto. Con el triunfo de la Revolución, en 1959, los intelectuales y los artistas cubanos se habían encontrado, entre otras cosas, con la patria reconquistada, con la posibilidad real de hacer y construir la república martiana. Un 26 de julio, frente a esa misma Biblioteca Nacional se reunió medio millón de campesinos, a los cuales Fidel dijo que desde ese momento, desde la Reforma Agraria, empezarían a dejar de ser ilotas. La nación, la patria, recuperaba en su integralidad su cuerpo y sus manos.
Una noche de agosto, de un agosto lluvioso, se habían nacionalizado las grandes empresas norteamericanas. Aquello, que pesaba sobre la conciencia nacional desde la fundación de la república neocolonial, aquello que había estado en la lucha de todos los revolucionarios, se había convertido, esa noche, en una realidad. La patria, la nación, recobraba también su riqueza.
En abril de 1961, se había producido la Victoria de Girón. Y esa patria recobrada había tomado también conciencia, en ese momento, que para hacerlo verdaderamente, para lograr la plena independencia, la soberanía y la justicia social, tenía que ser una patria socialista, que fue lo que defendimos en Girón.
Pero ese año 1961 era el Año de la Alfabetización. En esta misma Biblioteca Nacional se había hecho un hermoso anuncio que recogía una frase de Fidel: “La Revolución no te dice cree, la Revolución te dice lee”. Y habiendo recuperado el cuerpo, las manos, la riqueza; la Revolución también recuperaba su derecho al espíritu, su derecho al conocimiento, su derecho, por lo tanto, a la libertad plena del hombre. Y pienso que es en ese contexto en el que hay que colocar la reunión de los intelectuales, que desembocó en las palabras de Fidel que sentaron las bases de una política cultural que nació de un diálogo profundo, intenso, rico, que se sustentó en una tradición de nuestra historia y de nuestra cultura, en una concepción de nuestra tradición que también conduciría más tarde, en 1968, a la formación de la tesis de los Cien Años de Lucha, y que constituyó, sin duda, uno de los rasgos originales de la Revolución Cubana.
Tuve, personalmente, la posibilidad de comprobarlo algún tiempo después, cuando recorrí buena parte de lo que ahora llamamos Europa del Este con una exposición de pintura cubana, una exposición en la cual estaban presentes todas las tendencias que había dentro de la Revolución. Y a cada paso tuve que defender esa muestra, también variada y controvertida, apoyándome en las palabras, en el texto de Fidel aquel inolvidable día. Porque, ciertamente, esa exposición, de variadas tendencias artísticas, era portadora de un mensaje de fuerza, de vitalidad, de afirmación de nosotros mismos, de autorreconocimiento, que en sí mismo constituía, también, una afirmación profundamente revolucionaria.
Y pude comprobar, en esos debates en otras tierras, cómo los errores cometidos en el plano de la política cultural contribuían a ir estableciendo quiebras en las relaciones entre los artistas y la dirección de la cultura en cada uno de esos países. Mientras, en el caso nuestro, por el contrario, habíamos echado a andar juntos, unidos de la mano, conscientes de una historia, de un pasado común, de un presente unido y de un futuro al que todos conscientemente nos dirigíamos.
Originalidad de la Revolución Cubana en este aspecto, como en muchos otros, que de alguna manera explica la esencial fuerza vital de esta Revolución Cubana en los momentos difíciles que hoy nos ha tocado vivir. Originalidad de un revolución que se fundó en el conocimiento de sus raíces, en el entendimiento de su realidad, en la convicción del destino futuro que ya se había señalado por quienes eran, a la vez, fundadores de la nación y fundadores de la cultura. Y junto a esto estaban los hacedores de la cultura, que también eran los herederos no solamente de esa misma historia, sino de una cultura que se había ido diseñando, a través del tiempo, en términos de cultura de la resistencia, cultura anticolonial, cultura antineocolonial, cultura antinjerencista primero para ser, después, una cultura raigalmente antimperialista. Por lo tanto, la vocación de esta cultura de la resistencia era una vocación que la unía íntimamente al destino histórico de la patria y por ende, al destino histórico de la Revolución Cubana. Así lo entendimos todos.
Así, como consecuencia de ese encuentro y de aquellas palabras, se diseñó una política, se diseñó una acción, surgió nuestra Unión de Escritores y Artistas de Cuba, se multiplicaron nuestros espacios, se diseñó también una profunda política destinada a la democratización de la cultura, a la extensión de la cultura a las zonas más apartadas del país, y también se concibió el sentar, sobre nuevas bases, la formación de los creadores, la estructuración de lo que habría de ser, más tarde, el sistema de la enseñanza artística. La noción de cultura incluía, desde entonces, la creación artística y literaria, su proyección hacia un destinatario por mucho tiempo marginado y el desarrollo de un clima que favoreciera su crecimiento.
En aquellos días intensos no solo se habló de creación artística y literaria, no solo se debatió profundamente sobre el concepto de realismo y sobre los peligros que podían derivarse de la implantación del realismo socialista como norma para la creación artística, sino que también se debatieron aquí temas relacionados con la concepción de nuestra historia, con el punto de vista a asumir en relación con la historia de Cuba en el siglo XIX, puesto que cultura también era eso; cultura era ese espacio de diálogo en el cual se forja el ser de la nación, en el cual se forma la dimensión espiritual de la nación.
Y como parte de este proyecto, los intelectuales cubanos, antes y ahora, en los momentos difíciles de entonces y en los momentos aún más difíciles de ahora, estuvimos y estamos dentro de la Revolución, en el centro mismo del alma de la Revolución, en ese cuerpo rescatado y en el espíritu que le da sentido y razón de ser a nuestra vida y a nuestra obra. Y nuestra vida y nuestra obra adquirieron un verdadero sentido cuando pudieron entroncar plenamente con la nación recuperada, con la construcción de la república que había soñado Martí.
Gracias.
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