Y si este 8 de marzo hablaremos de guerreras, de profesionales, de madres, de abuelas… de mujeres, en fin; por qué no hablar de La Habana. Esa señora de 500 años que bien ha sabido acurrucar en su regazo, en días buenos, en días malos, a sus hijos todos. Que bien ha sabido guiar su matrimonio con esta nación, al centro de su vida política, económico y sociocultural.
La Habana ha vivido mucho, por lo que merece el respeto de los más jóvenes. Ha tenido muchos nombres, pero nunca ha abandonado su esencia. La Habana es Cuba, es tradición, es cultura, son las calles, los balcones, es la Plaza, es la gente, es quien entra, es quien sale…
También la han engañado. Sus hijos, sus amantes. Pero seca sus lágrimas y vuelve a creer en el futuro y tiene plena confianza en que otros intensamente la amarán. Bien sabe, esta mujer longeva lo que es renacer de las cenizas. Sobrevivir a los ataques de corsarios y piratas, que en aquellos tiempos, como en estos han querido verla maltrecha y ultrajada.
¿Querrá de la misma forma a todos sus hijos? A los que le han dado épocas de esplendor y refulgencia, a los que ni siquiera en la mayor adversidad han dejado de abrazarla. A los que construyeron sus más colosales monumentos, resultado del atraco y la malversación, o a los que pintan grafitis sobre ella, en una mezcla del arte con libertad.
Que La Habana no aguanta más. Dicen por ahí. Pero este canto no conoce de mujeres. No ha parido nunca. No sabe que cuando el dolor se intensifica y las fuerzas desaparecen, una vida llega para tomarte de la mano.
La Habana no es negra, no es blanca; no es gorda, no es flaca; no es linda, no es fea. La Habana es sencilla y llanamente una mujer. Ámala
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