Javier casi nunca me ha dicho papá. Lo hizo muy pocas veces, cuando era muy pequeño, la última vez tenía cinco años. Me acuerdo muy bien de su rostro aquella tarde. Él lo dijo lindo, sincero, le salió espontáneo, quizás se le fue o necesitaba decirlo para que yo entendiera o reaccionara.
Probablemente fue porque en el grado preescolar la maestra pedía a los niños que dibujaran la familia, o quizá porque otros niños iban con sus papás a la escuela y esa palabra se convirtió en una necesidad, sus ganas, un anhelo, algo. Yo era un ausente en sus días, no estaba, a veces ciertamente no podía y otras creía que todo iba bien con él, y postergaba verlo.
Lo visité cuando pude. Creo que le di lo que tuve, aunque sé que debí hacer mucho más por él. Dediqué tiempo a cosas que no tenían sentido, pero es muy fácil para mí reconocer el pasado ahora, tan lejos de los años.
Siempre que iba a verlo lo llevaba al parque infantil que queda cerca de su casa. Le daba unas vueltas en los aparatos que más le gustaban. Él siempre corría desesperadamente para un columpio grande que tenía forma de barquito. Le compraba panes con queso crema que una señora vendía a cuarenta centavos o por papeletas. Disfrutaba verlo, y él también disfrutaba estar allí, conmigo, corriendo y sudando, hecho un desastre de churre, raspado de tantas caídas, pero feliz.
Jugaba mucho y correteaba por todo aquel parque lleno de dibujos animados cubanos. Pasábamos horas y horas, y Javier no se cansaba. Me pedía un dulce o un helado y seguía. Era como echarle combustible a su tanque imaginativo, que por suerte nunca se ha secado.
Era mágico verlo, era como verme. Porque a veces uno quiere que los hijos hagan y sean lo que uno no fue ni hizo. Pero Javier fue libre y eso lo ayudó para enfrentarse después a la vida, que no siempre es buena.
Su mamá me peleaba porque hacía esas cosas con Javiercito sin contar con ella. Me llevaba al niño sin consultarle y cuando ella llegaba del trabajo solo encontraba una nota que le dejaba encima de la mesa del comedor. Se enfurecía e iba a buscarlo, como una gallina a la que han robado su pollo.
Pasaba penas porque conmigo también estaba mi esposa de entonces, la misma de ahora. Y la mamá de Javier gritaba cuanto quería, con razón en todo. Se llevaba al niño por la mano y me gritaba en medio de la calle: "Si tú eres macho de verdad, te lo llevas otra vez sin decírmelo antes. Si tú eres hombrecito de verdad, vuelve a hacerlo".
No lo hacía por maldad, sino porque en aquellos años noventa no había muchos lugares para que los niños disfrutaran. Y tampoco tenía tanto dinero para traerle los regalos que él se merecía.
Javier y yo nos olvidábamos del tiempo cuando íbamos a ese parque infantil. Claro, a su mamá lo que le molestaba era la presencia de mi mujer, la misma que rompió por mi culpa casi siete años de relación.
Confieso que solo le pude regalar una pistolita negra de plástico. Pero a él le gustaba. Cuando jugábamos a los pistoleros, esa era que me tocaba a mí porque Javier siempre prefirió matarme con una pistola de palo que un vecino le había hecho.
Casi todos los meses le dejaba setenta pesos a la madre de Javier. Eso no era mucho, era nada, pero la ley establecía setenta pesos de mensualidad a los hijos de los padres divorciados. La mamá del niño nunca discriminó la cantidad, incluso, muchas veces solo podía llegar a veinte pesos, diez pesos, y ella jamás me exigió algo, ni para la escuela del niño, ni ropa, ni zapatos, ni comida para que él viviera. Nada. Quizá por eso y, entre otras cosas, ella es mejor que yo.
No tuve muchos detalles con Javier. Su crecimiento lo vi de a poco. El trabajo y otras cosas me llevaban mucho tiempo. Pero jamás dejé de amarlo.
Fui un padre distante que nunca olvidó sus cumpleaños. Le llevaba algo: un dulce… un regalo nunca faltó. Y luego, cuando salía de su casa y doblaba la esquina, me quedaba con un vacío muy grande: fue cuando entendí que el alma duele y que ese vacío era dolor, era falta de cariño de él hacia mí por mi culpa, y fui tan pendejo que sabiéndolo, no cambié la actitud. Y él creció.
Ya es un hombre, con las complicaciones que le propicia la rutina. Vive lejos, a casi tres horas de mi casa. Seguro estoy de que por estos días me llamará porque jamás se le olvidan las fechas señaladas. “Viejito, ¡Felicidades!”. Eso será lo primero que escuche desde su móvil, por donde solo se pueden hablar las cosas necesarias, a veces ni las más importantes porque para qué.
Me contará que el trabajo le va bien, me preguntará qué haré de comida para celebrar el día, y antes de colgar me dirá que me quiere, que me extraña y que pronto vendrá a verme.
Javie
6/11/18 14:18
Nuevamente, me gustó
AMI
21/6/18 10:26
Muy emotivo y diferente es este articulo por el dia del padre, me ha tocado el alma.
Lamentablemente hay errores en la vida que uno comete y luego le pesan para siempre, pero no podemos volver el tiempo para remediarlos.
Silvia María jerez
19/6/18 9:47
Genial, como todo lo que haces, solo que este es muy oportuno....ojalá muchos se den cuenta cuanta falta hace tener siempre a los hijos a su lado, no solo para que le digan felicidades, eso es algo formal, sino para que disfruten cada momento de su vida, esa reciprocidad en el cariño, esa entrega constante, eso de estar al tanto de cada uno de los pasos que den los hijos, de apoyarlos en cada una de sus tareas....eso finalmente tributa y engrandece,
Leticia Isabel
19/6/18 8:18
Precioso escrito. En verdad muy diferente a las típicas lecturas del día del padre, y que a la vez es una sentida realidad para muchos. En mi caso por suerte siempre he contado con mi padre, pero duele saber que esa presencia ha faltado en la vida de tantos. A todos los padres felicidades en su día!
Loliet
19/6/18 6:03
No me canso de decirlo, eres un artista Mi Yoel Almaguer de Armas, te admiro y quiero y si, es un privilegio leerte... vibro de emoción cada vez que leo textos como este, felicidades Yoel, eres maravilloso.
Laura Barrera Jerez
18/6/18 19:21
Yo no me atrevo a escribir en fechas como estas. Y ahí vas tú, tan tú, fresco, impávido, haciendo textos como estos, como si la vida se tratase solo de correr, correr en ese mismo parque, hasta alcanzar el columpio en forma de bote y mecerse en la felicidad !Qué gusto leerte! !!!Qué privilegio tenerte conmigo, Yoel!!
Lin
18/6/18 11:06
Muy emotivo y diferente es este escrito del dia del padre.
Lamentablemente hay errores en la vida que uno comete y luego le pesan para siempre.
Pero estoy segura que tu hijo te quiere, a pesar de todo...
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