Sin dudas, los acontecimientos de los últimos días en Cuba intentan poner en el espacio público y mediático a la violencia como principal problema de la Revolución, equiparándola con las realidades latinoamericanas, entendemos que la contienda fundamental está en el terreno cultural y político. En la disputa surgen, se fortalecen, coexisten o son eliminadas relaciones sociales, valores, sentidos, representaciones simbólicas e ideologías antagónicas que busca la emancipación o la dominación.
En este escenario, la cultura está llamada a ser uno de los espacios de resistencia fundamental para mantener el proyecto revolucionario cubano. Es necesaria entonces una resistencia que no solo defienda lo logrado, sino que cree. Su dimensión humana debe ser el centro de nuestra praxis para seguir apostando a la vida.
En el momento histórico que estamos viviendo el factor subjetivo es determinante. La cultura y la resistencia creativa, debe tener como principal herramienta subjetiva la mística revolucionaria, que desde otros lenguajes nos dice por qué luchamos, resistimos y creamos.
La Revolución se tiene que sentir, amar, pensar y crear, esa ha sido la función de la mística revolucionaria. Acompaña la construcción cotidiana de la realidad, es el alimento que nos permite seguir caminando y deseando el proyecto, como dijera el activista brasileño Ademar Bogo en el 2000.
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Son muchísimos los ejemplos en que ella se ha manifestado, algunos más conocidos que otros. Dos ejemplos claros: el júbilo de los miles de persona recibiendo la Caravana de la Libertad en enero de 1959 y la Colecta de la Libertad que en fecha tan temprana como febrero de 1959 niños, mujeres, hombres dieron con alegría lo que tuvieron a su alcance para industrializar el país y con ello la independencia económica.
La sencillez de las palabras de Julio Hernández Martín en el año 1959, publicadas en la Revista Bohemia, sintetiza todo el significado simbólico y afectivo que tiene la Revolución: “Soy pobre, pero tengo la seguridad de que mis hijos y mi conciencia me agradecen que haga este pequeñísimo envío para tu plan tan grandioso”. Esta actitud comprometida y llena de emociones es la que continúa motivando a ser solidarios como lo hacemos hoy por Matanzas y el resto de las provincias del país.
La grandeza de Fidel Castro y del pueblo cubano no solo radica en las transformaciones sociales que realizamos juntos, sino que nos hizo sentir, y apropiarnos de la Revolución en el proceso de construcción. Es por ello que la plaza se inundó de mística revolucionaria y nuestras voces gritaron Yo soy Fidel en aquel noviembre de 2016.
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Otro de los aprendizajes que el pueblo cubano aporta a la cultura de resistencia pueden ser efectivos en esta batalla. Y es que la cultura debe ser también política y expresarse en los sentidos colectivos. Un ejemplo de ello es la Primera Declaración de La Habana, en donde más de un millón de cubanas y cubanos, reunidos en Asamblea General Nacional efectuada en la Plaza de la Revolución rebelaron la cultura política anticolonial, antimperialista, internacionalista y de justicia social como herramientas fundamentales para la cultura de la liberación. Nuestra resistencia desde la cultura expresa lo que se es (ahora) y lo que se busca (proyecto).
En este sentido, el camino de construcción del socialismo en Cuba ha sido complejo, su rasgo fundamental es la creación propia, sin calco ni copia creación heroica, un concepto formulado por José Mariátegui en 1928. Desde el inicio, el pensamiento cubano y la cultura tuvo que ponerse a la altura de las transformaciones profundas de la realidad.
Por las limitaciones objetivas que el imperialismo norteamericano hace a nuestros derechos e intereses, no es extraño que en los imaginarios y sentidos colectivos se identifique a quien enfrentar. Aunque por estos últimos tiempos se esté construyendo una matriz mediática que busca romper este sentido común basados en las deficiencias que aún no se han solucionado con premura para también disfrutar los logros.
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Por tanto, otras de las certezas es que solo podemos resistir si creamos una nueva cultura anticapitalista que profundice la Revolución. Así, la cultura como espacio de producción ideal debe servir a la formación de nuevas relaciones sociales, deben prefigurar ese mundo deseado de libertades y emancipación. Esa creación debe integrar los conflictos existentes (ideológicos, sociales y políticos) y las necesidades reales de las mayorías.
Los retos y desafíos que se dibujan en el camino son varios. Y es que la mística no se reduce a las actividades políticas-culturales. Es más que eso: podemos verla en las personas en lo cotidiano cuando reproducen los valores de la solidaridad, de la ternura, del respeto y de la dignidad. El pensamiento y la cultura deben alimentarse de las prácticas revolucionarias que hoy libran batallas contra la depredación de la naturaleza, el patriarcado, el racismo, el imperialismo, el colonialismo y el capitalismo en todas las esferas de la actividad humana.
esther
28/7/21 17:26
muy de acuerdo con el artículo y su calidad, al equipo de cubahora mis felicitaciones
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