//

jueves, 31 de octubre de 2024

Crónica de una cuarentena en el hogar

Ni mi mamá, ni mi hermana, ni yo vivimos igual la COVID-19 aun estando las tres bajo el mismo techo...

Meliza Rodríguez Martínez en Exclusivo 21/12/2020
1 comentarios
cuarentena Pinar
Si algo aprendí en ocho meses, es que en La Habana tengo una casa y en Pinar un hogar (Juanar Valdés/Guerrillero)

Las agendas tienen 365 páginas, cada página 8 horas laborables y unas líneas de más para notas. En la universidad llenar cada hora es muy fácil, incluso puede que necesites escribir apretado para que las actividades extraescolares quepan en la página que corresponde a cada día, al menos así fue hasta febrero de este año porque de ahí en adelante habían más horas libres que tareas.

La última vez que escribí una actividad pendiente en mi agenda fue el 27 de marzo, decía: “trabajo para el forum de historia de la UH (Universidad de La Habana) y luego llamar a la tutora de la tesis”. Después hay un promedio de más de 20 días en blanco. Estar en cuarentena te hace perder la noción del tiempo y de los días.

***

Estudio periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Soy de Guane, un pueblito de allá de Pinar del Río, exactamente a 260 km de la capital. Hace ya tres años que vivo en la gran ciudad, hace ya tres años que voy a Guane solo de visita en las vacaciones. Pero la COVID-19 lo cambió todo y sencillamente me hizo regresar a mi hogar... Sí, mi hogar porque en La Habana tengo mi casa pero en Pinar mi hogar.

Una situación extrema como el nuevo coronavirus no se vive igual en el campo que en la ciudad, es un hecho.  Ni mi mamá, ni mi hermana, ni yo vivimos igual la COVID-19 aun estando las tres bajo el mismo techo.

Una vez escuché a una amiga decir que los marineros sabían que era de día cuando salía el sol y de noche por la luna. Luego me di cuenta, que mi aislamiento fue igual. Solo esperaba que amaneciera, vivía alguna aventura, y luego dormía. Entonces los días pasaban y yo solo quería que pasara algo.

Mientras que en la ciudad todos se quejaban del encierro, en Guane la única incómoda era yo. Aquel pueblito es una eterna cuarentena, la gente tiene rutinas muy predecibles, temas muy constantes y vidas muy pausadas, diría yo.

***

En Guane no hay guaguas públicas, ni teatros, ni cines, apenas dos tiendas y dos parques, una calle con dos sendas, y a cada lado hileras de casas intercaladas con centros de trabajo. Lo mejor de los pueblos de campo es que al menos la mayoría tenemos patio. Ahí fue donde empecé llenar la agenda. Comencé un huerto con mi abuelo. Todos los días le dedicábamos dos horas en la mañana. Después de eso me sobraba día.

En Guane es normal almorzar a las 12, dormir el mediodía, bañarse a las 6, comer a las 7, ver el noticiero a las 8, después la novela y de ahí algo más, para luego dormir. Mientras tanto en la capital, como dice mi mamá cada vez que me llama “No hay horario para nada, lo mismo almuerzas a las 4 que comes a las 10”. Cuando te das cuenta que nada es igual, ni lo será por un tiempo, empiezas a dormir las mañanas y pernoctar por las noches con el celular como boba.

A este artefacto le entregué de lleno los primeros meses, Whatsapp, Facebook, y todo el entramado de Internet. Luego cada día aburría más, menos amigos se conectaban. Y por supuesto los datos se hicieron insustentables, porque mamá decía que los tiempos estaban malos para gastar dinero en lujos y si no había universidad pues ni eran necesarios. Entonces quedé incomunicada totalmente.

Lo que en los primeros meses era una especie de retiro espiritual, se convirtió en un verano muy largo, después en un encierro insoportable y por último en un interrogatorio total donde te preguntas una y otra vez qué harás con tu vida, a los 21 años, encerrada. En los pueblos los días pasan y no te das cuenta. Te absorbe la rutina de una manera que ni la agenda miras.

Todos los días la vecina por el patio me decía: ¿Mely tienes deseos de irte verdad? Y yo estaba feliz porque hacía mucho tiempo que no vivía con mamá, pero la espera puede llegar a torturar, mucho y más a una persona tan pendiente a su agenda como yo. De hecho me daba tanta grima que el año pasara y la agenda se me fuera quedando en blanco, que opté por anotar la cuentas de la casa y los remedios de belleza que encontraba en Youtube. Los miércoles tocaba mascarilla de sábila y los domingos agua de coco para el pelo.

***

Ya regresé a La Habana y admito que me canso muy rápido. Una amiga me dice que estoy “desengrasada”. En 21 días desde mi llegada he visto a casi todos mis amigos  y muchos no me perdonan que posponga las salidas para enero, porque regreso a Guane a pasar fin de año. Sí, al monte aunque me aburra. Si algo aprendí en ocho meses, es que en La Habana tengo una casa y en Pinar un hogar. Ni la agenda más repleta del mundo puede ser tan placentera como la comida de mamá, las peleas con tata y abuelo por el baño, o las excusas para no fregar.

Hoy reviso la agenda, y aunque no hay tareas periodísticas de febrero en adelante, hay miles de momentos y recuerdos de una cuarentena en mi hogar.


Compartir

Meliza Rodríguez Martínez

Estudiante de Periodismo de la Facultad de Comunicación de La Habana

Se han publicado 1 comentarios


magalis
 21/12/20 16:14

Me enncantó tu crónica. Soy de Gibara y vivo en la Habana, hace muchos años, pero nada como regresar a ese pueblito pequeño, lejano, y tan mío, que añoro todos los días poder volver. Gracias, es muy lindo cuando las personas se quedan atadas a su hogar, a sus raíces, por siempre...

Deja tu comentario

Condición de protección de datos