Conocer cuáles son los continentes es primordial para poder comprender cómo está organizado el planeta Tierra, geográficamente hablando. Pero, si le preguntaran cuántos existen y cuáles son, ¿qué contestaría? ¿Cree que acertaría en el centro de la diana? Algo se da por descontado. Desde hace unos años a la fecha se vienen manejado variables y criterios contrapuestos que denotan la falta de consenso en la comunidad internacional, para establecer el número de áreas que perfilan el mapamundi.
Imagínese, si autoridades, analistas, científicos —no olvidar que la geografía es una ciencia— y hasta cabezones, no se ponen de acuerdo sobre el asunto, es permitido suponer que no hay una única respuesta correcta. Más bien, parece cosa de cada quien saque sus conclusiones.
Los principales puntos de debate giran en torno a la delimitación de las extensiones de Europa, Asia y África, también hay conflicto en si América se divide en dos, si la Antártida merece o no la condición de continente, y si hay otro acabadito de descubrir.
En consecuencia —y eso, sin llegar a meternos con los llamados perdidos: Atlántida, Mu, Lemuria y Thule— la cantidad de continentes ha ido variando con el transcurso del tiempo, los sistemas educativos y las influencias históricas y culturales de cada región.
MODELOS DE MODA
No por gusto, actualmente en la arena mundial forcejean hasta seis modelos principales, que contemplan la existencia desde cuatro hasta ocho continentes; y que ampliamos a continuación:
Cuatro continentes: esta tendencia sugiere que Europa, Asia y África conforman un único continente bautizado Eurafrasia o Afreurasia, pues se basa en la definición estricta de continente como un área de tierra continua.
Cinco continentes: es el que suelen esbozar los mapas tradicionales, a partir de los cinco clásicos y habitados: América, Asia, Europa, África y Oceanía. Este modelo es el típico que se enseña en Latinoamérica; es el certificado por las Naciones Unidas y el que se traduce en los cinco anillos con distintos colores, de la bandera olímpica. Asimismo, probablemente sea el más aceptado por la mayoría de los cubanos.
Seis continentes (modelo tradicional): a los cinco anteriores añade la Antártida. No obstante, muchos prefieren denegarle el rango de continente, toda vez que el enorme bloque con rostro de hielo no se halla poblado por humanos. Este modelo se enseña en países como España, Portugal, Italia, Francia, Rumania, Grecia, Bélgica, entre otros.
Seis continentes (modelo geológico): no falta la propuesta que se sustenta en las placas tectónicas continentales. En este sentido, Europa y Asia se funden bajo la denominación de Eurasia, porque ambas regiones constituyen una gran masa sin discontinuidad de tierra. Se separa, en cambio, a América del Norte de América del Sur. África, Antártida y Oceanía completan los miembros de un modelo que es el preferido en los países desgajados de la antigua Unión Soviética, Europa Oriental y Japón.
Siete continentes: En varios países de habla inglesa, buena parte de Europa Occidental, India, Pakistán, Filipinas y China, se educa que el mapa mundial se divide en siete. Igual que el caso anterior, defienden la dualidad de las Américas, con la frontera en Panamá, lo que deja a la región centroamericana incluida dentro del supuesto continente de Norteamérica. Mientras que Oceanía adopta la denominación de continente Australiano, y a su vez incluye Nueva Zelanda y otras islas aledañas. El resto se mantiene de la forma típica: Asia, Europa, África y Antártida.
Ocho continentes: En el año que corre, geólogos internacionales anunciaron el descubrimiento de un territorio con un área de 4,9 millones de kilómetros cuadrados que de inmediato fue incorporado a la lista de candidatos. El flamante continente, al que bautizaron Zelandia, se encuentra sumergido en 94 por ciento, y apenas tiene como sus zonas visibles a Nueva Zelanda y Nueva Caledonia.
Vale dilucidar que el estudio de los continentes no es cosa moderna, sino que se remonta a milenios atrás. Igual que fueron pioneros en muchas otras materias, los navegantes griegos fueron los primeros en apodar Europa y Asia a las tierras más cercanas a las costas que se localizaban a ambos lados del mar Egeo. Luego los pensadores de aquella Grecia antigua se dedicaron a discernir si África (entonces llamada Libia) debía ser considerada como una porción de Asia o una independiente.
A la postre se impuso la división de la Tierra en tres partes. Incluso, en la Edad Media el mundo se representaba en un mapa de T en O. Hasta que Colón surcó con sus carabelas los mares y un nuevo mundo —que tampoco lo era— llenó los ojos de los cartógrafos de entonces. Las incorporaciones de Oceanía y Antártida llegarían, con sus respectivos descubrimientos, siglos después.
JUNTOS, PERO NO REVUELTOS
De vuelta al presente, muchos sostienen que la razón fundamental para que el número de áreas continentales suba y baje como la marea, radica en la ambigüedad del significado del propio término continente.
Recordemos que es una palabra proveniente del latín continere, que significa “mantener juntos”, y que se refiere a la gran extensión de tierra continua que se halla rodeada de océanos y mares. Dicho así parece claro, sencillo, mas deja varios cabos sueltos. Entre las precisiones no implícitas en el concepto está el hecho de que dentro de su jurisdicción incluye a las islas vinculadas a las placas continentales. Por eso Groenlandia pertenece a América, y Madagascar a África, para ilustrar con dos ejemplos.
Si nos apegamos a lo que dice la letra, veremos que, efectivamente, el océano Atlántico deslinda por el Oeste al llamado continente europeo. ¿Pero qué sucede hacia el Este, donde no existe masa de agua sino hasta que se llega al Pacífico? Y, sin embargo, los montes Urales, el río Ural, una parte del Mar Caspio (que en realidad no pasa de ser un lago) y la cordillera del Cáucaso, establecen una línea imaginaria, arbitraria, que desvincula a Europa de Asia. La justificación se cae de la mata. Sería prácticamente imposible que los hombres blancos se pusieran al mismo nivel de los de piel amarilla, y que tras siglos de extender por el mundo sus aires de señores todopoderosos y desplegar su prepotencia en campañas de colonización de otros lares, vengan ahora a acatar una especie de igualdad a la parte asiática.
Tal análisis, en honor a la verdad, daría pie a otro similar con el caso africano. Si bien África hoy está separada de la susodicha Eurasia por obra del hombre, las fronteras artificiales —como el Canal de Suez o el de Panamá— no clasifican como demarcaciones intercontinentales. Visto así habría que aceptar la versión de la supuesta Eurafrasia. Mientras que, claro está, no habría motivo para seccionar América a la mitad.
A pesar de los múltiples argumentos —todos lícitos según la perspectiva desde donde se mire el asunto— pienso que la identificación de los continentes no solo debe ceñirse al estrecho concepto geográfico. Además de los parámetros geomorfológicos figuran aspectos como los culturales, económicos, etnográficos, políticos, religiosos, quizás otros, que caracterizan y de hecho unen a macro-regiones con sus millones de personas.
Sin dudas, el hábito de llamar Europa —y volvemos a citar el caso por ser uno de los que más contradicciones genera— a lo que en el atlas tiene cara de ser una península al interior del presunto Eurasia, más que al punto de vista de la geografía física responde a los designios de la historia y la geopolítica. Los pueblos que ocupan el (mal) llamado Viejo Continente tienen diversidades, como es lógico, pero son parecidos étnicamente, hablan idiomas semejantes y su forma de vida se basa en una civilización y religión comunes.
El mismo razonamiento se puede aplicar a África. Y, sucesivamente, al resto.
Así que, si tuviera que responder la interrogante del inicio —y sin seguridad de acertar en el blanco— seguramente me decantaría por combinar los criterios geomorfológicos-científicos con los históricos-geopolíticos-culturales. Dado ese paso, desembocaría en el modelo de los seis continentes (versión tradicional). El que a los clásicos: América, Europa, Asia, África y Oceanía, agrega la Antártida; esta última no habitada hoy, pero quién quita que pueda serlo mañana. Por lo pronto es una gran superficie helada y dormida, pero definida, independiente, que consta en el polo sur del planeta.
Nada, que el tema de boga en relación con los modelos continentales toma visos de una de las tantas tramas —o trampas, por qué no— de la geografía planetaria. No obstante, al final me quedo con que es cosa de humanos, tan fanáticos a estar enfrascados en cualquier tipo de disconformidad o en problemas de Matemáticas. ¿Y si el mundo hubiera permanecido en su forma original de Pangea? El cuento sería distinto.
Sin embargo, entre el ocaso del Triásico y estreno del Jurásico el supercontinente experimentó una fuerte sacudida en sus entrañas, y como coloridas bolas en mesa de billar, cada cual cogió por su lado; para todavía hoy, 200 millones de años después, mantenernos ocupados en el esclarecimiento de cuántos continentes esparció aquel golpe seco.
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