Un niño regordete, con cachetes pronunciados y deseoso de comer bastante y a toda hora, es considerado en nuestra cultura y tradiciones como un niño hermoso y sano, orgullo de su familia, que siempre exalta “la capacidad alimenticia” del pequeño y tienen la certeza de que será un hombre fuerte o una mujer bien dotada.
Sin embargo, la realidad muestra la verdadera cara del asunto, cuando cada día son más los pequeños que a edades cada vez más tempranas tienen un diagnóstico de obesidad, en tanto es enfermedad que como tal debe ser tratada, apunta la especialista en Endocrinología Pediátrica Annia Ladrón de Guevara Casals, del Hospital Pediátrico Juan Manuel Márquez, en la capital cubana.
Tiempo atrás, refiere la doctora, la obesidad se diagnosticaba generalmente en niños en edad escolar y adolescentes, pero en los últimos tiempos, en los que la incidencia de esta enfermedad aumenta, recibe con frecuencia en su consulta a niños de hasta dos y tres años o poco más con severa obesidad.
“Con mayor frecuencia atendemos casos de niños que, después de terminar la etapa de la lactancia materna y comenzar con la alimentación orientada por los esquemas de ablactación, padecen obesidad, ocasionada por trastornos de esa alimentación. Son los padres, por supuesto, los primeros responsables de este asunto, pues no velan por la comida adecuada de sus hijos y favorecen la ingestión de productos no recomendados.
“Esa es la parte más difícil de nuestro trabajo. Los padres, por lo general, no asumen que el sobrepeso de su hijo sea, a determinados niveles, una enfermedad y que, por tanto, el pequeño tiene más predisposición a padecer otras complicaciones como la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, los trastornos lipídicos, entre otros”, explicó Ladrón de Guevara.
—¿Por cuáles motivos acuden los padres con sus hijos a la consulta?
— Diversas son las razones. Con frecuencia, llegan preocupados por los resultados obtenidos en algún análisis o chequeo de rutina que arrojaron índices preocupantes, o porque consideran que ya está demasiado pasado de peso y no pueden hacer nada por controlar su ansiedad, la que ha estado influenciada por los malos hábitos de alimentación.
“En el caso de los varones, sobre todo, los padres acuden a consulta preocupados por el desarrollo de los genitales, pues es cierto que se produce un pseudohipogenitalismo, es decir, una disminución de estos órganos, pero es un efecto secundario de la propia obesidad, lo que puede constatarse fácilmente cuando los pequeños comienzan a perder peso y sus genitales, a simple vista comprobamos, empiezan a desarrollarse.
“Sea cual sea el motivo de la consulta, nosotros debemos atender al paciente de forma integral, y si vemos que es obeso, no podemos ignorar esa situación, y el tratamiento en esa dirección debe comenzar. No debe dejarse pasar por alto, por ejemplo, que un niño puede ser hipertenso producto de ese sobrepeso y muchos casos tienen ese cuadro clínico ya”, detalló la galeno.
“Luego de pesar y tallar al pequeño y establecer su grado de obesidad en relación con su edad y peso ideal, se orienta una dieta y una progresiva actividad física. El problema radica entonces en que, o no es respetada al pie de la letra, sobre todo por los abuelitos, o en que, al cabo de cierto tiempo, abandonan las orientaciones y se corre el riesgo de padecer la llamada obesidad de rebote, por la que podemos engordar casi el doble de antes.
“Le cuesta mucho a un padre reconocer la obesidad de su hijo, sobre todo si no fue ese el motivo de la consulta, y además, incorporar la dieta, no como dieta, sino como alimentación adecuada y saludable. Introducir frutas, vegetales, modos de preparación de los alimentos que no incluyan tanta grasa, entre otras recomendaciones, debe ser un hábito cotidiano.
“La actividad física incide también en la obesidad y eso lo sabemos todos. Sin embargo, los niños son cada vez más dependientes de los videojuegos, la computadora, las películas y seriales y se alejan de juegos que garantizan un gasto energético considerable como la pelota y el fútbol, montar bicicleta y patines, correr, saltar, entre otros”.
—¿La diabetes mellitus puede ser vista también en niños?
—Sí, claro. Lo que sucede con esta enfermedad es que, además de los factores predisponentes desde el punto de vista genético —que no pueden evitarse— están aquellos ambientales, es decir, los que sí dependen de nuestra conducta y hábitos alimenticios.
“Frecuentemente diagnosticamos diabetes mellitus, sobre todo del tipo I, en niños menores de cinco años, debido a las infecciones virales que padecen a esa edad, las que pueden predisponer el desarrollo de la diabetes; y en la adolescencia, etapa en la que por el aumento de las hormonas sexuales que aumentan los niveles de glicemia en sangre también se favorece su aparición. Esto, unido a los factores genéticos son una combinación que se nos va de las manos evitar pero que se relaciona también con los trastornos de la alimentación”.
“La sustitución temprana de la lactancia materna por una artificial, la ingestión de chucherías o alimentos llamados ‘chatarra’ que contienen muchos preservantes y productos químicos como las gaseosas y los refrescos en polvo, así como la ingestión alta de carbohidratos, sobre todo simples como dulces, helados, caramelos y el incumplimiento de los horarios de comida durante el día, son algunos de esos trastornos de la alimentación que, unidos a la predisposición genética, favorecen casi en un ciento por ciento de probabilidad el desarrollo de la diabetes mellitus.
“Los niños aprenden a suministrarse la insulina cuatro veces al día, se les realizan exámenes con frecuencia para determinar los niveles de glicemia que presentan, mantienen una dieta específica, entre otros cuidados que les permiten aprenden a vivir con la enfermedad, pero lo principal es evitar lo más que se pueda este tipo de padecimiento.
“En el caso de la obesidad, muchas complicaciones son reversibles, paulatinamente, con la disminución del peso corporal, pero lo ideal es evitar ser obeso y evitar también, claro, esos comportamientos condicionantes de otras enfermedades, como la propia diabetes.
“Mantener una adecuada alimentación en cantidad, frecuencia y elaboración de alimentos, hacerle atractivo a los pequeños el consumo de vegetales, los que casi siempre presentamos hervidos y con un poco de sal nada más; favorecerles la ingestión de productos naturales; estimularlos en su cuidado físico con la realización de actividades que consumen energía, entre otras acciones, contribuyen a al crecimiento y desarrollo de un niño que no será regordete pero, sin duda alguna, sí será hermoso y sano”.
Sory
30/8/12 12:52
Inculcar buen hábito alimenticio, enseñar a comer frutas y vegetales desde pequeño y desmitificar que estar gordo es sinónimo de buena salud.
Naty
30/8/12 10:24
Es dificil combatir la obesidad, y en los niños más aun... pero siempre trae consigo una serie de problemas cardiovasculares, de hipertensión e incluso de baja autoestima
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