Sí, fue una noche oscura la del 27 de enero última, y muy triste. Después de una mañana y una tarde soleadas, muchos habitantes de La Habana –yo incluida– llegaron a dudar de los partes meteorológicos e, incluso, de la alerta temprana, que advertían la posibilidad de una situación compleja.
Apenas despuntó la noche, se intensificaron los vientos y en casa perdimos el fluido eléctrico. Pero, repito, nada hacía presentir la gravedad del asunto, al menos en mi barrio.
Mi esposo y yo, pasadas las 8, cocinábamos una sopa y escuchábamos música en la oscuridad, cuando llamó mi padre desde Matanzas.
Papá me preguntó dónde estábamos, si no pasaba nada y, acto seguido, con preocupación, nos contó del panorama desolador que, en Luyanó, experimentaba mi tío.
Edificios caídos, gritos, polvo, miedo… era lo que encontraba a su alrededor, y no sabía si había sido un terremoto o la caída de un avión.
Yo no podía creer que, a unos kilómetros de mi hogar, para entonces en total paz, reinara el caos. Sentí enseguida la aprehensión de la desgracia, y cada nueva información que logré obtener en las horas siguientes no hizo sino aumentar la desazón.
El amanecer confirmó los peores presentimientos: cuatro personas fallecidas (días después aumentarían a seis) y cientos heridas, miles de viviendas afectadas, y los servicios de electricidad y de comunicaciones destruidos en los municipios de Diez de Octubre, Regla y Guanabacoa, esencialmente, por el paso arrollador de un tornado.
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Es humano, ante la constatación del dolor ajeno, sentir, apenas durante unos segundos, la fortuna propia. Los fenómenos naturales no distinguen entre sus víctimas: pudo ser la casa de una la que terminase en ruinas, perdidos los bienes que se adquirieron a costa de muchos esfuerzos y desaparecidos los recuerdos de una vida entera.
Y luego viene la impotencia ante la tristeza del herido en el cuerpo o el alma, y la necesidad de hacer.
Fueron las redes sociales, sobre todo Facebook y Twitter, medios esenciales para dar a conocer, primero, la magnitud de la catástrofe a través de fotos desoladoras; y, después, para convocar a unirse a la recuperación de forma inmediata, sin esperar convocatoria.
En efecto, no hizo falta que desde posición oficial alguna se llamara al trabajo. Siguiendo el ejemplo del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez –quien, junto a los ministros y autoridades territoriales, se personó desde la madrugada en los sitios impactados– miles de personas se dedicaron a mover escombros, socorrer a necesitados, recolectar donaciones y entregarlas, censar las afectaciones…
Solo con esa confluencia de intenciones entre el Estado y el pueblo pudieron lograrse proezas como, en apenas una semana, limpiar calles que parecían azotadas por la guerra, y devolver la luz eléctrica después de que no quedasen postes ni cables sanos.
No ha faltado para nadie una mano amiga, desde la del Presidente hasta la de los muchachos de las universidades, los artistas... gente de todo tipo y de todas partes.
El esfuerzo continúa, porque hay techos que colocar y paredes para levantar. Tendrá que seguir el trabajo en una urbe que, antes del tornado, ya tenía importantes retos que salvar de cara a sus 500 años.
Sin embargo, no hay desaliento. En el espíritu está esa canción de Los Novo que recientemente citara Díaz-Canel: "Ánimo, ánimo, gente mía. Téngase fe que siempre a la noche más negra le amanece el día, siempre le amanece el día..."
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No dejar a nadie desamparado es una máxima de tal hondura que se la encuentra tejida en el articulado de la nueva Constitución, porque en ella están el derecho a la salud, la educación y la vivienda digna.
Claro ejemplo es el Artículo 70, donde se precisa que: “El Estado, mediante la asistencia social, protege a las personas sin recursos ni amparo, no aptas para trabajar, que carezcan de familiares en condiciones de prestarle ayuda; y a las familias que, debido a la insuficiencia de los ingresos que perciben, así lo requieran, de conformidad con la ley”.
La solidaridad que hace el milagro en la capital nos nace sin artificios, pero no es gratuita. Tiene raíces en un proyecto de país que pone por delante la dignidad del ser humano y la defiende.
Los usuarios de Cubahora, en su foro Tu mensaje de solidaridad para damnificados en La Habana, compartieron su fe en lo posible y en el abrazo que da la Revolución a los suyos:
Leo: “Tengan fe en la Revolución Cubana y en sus dirigentes”.
Hano: “Mucha unidad y confianza entre los habaneros y cubanos en general y construyan una ciudad más bella”.
Nadia: “Que sus sueños sean más grandes que sus miedos”.
Luis Orlando: “Todo lo que ese tornado se ha llevado, será recuperado y levantado”.
Cubana: “Es difícil perder lo que con tanto sacrificio se ha obtenido en la vida, pero la Revolución ha demostrado siempre, y a pesar de dificultades objetivas y subjetivas, que puede ayudar a las personas en medio de estas tragedias a solucionar, si no todos (los problemas) de forma inmediata si los más acuciantes”.
Henry: “Mucha fe, fuerza y esperanza”.
Arlenis: “Si hay Revolución hay esperanza. Adelante, cubanos”.
Nayi: “No hay dolor de los cubanos que no sea dolor de toda Cuba, eso lo han demostrado otros hechos recientes por los que sufrimos todos y nos unimos en un #FuerzaCuba. Hoy también, así que cubano, cubana, FUERZA; contigo está tu gobierno, la gente del barrio, el que te vio en la tele, te escuchó en la radio. Hoy la solidaridad salió a las calles a dar por la Habana, lo más grande”.
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