La noticia fue divulgada hace muy poco y, por supuesto, apenas tuvo repercusión en los grandes medios que suelen alborotar cuando de desbarrar de presuntos oponentes se trata.
Y es que el asunto de marras se las trae a partir de las intenciones que pueden subyacer en la actuación oficial gringa.
Resulta que a mediados del pasado mes de enero, en Qatar, un estrecho aliado mesoriental de la Casa Blanca, el enviado especial norteamericano para Afganistán y Pakistán, Marc Groosman, llevó a cabo largas conversaciones secretas con representantes de los talibanes a fin de llegar a un acuerdo que ponga fin a los enfrentamientos armados en suelo afgano.
Algunas fuentes, tal vez las más ingenuas o tal vez las más mal intencionadas, recordaron al abordar el hecho que los Estados Unidos invadió a Afganistán como represalia por los ataques terroristas contra las Torres Gemelas y el Pentágono en septiembre del 2001, atribuidos al grupo terrorista Al Qaeda, y que luego de más de una década de acciones militares “se ha visto obligado” a negociar con “las autoridades” de entonces en aquel país de Asia Central, protectoras del controvertido Osama Bin Laden.
Otros analistas, sin embargo, parecen convencidos de que hay algo más en la trastienda, sobre todo cuando se redoblan los esfuerzos injerencistas norteamericanos en Asia Central y el Oriente Medio, dos estratégicas zonas del planeta.
Y ciertamente, en torno a las conversaciones secretas entre Washington y los talibanes existen elementos que recordar y que pueden dar una medida de lo que hoy puede esconderse detrás de ese diálogo.
Lo cierto es que desde mediados de la década de los noventa del pasado siglo, fue la Casa Blanca el respaldo esencial de los talibanes en su empeño por ocupar todo Afganistán en medio de la división entre señores de la guerra que se produjo luego de la salida de las tropas soviéticas del país y la ulterior caída de Kabul.
Para los intereses de los círculos de poder en la Casa Blanca, solo aquellos extremistas mu-sulmanes podrían traer la calma interna que necesitaba la empresa petrolera norteamericana UNOCAL para materializar su proyecto de un gigantesco oleoducto a través de suelo afgano… y junto a los talibanes actuaban además otros amigos de Washington: Al Queda y su jefe Osama Bin Laden, quien estableció íntimos lazos con los nuevos ahijados del imperio.
La imposibilidad de los entonces llamados “estudiantes”, (por su formación religiosa y militar en escuelas islámicas de Pakistán) de colocar a Afganistán enteramente bajo sus fueros, y las preocupaciones de UNOCAL ante la falta de concreción de su proyectado oleoducto, llevaron a Washington a intentar una “reconciliación nacional afgana” contraria a los planes del “gran sultanato” acariciados por los extremistas.
La acritud marcó entonces los vínculos entre las autoridades gringas, los presionados talibanes y sus fraternos terroristas de Al Qaeda. En consecuencia, luego del once de septiembre de dos mil uno, ambas facciones se convirtieron en enemigos a batir por la venganza patriotera con la que se disfrazó el expansionismo hegemonista Made in USA.
Sin embargo, presuntamente muerto Osama Bin Laden a manos de un comando especial norteamericano, se ha hecho evidente el reverdecimiento del maridaje oficial norteamerica-no con Al Qaeda en las acciones agresivas en Libia y ahora contra Siria.
Y si Washington ya se entiende con uno de sus viejos socios del radicalismo islámico, nada de extraño tiene que retome sus lazos con otro añejo colaborador, en este caso los talibanes.
Al fin y al cabo, no se trataría de otra cosa que reestructurar la alianza entre extremistas imperiales y extremistas islámicos para seguir actuando en concierto contra todo lo que se oponga a sus respectivos intereses, no importan las víctimas norteamericanas del once de septiembre ni los cientos de miles de muertos en territorio afgano luego de más de diez años de guerra.
Para la Casa Blanca, el asunto esencial es establecer su absoluto control sobre Asia Central y Oriente Medio. Para los fundamentalistas musulmanes, la creación de una extendida red de santuarios particulares a partir de la interpretación más reaccionaria del Corán.
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