No recuerdo que alguien haya preguntado a Fidel acerca del significado atribuido al título de sus memorias: Guerrillero del Tiempo lo cual asocio con la cualidad de estar a la altura del momento. Tal vez la humanidad ha llegado al punto crítico en el que se encuentra porque se dieron respuestas viejas a problemas nuevos; dos fenómenos ilustran el equívoco: proliferación nuclear y terrorismo.
El 11/S fue el hito que señala la aparición de un fenómeno político aunque negativo enteramente nuevo y que convirtió al terrorismo en amenaza global no estatal. Dos veces el territorio norteamericano ha sido atacado: una el 7 de diciembre de 1941 en Pearl Harbor y la otra el 11 de septiembre en Nueva York.
En 1941 el presidente Franklin D. Roosevelt acudió al Congreso que declaró la guerra a Japón. Entonces había un motivo claro y un enemigo identificado. Un día después en virtud de un tratado concertado entre ella y Japón, Alemania declaró la guerra a Estados Unidos.
El 11 de septiembre de 2001 no había nada de eso. Todavía no se sabe por qué Estados Unidos fue atacado ni exactamente por quién. Muertos todos los autores materiales y liquidado Osama Ben Laden, la verdad nunca será conocida y se podrá incluso especular acerca de una presunta autoagresión norteamericana que entre otras cosas absuelve a los terroristas.
Ante un fenómeno inédito George Bush respondió declarando la guerra al terrorismo, un enemigo no individualizado ni ubicado y que amenazaba a todo el mundo. En lugar de estudiar el fenómeno procurar una respuesta apropiada, amenazó con atacar a 60 o más rincones oscuros, ordenó la invasión a Irak y Afganistán y la cacería de Ben Laden. Diez años después, con más de un millón de personas muertas y billones gastados, Estados Unidos no ha ganado y el terrorismo no ha sido derrotado.
El impacto de aquella errónea apreciación y de las medidas tomadas al respecto se reflejan en la sociedad norteamericana y en su economía, en el prestigio de los Estados Unidos y en la visión que de su actuación tiene importantes sectores en el mundo islámico y fuera del mismo, en las deudas de sangre adquiridas y en la crisis económica. El mundo no es más seguro y nadie sabe cuál será la próxima víctima del terrorismo que no tiene patria, credo ni ideología y actúa a tenor con códigos aun no descifrados.
El otro asunto que sirve de ejemplo es la proliferación nuclear, un fenómeno cuyo peligroso potencial fue percibido por el presidente Dwight Eisenhower quien para permitir el acceso a la energía nuclear con fines pacíficos fue a la ONU y lanzó el programa: Átomos Para la Paz mediante el cual suministró reactores y combustible nuclear a un grupo de sus aliados del Tercer Mundo. John F. Kennedy, sucesor de Eisenhower se aterró al calcular que para el año 2000 podía haber 50 países nucleares.
Avanzando en esa línea, no perfecta aunque básicamente correcta, en 1957 se creó el Organismo Internacional de la Energía Atómica y en 1968, se abrió a la firma el Tratado de No Proliferación Nuclear que permitió poseer bombas atómicas solo a los cinco estados que ya las tenían. Hasta ese punto, con precisiones necesarias y reservas pertinentes, la alerta estuvo justificada, las medidas fueron pertinentes y, a pesar de la Guerra Fría, el nivel de concertación internacional fue aceptable.
Lo que no fue aceptable fue mirar para otro lado cuando, al margen de la voluntad de la comunidad internacional expresada en el Tratado de no Proliferación Nuclear, por razones políticas circunstanciales, se asumieron posiciones tolerantes ante países que sin ocultarse ni respetar lo acordado desarrollaron las armas atómicas, en lo cual inevitablemente contaron con asistencia de potencias nucleares. En dos décadas el número de países con armas atómicas se duplicó y las bombas llegaron al Tercer Mundo.
Tal vez ningún error ha sido mayor que permitir que por intermedio de Israel las armas nucleares fueran introducidas en el Medio Oriente, una zona en permanente estado de tensión desde hace sesenta años, donde la guerra es siempre inminente. Del mismo modo que era imposible detener a Pakistán después que la India fabricó sus bombas no es posible persuadir a Irán de que no busque la suya cuando Israel puede tener más de doscientas.
Dejar pasar la oportunidad que significaron las posiciones de Mijaíl Gorbachov respecto a la limitación de armas y el desarme, no haber rentabilizado las opciones abiertas durante el gobierno de Boris Yeltsin que era capaz de cualquier concesión, incluso de disolver a la Unión Soviética e ilegalizar el Partido Comunista, y haber sido omiso cuando en la coyuntura abierta por el debilitamiento de Rusia se pudo avanzar en el desarme, forman una sucesión de errores estratégicos que han conducido a la presente situación en la que por momentos la confrontación nuclear parece inminente.
No basta con paralizar a Irán y Corea del Norte como no se hizo con India, Pakistán, Israel y Sudáfrica, sino que es necesario un planteamiento global de la cuestión de las armas nucleares. El hecho de que una guerra nuclear que comprometa a la humanidad pueda ser provocada por problemas políticos locales y circunstanciales en países del Tercer Mundo es un fenómeno político nuevo.
Tal vez el título de Guerrillero del Tiempo que ha dado Fidel Castro a sus memorias alude a la batalla que libra para que la cordura y la sensatez prevalezcan sobre mezquinas ganancias políticas. Allá nos vemos.
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