En el batey de El Uvero, enclavado al sur de la Sierra Maestra, tenía sus instalaciones la maderera Babún, que desde hacía más de 20 años venía explotando en forma indiscriminada las riquezas forestales de la serranía.
En los primeros meses de 1957, solo había allí un apostadero con una pareja de la Guardia Rural que prácticamente se ocupaba de los intereses de la compañía, pero con el reforzamiento de tropas ocupan entonces como cuartel una de las casas del lugar, donde establecen un dispositivo defensivo circular y dislocan en la periferia varias postas permanentes, todo fortificado con gruesos troncos de madera dura.
Después de varios meses de haberse producido el reinicio de la lucha revolucionaria tras el desembarco de los expedicionarios del Granma, y la reorganización de la tropa rebelde y de entrenamiento de los nuevos combatientes, Fidel Castro consideró que el Ejército Rebelde se hallaba en condiciones de enfrentarse exitosamente a los soldados de la dictadura.
El jefe guerrillero conoció, a través de la radio, del desembarco el día 24 por una playa al Oeste de la bahía de Cabonico, de la expedición del yate Corinthya, compuesta por 27 combatientes.
A la memoria vienen los recuerdos de los días del desembarco del Granma. Fidel sabe que se desatará una desenfrenada persecución sobre estos expedicionarios, por eso es necesario actuar con rapidez para, de esta forma, atraer en parte al dispositivo enemigo sobre la Sierra Maestra.
A media mañana del 27 de mayo de 1957, Fidel cita una reunión de oficiales del Estado Mayor, a quienes informa que debían estar preparados para entrar en acción. Comienzan a descender al atardecer hacia el llano de El Uvero; durante la oscura noche una larga columna de unos 120 hombres realiza la prolongada bajada. De ellos solo 80, los que poseen armas adecuadas, están listos para el combate; los demás van como prácticos, ayudantes y cargadores.
En la madrugada del 28 de mayo, tras dejar las mochilas ocultas, bajan hasta las inmediaciones del batey. Fidel asigna las misiones que debe cumplir cada jefe: se proponen cerrar sobre tres posiciones el dispositivo del ejército, bloqueándolo en forma de semicírculo desde la tierra hacia el mar. El primer disparo lo efectuará él y solo entonces debe comenzar el combate.
EL PRIMER TIRO
Son las 5:45 de la madrugada. Un rojizo resplandor anuncia la salida del nuevo día. Fidel Castro, tenso, expectante, fija su mirada sobre el cuartel. Se ajusta la correa del fusil; por un instante aguanta la respiración y lentamente oprime el disparador: un resplandor de fuego y el seco sonido del arma retumban en medio del silencio del amanecer.
Fidel busca con sumo cuidado el lugar donde presumiblemente se encuentra el aparato de radio; la mira telescópica del fusil del jefe rebelde registra en su retícula el objetivo. Sabe que gran parte del éxito del combate reside en la inutilización de las comunicaciones, de lo contrario, en breves minutos la aviación primero y tropas cercanas después, vendrían en auxilio del puesto del Uvero.
El primer disparo destroza el equipo, el resto puede describirse como un huracán infernal por el ensordecedor ruido de los disparos de la fusilería y las ráfagas mortales de las ametralladoras.
La encarnizada lucha continúa, aunque se nota que han tenido bajas, los soldados resisten y, con abundante parque, no cesan de disparar. Fidel dispara incontenible desde la lomita, junto al personal que lo acompaña. Ordena que avance una ametralladora para tratar de vencer la resistencia de la posta del camino que combate con más tenacidad. Hacia la izquierda, Ernesto Che Guevara ha adelantado su ametralladora y cruza un fuego violento contra la posta tres.
A pesar de las bajas rebeldes el avance es indetenible sobre el cuartel que responde con una lluvia de plomo. Juan Almeida se mueve incansablemente entre sus hombres, ordena, alienta y avanza prácticamente sin protección alguna.
Han transcurrido más de dos horas de combate y las bajas por ambas partes son sensibles. Fidel ordena un nuevo esfuerzo. El lanzamiento de granadas sobre el emplazamiento y su explosión ha removido los gruesos troncos de madera, pero todavía queda un soldado con la ametralladora. Un ardid de distracción permite a Guillermo García arrastrarse hacia el fortín y, disparando su pistola, acaba con la última resistencia.
Ahora todo el fuego se concentra sobre el cuartel. Guillermo emplaza la 30 y junto a él dos combatientes sitúan sus fusiles ametralladoras, el resto del pelotón se despliega y abre fuego cerrado sobre las posiciones de los guardias junto al cuartel que vuela en pedazos. Son los últimos momentos de la operación.
Fidel, que ha bajado de la loma un momento antes, observa atentamente el desarrollo de las acciones. La situación había sido sumamente crítica, pero órdenes oportunas con el ataque del pelotón de Raúl, el avance impetuoso del de Almeida, el asalto al fortín de la posta uno, más las acciones de apoyo de Camilo y Che terminan por vencer la tenaz resistencia del Ejército. Cae herido el teniente Pedro Carreras, jefe del cuartel, quien saca un pañuelo blanco y lo agita en señal de rendición. Los soldados no pueden seguir luchando.
El combate de El Uvero se prolongó durante más de dos horas, pero finalmente los integrantes del Ejército Rebelde lograron vencer la resistencia ofrecida por los soldados de la dictadura. Esta victoria reafirmó las posibilidades que tenía el Ejército Rebelde para seguir desarrollando la lucha revolucionaria.
Tras el triunfo de la Revolución, al escribir acerca de sus vivencias en la guerra de liberación nacional, el Che evocó la significación que tuvo el combate del Uvero para la tropa rebelde y al respecto expresó: “Para nosotros fue además, la victoria que marcó la mayoría de edad de nuestra guerrilla”.
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