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sábado, 2 de noviembre de 2024

Patria, hablan las brisas y las flores

A Bonifacio Byrne muchos lo recuerdan como “el poeta de la guerra”, otros “el poeta de la bandera”...

Francisco Domínguez Almaguer en Exclusivo 04/03/2018
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Bandera cubana ondea en la capital
Byrne tiene su mérito, como todos los revolucionarios y los poetas. (Fernando Medina Fernández / Cubahora)

Mi madre, exaltada, leía una nota de mi maestra Teresa Naranjo Corrales en el expediente escolar: “… le está cogiendo amor a la patria…”. Con mis nueve años a cuesta terminaba la cuarta enseñanza y ya había hecho el papel de José Martí en la obra “Los horrores de la esclavitud” y declamado en ella cuando iban los negros al cepo: “Yo sé de un pesar profundo, entre las penas sin nombres, la esclavitud de los hombres es la gran pena del mundo”.

Con el paso del tiempo consolidé lo que la maestra apreciaba en mi evaluación y mi madre, sabida del amor que me inculcó a la patria, no alcanzaba a comprender entonces. Supe que a los revolucionarios los mueven grandes sentimientos de amor, que en cada uno de ellos hay un poeta, aunque alguno no llegue a manifestarlo nunca en poesía, como también aprecié que en la generalidad de los poetas hay también hombres y mujeres verdaderamente revolucionarios, capaces de expresar y defender desde su manifestación artística y con tamaño altruismo, los valores patrios.

Recuerdo haber recitado en algún matutino las estrofas del poema “Mi bandera”, que inmortalizó al matancero Bonifacio Byrne, el ‘poeta de la guerra’, a quien rememoro hoy, en el 157 aniversario de su nacimiento y de quien, en cada episodio, viene a mi mente el fervor del legendario guerrillero Camilo Cienfuegos, cuando en su medular y último discurso en octubre de 1959, citando al poeta exclamó: “Si deshecha en menudos pedazos/ llega a ser mi bandera algún día…/ ¡nuestros muertos alzando los brazos,/ la sabrán defender todavía!...”

Bonifacio Byrne, acreedor del amor de sus padres, dotado desde pequeño de una sensibilidad exquisita, proverbial inteligencia, sentido agudo de la observación y actuar independiente, refleja en sus primeros poemas que ama intensamente, palpa la realidad de la gente y de la época hasta llegar a cuestionar en más de una ocasión la dominación española sobre la Isla insumisa.

El apasionado y humilde escritor, considerado el primero de los poetas de su generación, transitó desde la más excelsa obra romántica, propia de la época en que vivió, hasta el apasionamiento patriótico y defensor de los grandes hombres en tiempos de épicas hazañas, tal y como lo reflejan sus últimos poemas.

Ya a fines del siglo XIX se vislumbraba en él, una de las nuevas voces de la poesía cubana, al publicarse en 1893 el poemario de su autoría: “Excéntricas”, en el que evidenciaba su inclinación al modernismo y una voluntad sumaria y renovadora.

A comienzos de 1896, tras el fusilamiento del primer patriota matancero Domingo Mujica, escribe un poema que se movió anónimo y manuscrito entre la gente. Byrne, inconforme con la indolencia pública, se vio obligado a protegerse y viajar después a Tampa, Estados Unidos.

Estando aún en el exilio crea ese otro fiel exponente: una colección de sonetos titulado “Efigies”, en la que incluye el dedicado al propio Mujica, pero también a José Martí, Máximo Gómez, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, los Maceo, Calixto García, entre otros próceres, y cuyos fondos destinó a la causa independentista que se fraguaba en la Isla. Fue entonces que se observa en Byrne, lo que consideró por siempre un deber, su tránsito hacia la poesía patriótica, épica por excelencia.

Luego de sus constantes esfuerzos en el exilio y ya en los en los albores del siglo XX, retorna a la amada patria en 1899, y para su asombro e indignación, alcanza a ver en el Morro, desde el barco que lo traía de regreso, la bandera norteamericana que escoltaba a la cubana. No se resiste ante tamaña afrenta, medita y no soporta callar las ideas, llega a casa, escribe, para entonces y para la posteridad, un poema de elevadísimo sentido patriótico que dotó a Cuba y a los cubanos de un perdurable alegato a favor de la identidad y la nación, creación que quizás el poeta no percibió el alcance y notoriedad relejo de la angustia de los cubanos ante la frustración de una República surgida bajo la dependencia neocolonial del naciente imperialismo y muestra fehaciente de la humildad y sencillez conque actuó hasta su muerte, el 5 de julio de 1936.

Hoy muchos lo recuerdan como “el poeta de la guerra”, otros “el poeta de la bandera”, y sobre todo los niños y las niñas, que como parte de sus estudios y de sus actividades patrióticas toman para sí las armas de Byrne: la poesía: la declaman y como yo “le van cogiendo amor a la patria” o ya se le tiene en la genética encumbrada de la resistencia constante a las adversidades impuestas por los gobiernos vecinales del norte. Sí, porque en ella: la Patria, y en cada una de las generaciones que la habitan y la defienden, hay de ese sentimiento y de las otras muchas necesidades espirituales e irrenunciables: independencia, soberanía y la firme decisión de los cubanos todos: defender su bandera y su Patria, de ser necesario, ante el agresor que intente ultrajarla.

Generaciones tras generaciones enarbolan sus estrofas, las mismas de “Mi bandera”, esculpidas en piedra en la plaza reluciente y bella donde ondea la enseña nacional tricolor y cada tres de marzo, coincidiendo con el natalicio de su autor, celebran los cubanos el Día del Poeta, en tanto un agradecido, ni de soslayo olvidará su legado, pensará que así escribió quien sintió lo que pensó, como mismo el Héroe de Yaguajay puso a su poesía pecho, corazón y toda energía.

Así se anda Cuba, así han de andar los cubanos todos, en casa o distantes de esta isla bella, amándole y en vigilia permanente para que nada ni nadie altere sino para bien, sus hitos de voluntad patriótica.

Byrne tiene su mérito, como todos los revolucionarios y los poetas, que desde la acción y la palabra, en el arte de luchar y de escribir, ponen al servicio de sus congéneres esa fuente inagotable de la que se ha de beber siempre: el amor a la patria, a sus símbolos, a su martirologio, y en defensa permanente a lo justo: su derecho de ser libre, soberana e independiente, para que en cada alborada, pueda entonces saberse que a la Patria, hablan las brisas y las flores, como también se lleva en ristre las armas y las ideas.


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Francisco Domínguez Almaguer

Escritor, guionista y productor de Cuba Hoy


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