El 29 de septiembre de 1933, La Habana amaneció en plena efervescencia patriótica. Cientos de personas se congregaron para depositar las cenizas del líder comunista Julio Antonio Mella en un pequeño obelisco erigido para ese fin en la Plaza de la Fraternidad.
Las cenizas de Mella —asesinado en Ciudad México, la noche del 10 de enero de 1929, por órdenes expresas del tirano Gerardo Machado—, habían arribado a Cuba por barco dos días antes, el 27, traídas por el dirigente comunista y profesor universitario Juan Marinello Vidaurreta.
Apenas había pasado un mes y medio de la caída de la dictadura machadista, y ya el pueblo cubano trasladaba a la Patria los restos del querido y respetado líder antiimperialista, fundador de la FEU y del primer partido marxista-leninista.
Era un homenaje que las fuerzas represivas encabezadas por Fulgencio Batista, jefe del Ejército, no podían permitir. Para nada importó el permiso gubernamental que el gobierno de Ramón Grau San Martín diera previamente. Apenas unas horas antes, la autorización fue revocada.
Lo que sucedió después era previsible. Un intenso tiroteo y la destrucción del busto de Mella y del pequeño mausoleo donde serían depositados sus restos mortales.
Víctima de esa represión, murió de un disparo en la cabeza un niño de apenas 13 años, miembro de la Liga de los Pioneros, organización que agrupaba a los niños futuros afiliados comunistas. El niño mártir se llamaba Francisco González Cueto, pero todo el mundo le conocía como Paquito.
Paquito, era de cuerpo endeble, pero de convicciones firmes. Sabía a lo que se exponía. Antes de partir, le dijo a su mamá: “Mella ha muerto por la Revolución y mi deber es ir al entierro aunque me maten”. Se cuenta que portaba un cartel en el que se leía “¡Abajo el imperialismo!”.
Por la calle Reina marchaba el sepelio, cuando la crueldad y el odio abrieron fuego contra la multitud inerme. Unos francotiradores apostados en las azoteas encontraron un blanco perfecto entre los cientos de manifestantes. Paquito fue de los primeros en caer.
Varios camiones cargados de soldados aparecieron y secundaron aquella criminal acción, golpeando a los concurrentes y buscando la urna con las cenizas de Mella para desaparecerlas.
Las órdenes las había dado el flamante coronel Fulgencio Batista para agradar al imperio. Por suerte, en la confusión, entre tiros, golpizas, muertos y heridos, Ramón Nicolau, uno de los dirigentes comunistas que cargaban la urna, escapó con ella y pudo salvarla.
Paquito González —el primer pionero mártir en la Historia de Cuba— había nacido el 19 de octubre de 1919 en la calle de San Carlos, antiguo barrio de Pueblo Nuevo, en La Habana. Pertenecía a una familia pobre: la madre, Flora Cueto, obrera cigarrera, criaba con grandes esfuerzos a sus seis hijos, de los cuales Paquito era el menor.
Paquito cuando tenía 12 años (Fuente: Juventud Rebelde).
Refiere su biografía que era un niño inquieto, de carácter jovial, siempre de buen humor, a quien le gustaba mucho el cine y, como la mayoría de los muchachos de su edad, jugaba a la pelota y bailaba muy bien. También era aficionado a los animales.
Una de sus cualidades más sobresalientes era la generosidad. En la escuela era el primero en ayudar a los compañeros y de igual manera sobresalió como buen estudiante y por su pulcritud y limpieza.
Su hermano Julio recordaba que cuando era más dura la tiranía machadista, Paquito tenía una cotorra a la que había enseñado a decir apapipio (chivato), lo que provocaba risa y también temor a los familiares.
Fidel, en la inauguración del Palacio de Pioneros que lleva su nombre, expresó: “Por eso, para recordar la memoria de ese niño que a los doce años murió y había soñado con todas estas cosas, con ver algún día una revolución, con ver algún día a todos los niños felices, con ver una organización de pioneros, que hoy es realidad, nosotros para perpetuar su memoria le hemos puesto a este palacio Paquito González”.
Ese propio día 29 de septiembre de 1933 fue la última presentación en público del poeta y dirigente comunista Rubén Martínez Villena, quien, ya minado por la tuberculosis, le habló al pueblo minutos antes de partir el sepelio con las cenizas de Mella.
Dijo Rubén: “Camaradas, aquí está, sí, pero no en ese montón de cenizas sino en este formidable despliegue de fuerzas. Estamos aquí para tributar el homenaje merecido a Julio Antonio Mella, inolvidable para nosotros, que entregó su juventud, su inteligencia, todo su esfuerzo y todo el esplendor de su vida a la causa de los pobres del mundo, de los explotados, de los humildes…
“Pero no estamos solo aquí para rendir ese tributo a sus merecimientos excepcionales. Estamos aquí, sobre todo, porque tenemos el deber de imitarlo, de seguir sus impulsos, de vibrar al calor de su generoso corazón revolucionario. Para eso estamos aquí, camaradas, para rendirle de esa manera a Mella el único homenaje que le hubiera sido grato: el de hacer buena su caída por la redención de los oprimidos con nuestro propósito de caer también si fuera necesario”.
Con su vida, Paquito González Cueto hizo realidad esa premonición, al hacer buena su caída por una Patria que hoy le rinde tributo y le recuerda como el primer pionero mártir.
Como al niño que murió por Mella, al héroe que murió por Cuba.
m@
1/10/18 16:03
Cuando en los trabajos practico estudiantiles, ya en la actualidad luego en los trabajos político –ideológico designo por destacar a Mella, uno de los antiimperialista mas grande.
1/10/2018
M@
hora:3-59.pm
Narciso
1/10/18 19:44
Cierto. A Julio Antonio Mella y a su pensamiento hay que dedicarle más estudio. Se trata de uno de los precursores del marxismo-leninismo en América Latina y uno de los jóvenes más intrépidos e integrales que ha dado Cuba.
Gracias por comentar.
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