El juicio de Fidel por los sucesos del Moncada, efectuado el viernes 16 de octubre de 1953, tuvo como inusitado escenario el salón de actos de la Escuela de Enfermeras, ubicado en el hospital civil Saturnino Lora; el mismo que ocupara Abel Santamaría con una veintena de combatientes en apoyo al asalto. Quizá por un toque de suerte u obra del destino, Pilar Seisdedos Rivas se contó entre los pocos privilegiados que pudieron ingresar al local y aquilatar toda la fuerza moral de un hombre que sería absuelto por la historia.
Como buena parte de los santiagueros, disfrutaba de los carnavales cuando recibió los primeros ecos de un combate, aquel amanecer del 26 de julio; pero al conocer con certeza de qué se trataba la acción y quién era su jefe principal, entonces se sintió rápidamente identificada. “Me dije: es joven, es valiente, y es abogado”. Ella también lo era. Apenas un año antes se había licenciado de la carrera de derecho integrando la primera graduación de la Universidad de Oriente.
“Asistí a las primeras sesiones del juicio celebradas en septiembre en el Palacio de Justicia. Allí el acceso era público. Pero cuando sacaron a Fidel de la vista, bajo la falsa justificación de que estaba enfermo, decidí retirarme y no ir más”. Días después conoció por boca de Jorge Pagliery, a la sazón decano del Colegio de Abogados, que se le haría un juicio aparte, casi secreto, en una salita del hospital civil.
El día previsto para la audiencia, recuerda, acudió temprano en la mañana con su toga en la mano. Se topó con que varios abogados esperaban en el lugar. “Pero, cuando advirtieron que no se permitiría la entrada de nadie, poco a poco se fueron yendo. En cambio, decidí quedarme, porque pensé que si no me dejaban pasar al menos podría ver a Fidel cuando lo sacaran”.
Luego llegó un compañero de curso y le pidió que la acompañara. “Estando en esa expectación este me avisa: ‘fíjate, ahí viene Chaviano. Dirígete tú a él que te va a hacer más caso que a mí’. ¡Ay, mi madre!, pensé. El coronel venía custodiado, pero le expliqué que éramos recién graduados y que queríamos participar como oyentes para coger experiencia en el juicio. La experiencia en realidad era ver al valiente abogado”, confiesa. Sorprendentemente, el jefe del regimiento militar —conocido como El Chacal, por ser uno de los promotores de los crímenes contra los asaltantes prisioneros— aceptó y ordenó a un teniente que los llevara adentro.
El pequeño local de enfermeras devenido escenario del trascendental juicio es preser-vado a semejanza de aquel día, en el hoy Parque-Museo Abel Santamaría. (Foto: Martha Vecino Ulloa)
En la estrecha habitación estuvieron pocas personas: tres magistrados, el fiscal, el secretario, el oficial de la sala, dos abogados de la defensa, seis periodistas, tres oyentes; y como acusados Fidel Castro, Abelardo Crespo —quien estaba acostado en una camilla por hallarse herido—, y el obrero ferroviario Gerardo Poll, que nada tenía que ver en los hechos. El espacio restante fue ocupado por varios guardias con fusiles y bayonetas caladas, aunque un contingente armado custodiaba las afueras.
UN ALEGATO EXTRAORDINARIO
“Me impactó ver a aquel joven en su autodefensa. Yo, que acababa de ser estudiante, no entendía que alguien pudiera hablar con semejante serenidad y coherencia por cerca de dos horas sin que tuviera un libro ni una nota para basarse, solo un pequeño código de defensa social de bolsillo que usó para indicar el delito que le imputaban.
”Al hablar de sus hermanos asesinados lo vi tan emocionado que hasta pensé que no iba a poder seguir, sin embargo, se recuperó. También se atrevió a denunciar todos los males del sistema político y social de la época. Dijo tantas verdades que tuve miedo de que lo mataran allí mismo, pero nadie lo interrumpió en ningún momento”.
Otro pormenor que llamó la atención de la hoy testimoniante estuvo relacionado con la toga usada por Fidel para asumir su propia defensa. “Allí le prestaron una que estaba raída y gastada, como si intentaran humillarlo. Por eso sentí deseos de prestarle la mía, pero por su estatura le quedaría demasiado chiquita.
La abogada novel con su toga de graduación, la misma que ansió haberle podido pres-tar al líder revolucionario, si no hubiera sido de talla chica. (Fotocopia: Martha Vecino Ulloa)
”Mientras él hablaba, yo sentía como una fuerza de imán que me atraía. Ciertamente, él lograba despertar el interés por escucharlo. No sentí pasar el tiempo. Salí de allí con el orgullo de presenciar ese momento y satisfecha porque me sirvió de gran aprendizaje”, afirma.
Pilar agrega que una vez concluido el juicio, cuando el detenido era retirado por la soldadesca, hubo un instante en que los periodistas lo rodearon; así que decidió aprovechar la pausa para acercársele también. “Fidel al verme con la toga me extendió su mano y dijo: ‘¿Somos colegas?’ Eso me emocionó tanto que quedé sin habla. Ahí se lo llevaron. Yo lo puse en un nivel altísimo. Era un hombre extraordinario que expuso su vida por un ideal y me dije: cada cien años en un país nacerá alguien parecido”.
ME VI REFLEJADA EN SUS PALABRAS
Desde un sillón en su casa del reparto Sueño, en la ciudad santiaguera, la testigo de La Historia me Absolverá destaca que se vio reflejada en las palabras del acusado devenido acusador. Ella se contaba dentro de los 10 000 profesionales desocupados a los que él hiciera referencia, mientras exponía los seis grandes males existentes en la Cuba de entonces.
Aunque con título universitario, la joven abogada estuvo desempleada hasta 1957 que consiguió, mediante examen de oposición, una de las plazas para juez del Tribunal Supremo de Cuba; aunque esta no le fue otorgada sino en 1959.
A lo largo de sus casi cinco décadas de ejercicio laboral, ejerció primero como jueza en Baracoa, notaria luego, y por último en la facultad de Derecho en la Universidad de Oriente, de la cual fue alumna-fundadora y donde se jubiló con 79 años, con las categorías de doctora en ciencias y profesora auxiliar.
Pilar Seisdedos Rivas fue testigo del histórico juicio celebrado el 16 de octubre de 1953. (Foto: Martha Vecino Ulloa)
“Enfermé y dejé de trabajar, lo que me pesó como el más grave error de mi vida. Hubiera querido seguir trabajando, así estaría ocupada hoy. Ay, ‘mijo’, como también extraño usar zapatos altos”; nos dice ocurrentemente a sus 88 años.
Pilar Seisdedos Rivas volvió a ver a Fidel desde la distancia del auditorio, durante la Conferencia de la Asociación Americana de Juristas celebrada en La Habana en 1987, adonde asistió como delegada. Hoy, igual que todos los cubanos, lamenta la pérdida física del Comandante en Jefe.
“Siempre lo recordaré en aquel final cuando dijo: ¡Condenadme, no importa… La historia me absolverá! Fue un discurso maravilloso. A partir de entonces siempre procuré ver sus intervenciones porque daba gusto escucharlo. Me impresionó la virtud, la capacidad de aquel hombre. Fidel era un genio”, concluye.
Tony
13/11/17 16:28
Como revolucionario y abogado, me emocionó la lectura de este magnífico artículo. Sin dudas fue un privilegio de Pilar, el haber podido ver, escuchar y emocionarse con las históricas palabras del entonces joven abogado Fidel Castro, quien llevó a vías de hecho, como nadie, el legado del Apóstol.
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