Cuando ayer el busto en bronce de Mariana Grajales –obra del escultor José Lescay- fue trasladado del cementerio de Santa Ifigenia y emplazado en el patio del Museo Casa Natal Antonio Maceo, en Santiago de Cuba, se cerró un ciclo importante en la vida y obra de la bien llamada Madre de la Patria, en ocasión de conmemorarse el aniversario 124 de su fallecimiento, ocurrido en Jamaica, el 27 de noviembre de 1893.
Resultó un colofón glorioso a otro momento relevante que tuvo lugar el pasado 10 de octubre cuando la tumba de la más ilustre de las cubanas fuera trasladada de lugar, junto a la del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, y reubicada en el entorno del Mausoleo al Héroe Nacional de Cuba, José Martí Pérez, y el monolito que guarda las cenizas del Comandante en Jefe Fidel Castro.
En su simbolismo, representa reconocer en Mariana a todas aquellas mujeres cubanas que tanto han sacrificado por la independencia y las libertades patrias. Encarnar, en la matrona heroica, nacida en cuna pobre el 12 de julio de 1815, las cualidades que adornan el alma de las féminas nacidas en esta Isla.
José Martí, que conoció a la anciana en su exilio de Jamaica, con la prosa insuperable que le caracterizara, hizo el más hermoso retrato de la madre de los Maceo: “¿Qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, que santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?
“Con su pañuelo de anciana a la cabeza, con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido, con fuerza inextinguible, en la mirada y en el rostro todo, cuando se habla de las glorias de ayer, y de las esperanzas de hoy, vio Patria, hace poco tiempo, a la mujer de ochenta y cinco años que su pueblo entero, de ricos y de pobres, de arrogantes y de humildes, de hijos de amo y de hijos de siervo, ha seguido a la tumba, a la tumba en tierra extraña. Murió en Jamaica el 27 de noviembre, Mariana Maceo”.
De su vida heroica no basta resaltar que de su seno materno naciera toda una pléyade de valientes, ni que de sus 14 hijos, solo tres sobrevivirían tras concluir las luchas contra el colonialismo español, pues el resto ofrendó su vida por la independencia. Incluido su esposo, el sargento Marcos Maceo, muerto en acción de guerra el 14 de mayo de 1869, y cuyas últimas palabras fueron: “He cumplido con Mariana”.
Pues ella, la Madre de la Patria, lo es por mucho más. Lo es, por sí misma. Nunca en la manigua cubana durante la Guerra de los Diez Años hubo mejor enfermera. Ni tampoco hubo un minuto de flaqueza en sus diez años de insurrecta, viviendo en cuevas, subiendo montañas, bajo la lluvia o el sol ardiente. Era ya una mujer de 53 años, pero de sus labios solo salieron palabras de aliento y frases cariñosas.
Ninguna de las valientes que le acompañaron tuvo más coraje que ella al ver el cuerpo ensangrentado de su hijo Antonio, herido de gravedad en Mangos de Mejía. Entonces, rechazó el llanto y las espantó a todas: “¡Fuera, fuera faldas de aquí, no aguanto lágrimas!”, y a su hijo menor Marcos, quien no tenía todavía 14 años, le dijo imperativa: “Y tú, empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento”.
Pero antes, cuando el 12 de octubre de 1868, la familia entera se fue a la guerra, les exigió a todos arrodillarse ante Cristo y jurar defender con sus vidas a la patria oprimida.
La propia María Cabrales, la esposa de su hijo Antonio, contó así la singular anécdota, en carta al periodista Francisco de Paula Coronado: “(…) la vieja Mariana, rebosando en alegría, entra en su cuarto, coge un crucifijo que tenía, y dice: de rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar la patria ó morir por ella”.
Martí, quien vio en aquel rostro noble y envejecido, todas las virtudes del alma cubana, escribió: “(…) Es la mujer que más ha movido mi corazón. (…) Muchas veces, si me hubiera olvidado de mi deber de hombre, habría vuelto a él con el ejemplo de aquella mujer”.
Y al exaltar las cualidades de Antonio Maceo, y reconociendo las virtudes heredadas de Mariana, afirmaría en hermosa semblanza: “De la madre, más que del padre, viene el hijo, y es gran desdicha deber el cuerpo a gente floja o nula, a quien no se puede deber el alma; pero Maceo fue feliz, porque vino de león y de leona”.
Mariana falleció a los 85 años en el exilio de Jamaica. Antonio, el Titán, reconoció el inmenso dolor por la pérdida de su progenitora. Así le escribiría a Martí: “¡Ah, qué tres cosas: mi padre, el Pacto de Zanjón y mi madre!”
También sobre Mariana, y lo que representó en su vida, expresaría el Héroe de Baraguá: “(…) Ella, la madre que acabo de perder me honra con su memoria de virtuosa matrona, y confirma y aumenta mi deber de combatir por el ideal que era el altar de su consagración divina en este mundo (…)”.
Mientras Fidel Castro, quien durante la guerra creó un pelotón de combate femenino al que bautizó con el nombre de “Mariana Grajales”, resumiría el valor de la madre de los Maceo y sus cualidades al afirmar, el 23 de agosto de 1960, en el acto de constitución de la federación de Mujeres Cubanas (FMC): “Nuestro país puede sentirse afortunado de muchas cosas, pero entre ellas, la primera de todas, por el magnífico pueblo que posee. Aquí no solo luchan los hombres; aquí, como los hombres, luchan las mujeres. Y no es nuevo, ya la historia nos hablaba de grandes mujeres en nuestras luchas por la independencia, y una de ellas las simboliza a todas: Mariana Grajales”.
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