El 4 de septiembre de 1958, en reunión con su estado mayor celebrada en el hospital de La Plata, la comandancia de la Sierra Maestra, Fidel Castro Ruz defiende el propósito de que las mujeres, además de colaborar en la retaguardia, tienen el derecho de empuñar las armas. Es una idea que —según revelaría Celia Sánchez Manduley años después— viene madurando desde febrero de 1957.
No todos los presentes comparten la iniciativa. Se pone en tela de juicio la capacidad militar de las compañeras. Afloran desconfianzas, prejuicios. ¿Cómo armar a una mujer si quedan hombres desarmados? Más bien a ellas atañe curar enfermos, lavar y coser ropas, cocinar, hacer de mensajeras… sostienen los opositores del proyecto. Se discute durante siete horas. Es un tema sensible, inédito en el escenario guerrillero.
Fidel cuenta con el apoyo de varios oficiales, en especial el de Celia. Su intervención es larga. No se rinde ante los criterios pesimistas, asume el reto, argumenta, persuade. En sus palabras realza el papel que ha desempeñado la mujer en la historia insurreccional, y con visión futurista señala que una vez alcanzado el triunfo, a ellas corresponderá asumir importantes tareas en la construcción de la nueva sociedad.
Aún llega a afirmar que son más disciplinadas y mejores combatientes que los hombres. Como prueba de esa confianza, les asigna como primera misión ser su escolta personal. De entrada devinieron grupo de avanzada. Si alguien quería acceder al jefe rebelde debía pedirles permiso a ellas, y si las veían llegar a un lugar, la gente sabía: “Por ahí viene el Comandante”.
En tales circunstancias nació la primera unidad combativa formada exclusivamente por mujeres, dentro del ya curtido Ejército Rebelde. El propio fundador les dio por nombre el de Mariana Grajales, en homenaje a la heroína santiaguera y como vigencia de la tradicional participación de la mujer cubana en la lucha por la libertad.
Precisamente, en el acreditado libro Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet, se registra el testimonio del líder histórico de la Revolución sobre aquella batalla ideológica que libró en defensa de las féminas. Transcurridas varias décadas de aquel episodio, y ante la interrogante de su interlocutor, confesó: “Sí. Yo hice una unidad de mujeres en la Sierra, las ‘Marianas’. Demostramos que las mujeres podían ser tan buenos soldados como los hombres. Eso me costó luchar contra el machismo allí, porque teníamos las armas más ligeras reservadas para ellas, y algunos decían: ¿Cómo le vamos a dar a una mujer un M-1?”.
Y a cada una se le puso un M-1 en las manos.
Inicialmente fueron ocho las miembros del destacamento. Luego el número se amplió a 15, aunque 13 llegaron hasta el final de la guerra, pues dos enfermaron en el transcurso. Provenían desde los diferentes campamentos rebeldes donde habían cumplido disímiles responsabilidades desde que se alzaron. Eran muy jóvenes, unas tenían 15, otras 17 años.
Fidel, en persona, asumió el entrenamiento de las muchachas. Y les consignó tareas específicas, a pesar de las preocupaciones que persistían en algunos combatientes. En lo adelante, ellas mismas se encargaron de borrar las dudas y demostrar su valía, con una actitud valiente, adaptándose a las penurias de la vida en campaña y sorteando los mismos peligros que sus pares masculinos.
La de mejor puntería, propuso Fidel, sería nombrada jefa. Una moneda sirvió de blanco. Isabel Rielo ganó en buena lid. Como su segunda quedó la hoy generala de brigada Delsa Esther Puebla, cariñosamente conocida por Teté y quien ostenta el más alto grado alcanzado por una mujer en las FAR. A ambas las nombró teniente.
Junto a ellas hicieron derroche de heroísmo Lilia Rielo, Norma Ferrer, Rita García, Olga Guevara, Dolores Feria, Angelina Antolín, Ada Bella Acosta, Eva Palma, Flor Pérez, Edemis Tamayo, Orosia Soto y Juana Peña. Aunque Celia no perteneció de manera oficial a esa fila, por su condición de promotora principal de la fundación del destacamento femenino, el resto de las integrantes la consideraban una más de ellas.
En el combate de Cerro Pelado tuvieron su bautismo de fuego. Asimismo, se hablaría de su audacia en las acciones de La Presa, Los Güiros, Velasco, Gibara, Las Uñas, Puerto Padre; y en las más célebres batallas de Guisa y Maffo.
Uno de los principales opositores a la creación del pelotón femenino, el otrora capitán Eddy Suñol, llegó incluso a no aceptar que se integraran en su tropa cuando fue comisionado para combatir en la zona del llano. Al final debió llevarlas por orden directa de Fidel. En carta que enviara posteriormente a este, Suñol reconoció el acierto de la decisión y emitió favorables juicios sobre el excelente comportamiento de las mujeres en la contienda.
Desde el inicio, cuando dio participación a Haydée y Melba en el Moncada, y más tarde con su acompañamiento a Vilma en el impulso de la FMC, Fidel tuvo presente las innumerables muestras de sacrificio y fidelidad dadas por la mujer cubana. Por eso siempre las trató con delicadeza y consideró un pilar en las conquistas y transformaciones sociales del país. Esa perspectiva política suya, su sentido de la justicia social y confianza en las cualidades femeninas hicieron posible la existencia de Las Marianas.
Estas tuvieron el privilegio de inscribirse como pioneras en la historia de Cuba. La misma Teté ha referido que Fidel continuamente les precisaba: “Muchachitas, no me pueden fallar”. Las Marianas no le fallaron durante la guerra ni después. En general, las mujeres cubanas, a quienes él definiera como “una revolución dentro de la Revolución”, tampoco.
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