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martes, 22 de julio de 2025

Minijungla doméstica

Convivir entre humanos es dificil, pero cuando se suman otras especies a esa dinámica el desafío es divertido...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 22/07/2025
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 Minijungla doméstica
¿Cómo puede la gente temer a otras especies de las que es casi imposible tener control? (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

“¿En tu casa hay animales?”, indaga una lectora aspirante a consejería, y casi escupo el café en su cara en una explosión de risa. “¿Vivos o muertos?”, atino a preguntar, y es su turno de mirarme con cara de “¿Qué se trae esa loca?”.

En un ataquito de nostalgia, le cuento cómo Jorge se declaraba protagonista de la serie Cuatro perras y un tanquista (al revés de aquella aventura polaca de nuestra infancia). Y hablaba de Maya y Luna, claro, pero también de mí y su adorada suegra, perrísimas cuando nos da por sacarle los pines para que cumpla alguna función “masculina”, como botar escombros, arreglar una pila o reactivar muebles.

Si hablamos de animales de cuatro patas, tras la partida de Lunita hace dos años y de los gatos más queridos de mi mamá, ahora sólo quedan la pastora y dos felinos que detesto (el macho por gritón y la hembra por Houdini).

Pero eso no quita que la casa se llene a cada rato de otros bichos que vienen a pedir refugio a Santa Pelagia de las Causas perdidas, y allá va ella a trepar azoteas, árboles y tanques, aunque ha prometido mil veces que sí se va a cuidar.

Si abro el espectro zoológico, casi puedo decir que tengo una minijungla en Regla: torcazas en la mata de mango, zunzunes en las flores del jardín, arrieros y gorriones ruidosos por doquier, ocasionales mariposas, lombrices y ciempiés en las macetas, y de los rincones húmedos (que no son pocos, porque vivo sobre una vena de agua y rodeada de cisternas y fosas) salen titinas cantarinas, moscas, hormigas, mosquitos y cucas impertinentes, lagartijas…

Los mejores inquilinos son los que aparecen de moco ocasional, para reforzar leyendas de mi renombrado pueblo espiritual. Si alguien va a morir pronto en el barrio, en la casa se cuela una tatagua. Si hay moscones, espera visitas (no siempre deseadas). Si hay demasiados problemas, entra un cangrejo enorme y “limpia” cada habitación meticulosamente.

No sé explicar por qué, pero si ando en planes constructivos vienen abejas meliponas. Si empiezo un nuevo reto cognitivo se posan lechuzas en el copito del árbol. Si se aleja alguien de la familia aparecen murciélagos, y si Jorge anda de viaje y yo no tengo ganas de cocinar, sobrevuela el fogón algún escarabajo enorme, raro, incluso en peligro de extinción, según me confirma Adrián, el geofotógrafo de Senti2Cuba.  

Curiosamente, no he visto nunca nada que se arrastre: ni majás, ni culebras, ni jubos… y claro, eso lo tomo como buena señal. Nunca los mataría, pero su simbolismo no me gusta y prefiero contemplarlos en otra locación del vecindario.

De sexo ni hablemos: mis piernas parecen ideales para un primer plano de moscones en plan procreativo, o insectos palitos y babosas supertiernas, y hasta garrapatas viciosas soporté, cuando las chuchas no tenían tratamiento y aquello era una maldición que parecía no tener fin.

La cara de la lectora me dice que voy llegando a un punto sensible en mi proceso de disuasión. ¿Cómo puede la gente temer a otras especies de las que es casi imposible tener control? No tengo nada en contra de las visitas (anunciadas, pliss, y mejor no en lunes), pero esta señora en particular me parece bastante pegajosa (como que encontró en el muelle de Luz y me pagó un café sin yo pedirlo). Además, su problema no es tan grave como para un diálogo extenso, y su voz suena como a diez decibeles por encima de mi capacidad de tolerancia auditiva… ¡Ni imaginar cómo reaccionaría Jojo si la escucha!

En casos así prefiero hacer consejería en espacios abiertos, donde los humanos somos intrusos y debemos moderarnos. Me molesta la gente que llega a mi puerta y me manda “a guardar a la perra”, que es casi nuestra relacionista pública (mientras sea de día y sus dueños estemos cerca, obvio).
Por cierto, a mi mamá y a Jorge le gustan las arañas, y como es de las pocas cosas en que están de acuerdo, aprendí a tolerarlas en todas las columnas y recovecos, con sus ciertamente creativas y resistentes telas.

¡Acabo de encontrar el punto débil de mi interlocutora! La lancha ya viene de Casablanca y tengo apenas dos minutos para desplegar la mejor estrategia defensiva… Le cuento de las pequeñas octópodas que dominan los closets, de las patilargas que adoran nuestras camas, de las que acampan en las PC…

La joven se despide con nerviosa efusividad y sube por la calle Luz a una velocidad equivalente. Monto la lancha y suspiro aliviada. Verdad que a veces mi minijungla hogareña me fastidia, pero nunca se sabe de qué apuros me va a sacar…       


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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