“Celia, la más afable y cariñosa...”, le oí decir al Comandante Guillermo García Frías, al referirse a la heroína de la sierra y el llano. Así la imaginé al recapitular pasajes de su vida y entrevistar a una compañera que laboró junto a ella por más de 15 años, percepción que hoy me ratifica lo fácil de encontrar en muchos rostros de mujeres cubanas a la manzanillera que organizó la recepción de los expedicionarios del yate Granma y que ascendiera a la posteridad como “la flor más autóctona de la Revolución”, definición con que la despidió el Doctor Armando Hart Dávalos, tras su fallecimiento en La Habana el 11 de enero de 1980.
Antes del triunfo revolucionario en Cuba, la mujer estaba sumida en una especie de esclavitud doméstica, alejada de los espacios públicos y con muy poca participación en la política o las ciencias, condicionada a ciertas profesiones y roles que una sociedad machista y patriarcal le tenía asignados.
Basta aproximarnos al largo bregar hacia la libertad plena para comprender e hilvanar los diferentes momentos históricos desde tiempos de la colonia, semicolonia, o en la propia etapa revolucionaria, que marcaron la vida de nuestras mujeres y demuestran su evolución hasta conformar el biotipo que las define hoy como un ente social de cuya belleza e impresión emerge activa y emancipada. Y en la que Celia, junto a otras dignas patriotas, tuvo un rol destacadísimo en la influencia y consolidación por el derroche de valores morales y de entrega a las causas más nobles que nos han permitido llegar hasta aquí por los caminos de la Revolución.
Y es que a Celia la debemos apreciar como lo que fue, una mujer de sensibilidad exquisita, llena de amor y ejemplo de luchadora incansable que aportó sin límites desde sus bisoños años de juventud a las transformaciones sociales que convergieron en la emancipación de la mujer cubana posterior al triunfo revolucionario de 1959.
Pareciera interminable la lista de féminas que a lo largo y ancho de esta Isla y aún fuera de sus contornos tuvieron que batallar incansablemente por alcanzar la paz y libertad plenas, la igualdad de derechos para construir a la par del hombre la patria nueva y llevar, como ella, a todos los confines la fuerza irreductible y aleccionadora de la Revolución.
Celia, nace el 9 de mayo de 1920, en un contexto en que las ansias de libertad y justicia presentes en la mujer fue derroche de valor y entrega tras generaciones, para resarcir así esas etapas en las que estuvieron sumidas a las más crueles maneras de explotación y marginación social que les negaba la posibilidad de reconocimiento y desarrollo intelectual.
La labor de Celia fue tenaz y paciente desde su llegada a la Sierra Maestra, junto a la heroína Vilma Espín Guillois (1930-2007), para participar en la primera reunión nacional entre los dirigentes de la Sierra y el Llano. Su incorporación plena con Haydée Santa María a la lucha en las montañas, desde donde cumplieron misiones de riesgo extremo, acrecentó la idea de Fidel y los guerrilleros sobre la importancia de contar y crecer el número de mujeres en la guerrilla, para asumir disímiles tareas de inestimable valor y que de alguna forma la consagraron hasta la victoria definitiva y durante toda su vida.
Para quienes tuvieron el enorme privilegio de conocer su paso por la vida, la activa participación en el movimiento 26 de julio, en la lucha armada y en los momentos más trascendentales de las primeras décadas del período revolucionario, estos fueron rasgos determinantes en la maduración política, al evocar y reconocer el papel de la mujer durante esos procesos y luego en los diversos frentes e importantes tareas que refrendaron sentimientos de amor, respeto y admiración por sus relevantes desempeños.
Las mujeres cubanas, de profunda vocación libertaria e independentista, inspiradas en el ejemplo de sus congéneres a lo largo de la historia patria, y en combatientes como Vilma, Celia, Haydée y otras tantas, alcanzaron un papel protagónico dentro del proceso revolucionario cubano, percepción que creció inobjetablemente luego de siete años de enfrentamiento a un gobierno tiránico, que privó de la vida a más de veinte mil cubanos y que fue desterrado para siempre con el triunfo del 1 de enero de 1959, para comenzar a alcanzar desde entonces una alta preparación cultural y política, y llevar a vías de hecho lo expresado por Fidel: “La mujer es una Revolución dentro de la Revolución”.
Satisface como desde el propio triunfo de la Revolución la mujer ha sido sujeto activo y principal beneficiaria de las conquistas revolucionarias, que se materializa en el ejercicio pleno de la igualdad de derechos y oportunidades en todos los estratos sociales.
La diversidad e intensidad de los fenómenos vividos en Cuba en las últimas cinco décadas confirman que en igualdad de condiciones la mujer cubana se adentró para siempre en el entorno laboral, educacional, científico, económico, político y social. Esa visión ha sido verdaderamente impresionante, tal es así que la temática femenina en la Isla es objeto de interés entre no pocos sociólogos, historiadores, periodistas, narradores y público diverso de otras regiones del mundo.
Borrar toda forma de discriminación de la mujer, como justa respuesta a sus anhelos de justicia social y dignidad humana, ha sido un factor concluyente para favorecer su preparación plena y su participación en todas las esferas de la sociedad. Datos estadísticos actuales reflejan similitud en muchos de los parámetros comparativos entre mujer y hombre, algunos superan incluso al género masculino.
Hoy día no son pocas las que ocupan altos cargos de dirección —alrededor de un tercio de estos—, lo que les permite participar en la toma de decisiones al más alto nivel, algo que sería inimaginable tiempos atrás. Enaltece que la emancipación y destacada participación de la mujer en la obra de la Revolución no haya limitado su papel en el seno familiar.
Esa fibra liberadora y tierna que acompaña a las féminas que caminan hoy por nuestras calles y plazas, que vemos en todos los frentes de la sociedad y en importantes tareas en otras naciones del mundo llevan en sí el espíritu de quien fuera una de sus más fieles exponentes en Cuba: Celia Sánchez Manduley.
Las generaciones de cubanos y cubanas que estiman su excelsa figura y los que han hurgado en la historia para beber de esa fuente inagotable que es sin dudas su ejemplo imperecedero de mujer revolucionaria y de fidelidad absoluta, apreciarán por siempre la ternura de Celia en la fuerza creadora de la mujer cubana, la más afable y cariñosa de las que se consagraron por entero para que hoy tengamos Patria.
Síntesis de la entrevista en exclusiva para Cubahora, concedida al autor por Asunción Salazar Mesa sobre la personalidad de Celia, tras sus más de 15 años en el colectivo donde laboró la heroína en el Palacio de la Revolución:
Chomy (José Millar Barruecos), me llevó a verla ahí en Palacio, le dijo: mira esta es la compañera que nos trajeron. Ella me miró fijamente y expresó: “Ha llegado en el momento preciso y te has ganado ya a Celia” , un paso de avance porque lo mismo era suave que fuerte, cuando decía esto es blanco y negro, no lo dude: es blanco y negro (sonríe).
Celia era una persona exquisita, muy recta, muy disciplinada, muy ordenada, muy…, pero tenía todas las demás virtudes habidas y por haber en un ser humano. Siempre fue muy atenta y sensible a los problemas de la gente, se le podía ver en cualquier lugar, un pasillo, una escalera, donde hubiera un ser que estuviese sufriendo de algo.
Conocía a casi todos los trabajadores del Palacio de la Revolución. Era capaz de identificar los problemas de los trabajadores de solo mirarlos, sea cuales fueren, porque allí nadie se atrevía a expresarlo por respeto a su autoridad, no por miedo y por alguna otra razón. Para mí fue formidable.
Todos fueron muy respetuosos con ella y ella muy cariñosa con todos, recuerdo que a veces le decía a un compañero: “lleva a esta para mi oficina que tiene un problema”. Tenía una memoria prodigiosa, se aprendía el nombre de la mayoría de la gente que atendía y se conocía la historia de los casos que luego se las contaba al Jefe (Fidel).
Fue un periodo encantador, de permanencia, Celia solía venir manejando el carrito rojo ese de plástico, ¡cuántas veces no la pararon los de la seguridad del Palacio!, los nuevos que no la conocían y no la querían dejar pasar, porque también nuestro ejército se formó de gente no conocida, que no habían pasado escuelas, pero a ella le creímos desde el primer momento, periodo en el que la gente era muy espontánea, te decían la verdad de lo que estaba sucediendo.
Allí junto a ella no teníamos hora para terminar de trabajar, nos cogían lo mismo las tres o las cinco de la madrugada que las doce de la noche, pesaba la responsabilidad de tener todo organizado y cumplido, porque dábamos la cara al pueblo, eso se fue extendiendo para poder atender a las personas humildes, los campesinos, las madres, los hijos, de todas partes de Cuba que acudían al Palacio en busca de solución a sus problemas.
Ahí venían de la Sierra, del llano, a verla a ella o al Comandante, porque querían becarse para estudiar, incorporase a los programas de la Revolución. Escribían, pero como no recibían respuesta rápido volvían otra vez, y así, hubo una etapa en que se llegó a recibir como promedio 52 000 casos al mes.
Casi siempre cientos y cientos de cartas eran dirigidas a Celia, porque la conocieron, estuvo en la Sierra y además porque ella atendía allá a todo el mundo, lo mismo en una palma, a la sombra de un árbol que sentada en cualquier sitio, oía a todo el mundo, igual que lo hizo cuando llegó a La Habana, cuando se empezaron a formar las oficinas.
Yo me desenvolví en las vorágines esas en las que Celia estaba asida a satisfacer las necesidades de la gente y siento la dicha de no haber recibido de ella una insatisfacción por dejar de tratar a alguien. Todo en aquella etapa tenía solución porque eran tan claros los problemas que uno se sentía inclinado a resolver y dar seguimiento hasta su solución.
Ella estableció que aunque fueran de aquí, de las ciudades o del campo, había que buscarles una solución inmediata, se comunicaba con las provincias y se metía aquí, allá y pedía: “analízame el caso este, aquel o tal otro”, sino decía: “mira a ver si puedes ayudar porque estoy muy sensibilizada con esto que está planteando”.
¡Bueno!, abrir ella la boca y decir que iba a apoyar a esa persona o la había apoyado anteriormente y regresó sin resolver el problema que tenía, lo que fuera, de la vista, los dientes, el pelo, las pierna, la familia, la casa, el estudio, el trabajo, cualquier cosa, ella le daba una importancia que aquello no tenía nombre.
Se ocupaba de trasladarte todo que saliera sobre la organización y el funcionamiento de las oficinas de atención a la población, qué papel debían jugar —¡qué cosa más linda!—, porque era atender a las personas con sus problemas, había quien se dirigía a ella por una cosa, y luego era otra y otra, ¡cada vez que tenían una traba se acordaban de que Celia había atendido a los demás y allá va eso! Eran los primeros años de la Revolución.
Otros querían venir para La Habana porque deseaban estudiar acá, las muchachitas, venían a quedarse hasta que Celia les resolviera, había hasta quien se quería casar y no tenía donde ir y la buscaban para que los ayudara y les resolviera casa, esas eran algunas cosas inconcebibles, pero bellas.
Identificaba el problema y orientaba a los organismos a resolverlo, con el mejor espíritu, con el mejor ánimo, había mucha más preocupación en aquella época, la verdad es esa, se interesaban las entidades por el problema que tenía el individuo, eso es una verdad, se hablaba con la persona, se depuraba en el momento la cuestión o se encauzaba rápidamente, y en eso ella tuvo un rol decisivo.
Alguien quería rematar eso, venderlo, perseguirlo para darle una respuesta a Celia, y cientos de ellos venían a verla, otros por la cercanía que se sabía tenía al Jefe de la Revolución, y su sensibilidad con los problemas de la gente, así, porque él también no negaba nunca dar ayuda.
Cuando los ministros y algunos funcionarios iban a quejársele porque estaban agobiados de otras tantas tareas y tenían que ocuparse de los reclamos de ella —que eran los del pueblo— Fidel acotaba: “Dejen a Celia”, y cuando algo delegaba y no se resolvía ella decía: “deme acá, que yo me voy a ocupar del asunto” y se echaba la carga por tal de que se resolvieran los problemas y no llegarán al Comandante sin una solución y le dijeran que no fueron atendidos. Era así, atendía a todo el mundo, no quería que nadie se fuera sin que alguien de la oficina lo hubiese recibido, orientado o resuelto el problema.
Ahí llegaron a venir hasta sancionados que se fugaron de las prisiones —eso era delicadísimo—, pero venían porque ellos sabían que si Celia conocía del asunto que consideraban injusto, ella lo iba a resolver, le nacía apadrinar inmediatamente el caso, sensibilizarse aunque en un principio no se supiese si era real o no, aunque la generalidad de la gente decía la verdad, más de lo que podamos decir ahora todos.
En esa etapa, si había que dar hasta de su dinero con tal de resolver un caso lo hacíamos sin muchos miramientos, ya estábamos prendidos a esas enseñanzas y modo altruista de actuar —dejar ir a alguien sin atenderlo, imposible—, pedía que se le atendiera y si no ella misma lo hacía, en eso siempre fue ejemplo.
Cuando Fidel volvía con la frase: “Dejen a Celia”, ya no la cuestionaban más porque tampoco tenía recursos para resolverle todos los problemas a la gente, al verla a ella sensibilizada, y más los que estábamos junto a ella, comprendíamos la importancia de su exigencia y modo de dar, hacer y actuar, era una pureza indescriptible y que difícilmente pueda encontrarse siempre.
Cuando se decía: esto lo mandó Celia, y la opinión de ella es que se haga tal y más cual cosa, porque si no realizamos esto con esa seriedad y magnitud el Jefe se va a enterar, y no lo hacía para infundir miedo a una reprenda, sino por inculcar un elemental sentido de responsabilidad.
Hasta ella cuidaba de que él no se enterara si algo se había perdido o no se había resuelto, sensibilizaba a la gente, demostraba una fidelidad sin límites al Jefe y a la Revolución cubana, de la cual fue una de sus más fieles exponentes, aunque aprecio que gracias a ese espíritu y a esa constancia que legó para las nuevas generaciones, tal y como dijo Fidel que en Cuba hay muchos Camilo, me atrevería a decir que también hay muchas Celia, y eso se demuestra en la encomiable labor que desempeña la mujer cubana a lo largo de todos estos años de Revolución y en la vida social, política y económica del país.
Delia Rosa Proenza Barzaga
9/5/17 14:52
Leí solo la entrevista inédita. Acabo de compartirla en facebook. Excelente material. Muchas mujeres como Celia necesitamos hoy, gente que diga las cosas como son y que le pongan corazón a los problemas de los cubanos comunes de cualquier parte. Gente que no oculte, sino que exponga los problemas para resolverlos.
Me alegro de que fuera cubana, oriental y cercana a Fidel. Tengo el orgullo de que mi padre haya nacido, como ella, en Media Luna.
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