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lunes, 4 de noviembre de 2024

José Martí: el hijo patriota de Leonor y Mariano

El Héroe Nacional idolatró a sus padres, aunque no siempre fue bien comprendido por ellos...

Narciso Amador Fernández Ramírez en Exclusivo 26/01/2018
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José Martí, marcha homenaje
Fue Martí como la luz del carbón blanco, que se quema él para iluminar alrededor. (Fernando Medina Fernández / Cubahora)

José Martí no puede ser convertido ni en mármol ni en bronce. Vivió, sufrió y murió como un hombre a quien las penurias y las desventuras de la vida le hicieron padecer hondos dolores, ante  los cuales se sobrepuso con hidalguía por el ideal supremo de la independencia de Cuba.

Quizás la mayor de las desdichas de Pepe, el único hijo varón del valenciano Mariano Martí y la isleña Leonor Pérez, nacido el 28 de enero de 1853, hace ahora 165 años, fue haber sido incomprendido muchas veces por sus padres, quienes, a pesar de amarlo, no podían entender como un hijo de españoles conspirara contra la Madre Patria y un talento tan especial como el suyo se desperdiciase por una causa tan ingrata.

Fernando Pérez, en la película El ojo de canario, reflejó ese drama de amor e incomprensiones en la escena de la noche de los sucesos sangrientos del teatro Villanueva, el 22 de enero de 1869, en la que Doña Leonor busca como loca a su Pepe por las calles de La Habana hasta encontrarlo sano y salvo, para después, al llegar a casa, el joven fuera abofeteado de manera inmisericorde por Don Mariano.

Las cartas que se conservan de Martí a su madre reflejan ese amor inconmesurable a quien le había dado el ser, como también son testigos de las desavenencias que tuvo que sufrir el Héroe Nacional. Dicotomía que también se evidencia en el epistolario martiano sobre su padre, un hombre de recio carácter y duro temperamento.

“¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?”, escribiría el Apóstol en carta a Doña Leonor, fechada el 15 de mayo de 1894.

En un artículo que tituló “Hora Suprema” recuerda Martí el hogar de su niñez; el de las discrepancias a quien ha seguido un camino diferente al que sus padres hubiesen deseado. Pero también el mismo hogar del amor sin límites al hijo varón y al resto de la prole de siete hermanas.

“En el hogar en las horas comunes, el padre exasperado por las faenas de la vida, encuentra en todo falta, regaña a la santa mujer, habla con brusquedad al hijo bueno, echa en quejas y dudas de la casa que no las merece el pesar y la cólera que ponen en él las injusticias del mundo; pero en el instante en que pasa por el hogar la muerte o la vida, en que corre peligro alguno de aquellos seres queridos del pobre hombre áspero, el alma entera se le deshace de amor por el rincón único de sus entrañas, y besa desolado las manos que acusaba y maldecía tal vez un momento antes”.

La madre amorosa y dolida siempre le reclamó al primogénito su desatención a la familia, por dedicar íntegro su tiempo a una causa que ella consideraba ingrata, y así se lo hacía ver en las cartas: “Te acordarás de lo que desde niño te estoy diciendo, que todo el que se mete a redentor sale crucificado”.

Más su Pepe, conocedor de lo que se ocultaba detrás de ese sentimiento, y sabedor, como escribiera, que las madres son amor y no razón; son sensibilidad exquisita y dolor inconsolable, le justificó siempre ese reclamo y nunca de sus labios salió palabra de reproche alguno.

De ahí, que desde la primera carta conocida a Doña Leonor, con apenas 10 años de edad, en las que le hablaba del gallo fino y el caballo que cuidaba y engordaba como a un puerco cebón, hasta la última, la del 25 de marzo de 1895, en vísperas de un largo viaje, siempre estuvo pensando en ella:

“Yo sin cesar pienso en Vd. Vd. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Vd. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre esta allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre”.

En tanto, de Don Mariano, hombre de carácter áspero, pero alma limpia, escribiría: “Mi pobre padre, el menos penetrante de todos, es el que más justicia ha hecho a mi corazón”.

Muy enfermo su progenitor, sobre él dijo José Martí en carta fechada el 8 de enero de 1887: "No puede V. imaginar cómo he aprendido en la vida a venerar y amar al noble anciano, a quien no amé bastante mientras no supe entenderlo. Cuanto tengo de bueno, trae su raíz de él."

Y al fallecer el valenciano, el 2 de febrero de 1887, le escribirá así a su cuñado José García: “¡Jamás, José, una protesta contra esta austera vida mía que privó a la suya de la comodidad de la vejez! De mi virtud, si alguna hay en mí, yo podré tener la serenidad; pero él tenía el orgullo. En mis horas más amargas se le veía el contento de tener un hijo que supiese resistir y padecer” y agregaba: “A nadie le tocó vivir en tiempos más viles ni nadie, a pesar de su sencillez aparente salió más puro en pensamiento y obra de ellos”.

Ese fue el gran sacrificio de Martí, como lo fuera también perder de su lado a su Ismaelillo, cuando su esposa Carmen Zayas Bazán lo abandonó en el exilio neoyorkino y vino hacia Cuba, por no entender tampoco su altruismo patriótico.

Fue Martí como la luz del carbón blanco, que se quema él para iluminar alrededor, y con 42 años murió dando luz, para renacer de nuevo en el año de su Centenario y mantenerse vivo entre nosotros cuando conmemoramos el 165 aniversario de su natalicio. Mas que nunca hoy José Martí es sangre y nervio de la nación cubana.


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Narciso Amador Fernández Ramírez

Periodista que prefiere escribir de historia como si estuviera reportando el acontecer de hoy


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