Entre los días del 13 al 16 de septiembre de 1895 se aprobó la tercera de las Constituciones Mambisas: la de Jimaguayú, que tuvo como antecedente a las de Guáimaro (1869) y Baraguá (1878), y que serviría a la cuarta y última en la lucha contra España: la de la Yaya (1897).
La Constitución de Jimaguayú, cuyo nombre adoptó por ser el lugar donde fuera desarrollada la reunión de los 20 delegados cubanos, fue un precedente glorioso de donde se nutriría la vigente Constitución Socialista de 1976, que bebió de las tradiciones democráticas mambisas para refrendar el sueño martiano de la República de con todos y para el bien de todos.
José Martí fue el gran ausente en Jimaguayú, potrero del Camagüey, donde el 11 de mayo de 1873 había caído en combate Ignacio Agramonte, pues para el momento en que fuera convocada y llevada a vías de hecho, ya el Héroe Nacional Cubano había ofrendado su vida en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895.
Su ausencia se hizo notar, pues su proyecto de República nueva y moral, aunque fue defendido por Fermín Valdés Domínguez, su amigo del alma, tuvo vacíos importantes en su concepción misma, al no refrendar en toda su magnitud el ideal democrático popular y participativo conque soñaba el Apóstol de nuestra independencia. No obstante, Jimaguayú representó un importante paso de avance en la creación de un modelo republicano autóctono y resolvió, en buena medida, los errores incurridos en la Guerra de los Diez Años.
Allí, en ese lugar de los campos de Cuba Libre, la Revolución del 95 se institucionalizó al elaborar una Constitución de 24 artículos que estableció un Consejo de Gobierno, presidido por Salvador Cisneros Betancourt, con cuatro Secretarías: Guerra, Estado, Interior y Hacienda, y la designación como General en Jefe del Ejército Libertador a Máximo Gómez, con Antonio Maceo, como su Lugarteniente General.
Para evitar los errores que condujeron al Pacto del Zanjón se incluyó el artículo 11 que puntualizaba: “El tratado de paz con España que ha de tener precisamente por base la independencia absoluta de la Isla de Cuba, deberá ser ratificado por el Consejo de Gobierno y la Asamblea de Representantes para ese fin”.
También le fueron concedidas mayores libertades al mando militar al dejar definido que todas las fuerzas armadas de la República y las operaciones militares estarían al mando del general en jefe, con un lugarteniente general como segundo, que lo sustituiría en caso de vacante. Además, dejó explícito en otro de sus artículos la obligación de todos los cubanos a servir a la Revolución con su persona e intereses, según sus aptitudes.
Tomás Estada Palma, quien a la muerte de José Martí había ascendido al cargo de Delegado del Partido Revolucionario Cubano, fue designado agente general del gobierno en el exterior, una decisión que a la larga traería consecuencias negativas para la Revolución, al subvertir Estrada Palma el partido fundado por Martí para lograr la independencia de Cuba y ayudar a fomentar la de Puerto Rico.
La adopción de la Constitución de Jimaguayú, sin lograr resolver totalmente los problemas del 68, representó un paso de avance en la creación de un ideal republicano y de un Consejo de Gobierno que coadyuvaría al reconocimiento internacional de la beligerancia cubana y facilitaría la ayuda en armas y dinero.
Significó, además, un reforzamiento del movimiento revolucionario cubano, no solo en lo moral, sino también desde el punto de vista del derecho internacional.
Dos años después, como establecía el artículo 24 de la referida Constitución, al no haberse acabado la guerra contra España, los cubanos reunidos en la Yaya elaboraron una nueva constitución y aprobaron un nuevo Consejo de Gobierno.
Hoy, preceptos democráticos y políticos suscritos por los mambises en Jimaguayú están vigentes en la Cuba Socialista, inmersa en un proceso electoral que ratifica el derecho inalienable de defender la plena soberanía e independencia de la Patria.
En Jimaguayú, se logró el consenso entre los ideales de José Martí y Antonio Maceo acerca de los modos de conducir la guerra, y el civilista de Cisneros Betancourt.
Ahora, más que nunca, cobra vigencia una idea expresada por el Titán de Bronce en carta a los asambleístas cuando solicitaba que la República no solo debía ser de libertades, sino “sobre todo de igualdad”.
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