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jueves, 28 de noviembre de 2024

Giro universal

A cien años de su victoria, la Revolución rusa de 1917 no ha perdido su profundo significado...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 07/11/2017
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Gran revolución socialista de 1917
La Revolución de Octubre será siempre el primer gran asalto al futuro.

Cuando diez décadas atrás asumió el poder en la otrora Rusia zarista la revolución popular liderada por Vladímir Ilich Lenin y el Partido Bolchevique, la historia del hombre se abocaba a un capitulo que ha marcado para siempre su devenir.

Y no se trata de mera retórica, ni de una pretendida “nostalgia política”.

Porque si el enemigo ha gastado y aún gasta tantos cartuchos ideológicos y propagandísticos para intentar cercenar y desdibujar un hecho de esa naturaleza, tergiversando por completo su imagen y su ejemplo, entonces no cabe duda de que se trata de algo que realmente vale y pervive.

La Revolución de Octubre de 1917 nació en el difícil contexto de la Primera Guerra Mundial, el brutal escenario donde las potencias capitalistas de entonces dirimían sus agudas contradicciones coloniales e imperialistas, y del que no se vio excluida la Rusia de los zares.

En consecuencia, el primer Estado de obreros y campesinos de la historia debió enfrentar, desde sus primeros días, la multiplicada ojeriza de las potencias capitalistas, que invadieron varios puntos del país y dieron apoyo a una activa contrarrevolución interna que sumó a ex militares zaristas, terratenientes y representes de la oligarquía citadina, junto a un férreo cerco político y económico externo y la presión bélica en el frente europeo.

Condiciones complicadas, donde además, en las mismas filas revolucionarias florecían infinidad de criterios no pocas veces divergentes, en torno incluso a la real posibilidad de hacer pervivir el socialismo en una sola nación, por demás heredera de un escenario local con marcadas relaciones de producción de corte feudalista.

Solo la genialidad de una figura como Lenin, alejado de los tempranos dogmatismos, y apegado al sólido principio de interpretar la realidad y asumir las características objetivas y subjetivas propias de un contexto como válida forma de transformarlo adecuadamente, logró sortear los enormes escollos iniciales y proclamar el poder de los Soviets.

Tarea de gigantes ese empeño que en 1925, un año después de la desaparición física del genial dirigente, dio paso a la confirmación de la Unión Soviética y a su afianzamiento en la palestra internacional como una sólida esperanza para las fuerzas de izquierda.

La existencia de la URSS, producto de los episodios de octubre de 1917, marcó el derrotero mundial hasta su disolución a inicios de la década de los noventa del pasado siglo, suceso que se ha utilizado más de una vez para intentar imponer el criterio de la “inviabilidad del socialismo y la caducidad del marxismo”.

De la obra creadora del pueblo soviético se pretende pasar por alto la conversión de un gigante geográfico semifeudal en una de las primeras potencias mundiales, capaz de poner freno a enemigos tan feroces como el nazismo germano al costo de más de veinte millones de vidas.

Un país que fue además el primero en colocar en órbita un satélite artificial de la Tierra y que abrió el espacio exterior a la raza humana con el viaje al cosmos de Yuri Gagarin.

Una nación que se mostró altamente y no pocas veces decisivamente solidaria con la lucha internacional contra el colonialismo, la explotación y la agresividad imperiales, y que con su poderío nuclear logró poner freno al chantaje atómico de Washington al resto del planeta.

¿Que existieron actitudes, decisiones, errores, insuficiencias e inconsecuencias entre quienes a lo largo de casi ocho décadas ocuparon en la URSS los más altos cargos a escala política y gubernamental? Ciertamente no hay que negarlo.

¿Que el dogmatismo, el voluntarismo, la exaltación irracional del poder unipersonal, el triunfalismo a ultranza, los rasgos absolutistas, la desmedida práctica del ordeno y mando, la carencia de crítica y autocrítica, el freno a las ideas de innovación integral de la sociedad y el divorcio con las masas pesaron en la realidad soviética y en otros experimentos socialistas, e incluso todavía perviven entre los revolucionarios? También no es menos cierto.

No obstante, si de pecados realmente brutales se trata, no son precisamente los “analistas” y “estudiosos” capitalistas los realmente autorizados a emitir juicios objetivos, sanos y constructivos, a cuenta del insondable daño ocasionado hasta nuestros días al planeta y al género humano por la dictadura del gran capital.

En consecuencia, para los que hoy siguen defendiendo la causa de las mayorías y creen en un universo de paz y bienestar compartidos, la Revolución de Octubre será siempre el primer gran asalto al futuro, y cuanto hubo y hay de desvíos, errores, incapacidad e ineficacia en toda esta historia que aún transitamos, no puede estimular otra cosa que no sea el estudio y la reflexión profundos, junto a la voluntad de promover los cambios necesarios y de defender a brazo partido, contra poderes externos e incapaces y simuladores internos, las bases matrices y los principios esenciales de un proyecto como el que Lenin y el pueblo ruso colocaron en la palestra humana cien años atrás.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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