Si la acción armada contra la segunda fortaleza militar de Cuba, en el este del país, conmocionó a la nación y más tarde al mundo en la segunda mitad del año 1953, las ideas que motivaron entonces a centenar y medio de jóvenes aquel 26 de julio continúan movilizando a decenas de millones de latinoamericanos y caribeños.
No es ninguna hipérbole. Se trata de logros históricos en el desarrollo humano, cuya génesis bullía en las mentes y corazones de los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y que son visibles en la vida de los cubanos del siglo XXI, a pesar de insatisfacciones y expectativas aún por materializar.
Hablamos de conceptos que inspiraron y continúan estimulando a gobiernos populares, líderes y movimientos sociales, reconocibles en las profundas transformaciones que acontecen en nuestro continente, adaptados en cada nación a su historia e idiosincrasia. Su necesidad y justeza la comparten todos los que creen y anhelan la superación del ser humano, e incluso algunos que se identifican a sí mismos como enemigos viscerales de las revoluciones.
El programa del Moncada, contenido en la histórica autodefensa del joven abogado Fidel Castro durante el juicio que siguió a la heroica acción revolucionaria del 26 de julio, sería la fuente de inéditas medidas radicales que condujeron a la Revolución socialista y a su proyección más allá de las fronteras del archipiélago cubano.
Allí se prometían la devolución al tesoro del país de las riquezas materiales y financieras malversadas por políticos corruptos, vicio que nació con la república tutelada, y se abordaban con criterios revolucionarios aspectos medulares para el desarrollo de la nación.
Entre los puntos principales, proyectaba la Reforma Agraria, la transformación integral de la educación, el sistema de salud pública, la industrialización del país, el incremento del turismo, soluciones al creciente desempleo urbano y rural. También se proclamaba la política de solidaridad e integración con los pueblos de América Latina
Junto con la recuperación de los derechos democráticos ciudadanos suprimidos por la tiranía derrocada, la materialización de esas medidas desde los primeros meses de 1959 garantizó a las familias el disfrute de elementales condiciones de vida. .
Por extraño que ahora parezca a manipuladores e ignorantes, derechos elementales como garantizar a la familia campesina el usufructo de la tierra por ella trabajada, y la posibilidad de hacerlo si no la tenían, eliminando el latifundismo, causante de miserias e injusticias desde la instauración de la neocolonia, o el propósito de crear suficientes puestos de trabajo para enfrentar el desempleo, visible entonces en cualquier poblado, parecían sueños para una pequeña nación subdesarrollada y dependiente hasta entonces del imperio del norte.
Asegurar acceso a la educación gratuita universal, al igual que brindar servicios de salud pública sin pago previo a todos los cubanos, además de los beneficios de la cultura, el deporte, la seguridad y asistencia social a trabajadores, y a cualquier incapacitado por causa natural o accidente, constituyen perlas del programa esbozado en el juicio del Moncada y rebasado con creces a pocas décadas de la Revolución triunfante.
No pocos cubanos de anteriores generaciones dudaban de las reales intenciones de cumplir lo prometido, cansados de escuchar discursos que se sucedían cada cuatro años, y que pasada la euforia de las campañas electorales, políticos y gobernantes en el poder enterraban en el olvido, como aún sucede en gran parte de este continente
Pero esta vez era en serio y no dependía de la voluntad de los partidos tradicionales.
Sintiéndose libre e independiente, el pueblo comenzó a ser protagonista de los cambios y a labrar su destino, motivado por la dirección revolucionaria, que no solo liquidó el régimen neocolonial pro yanqui, sino que creó inmediatamente los nuevos instrumentos de organización y dirección, estatales y de masa.
Se empezó así a conformar en la práctica, por primera vez en el hemisferio, un estilo de gestión gubernamental, con participación y beneficios populares, en beneficio de los grandes sectores antes desheredados de la nación y con miras a la inserción de esta en el mundo, proceso que ha continuado en desarrollo hasta nuestros días a pesar de los grandes cambios en la correlación de fuerzas internacionales durante las dos últimas décadas.
La actualización y perfeccionamiento de ese anticipo se vislumbra en los lineamientos económicos y sociales aprobados en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, y en la encomienda emanada de esa instancia de elaborar los fundamentos teóricos de un modelo propio de socialismo ajustado a las experiencia concreta de la mayor de las Antillas, y acorde con las exigencias de los nuevos tiempos.
El Comandante Fidel Castro, líder máximo de la Revolución y jefe de los asaltantes que irrumpieron en la historia cubana el 26 de julio de 1953, explicó más de una vez la trascendencia del proyecto revolucionario que se iniciaba.
“En el programa del Moncada, que con toda claridad expusimos ante el tribunal que nos juzgó, estaba el germen de todo el desarrollo ulterior de la Revolución. Su lectura cuidadosa evidencia que nos apartábamos ya por completo de la concepción capitalista del desarrollo económico y social.
“Como hemos dicho otras veces, aquel programa encerraba el máximo de objetivos revolucionarios y económicos que en aquel entonces se podía plantear, por el nivel político de las masas y la correlación nacional e internacional de fuerzas”.
LAS IDEAS Y EL FUTURO
El Moncada demostró el valor de las ideas justas para desatar el caudal creador de un pueblo que, con el decursar de los años, se ha curtido en innumerables batallas y adversidades.
Abundante y generosa sangre se sumó a la derramada el 26 de julio para continuar el camino abierto por la Generación del Centenario de José Martí, autor intelectual de la heroica gesta.
Ni el terrorismo contrarrevolucionario, aupado desde las altas esferas de Washington, que enfrentó en suelo cubano la bochornosa primera derrota de una invasión mercenaria armada, financiada y entrenada por Estados Unidos, y ni siquiera los planes subversivos que derivaron en la Crisis de Octubre, pudieron doblegar la voluntad mayoritaria de la nación que puso fin al dominio del “Norte revuelto y brutal” sobre los pueblos de nuestra América.
La experiencia de aprender a convertir los reveses en victoria, desde el Moncada hasta nuestros días, ha permitido a los cubanos resistir el bloqueo económico, comercial y financiero más largo de la historia moderna, incólume durante cinco décadas a pesar del creciente rechazo internacional. Al daño del primero se suman las continuas campañas manipuladoras y los intentos renovados para subvertir el orden interno con el empleo de agentes financiados por la potencia imperial.
El recientemente fallecido comandante sandinista Tomas Borge consideraba como una Estrella polar para los movimientos revolucionarios del continente la hazaña imperecedera del pueblo de Cuba, a pesar de los avatares y obstáculos que la historia colocó delante de la mayor de las Antillas.
Apenas alcanzaban entonces los primeros años de vida las nuevas generaciones de conductores revolucionarios que se inspirarían años después en aquel ejemplo para encabezar la lucha de sus pueblos por la recuperación de sus riquezas nacionales, el desarrollo con justicia social y la integración regional.
El pueblo que hizo la Revolución ideada por José Martí, como se prometió en La Historia me absolverá, continúa brindando su apoyo moral y humano a los que luchan por construir un mundo diferente, “con todos y para el bien de todos”, como la Republica que ansiaba para Cuba el genial político y pensador del siglo XIX.
En el criterio de científicos y politólogos, los retos actuales son más difíciles que los de antaño, cuando primaban la audacia y voluntad de los luchadores sociales, y las fuerzas de la reacción no estaban advertidas de las grandes eclosiones que sobrevendrían en la nueva centuria. Era aquel un mundo menos interconectado y no se había revelado tan incierto el futuro del planeta, amenazado en esta época con el agotamiento de sus riquezas, el enrarecimiento del medio ambiente, la crisis general de valores y la propia extinción de la especie humana.
Acostumbrado a batallar, el pueblo cubano no cesa de prepararse para enfrentar los desafíos actuales y futuros.
Como lo reconocen amigos y adversarios, tiene a su favor las trazas de lo que ha hecho la Revolución en más de cinco décadas de labor interrumpida:
Vive y se educa en un sistema político que sustenta e incrementa los principios de participación popular, es dueño de sus riquezas principales, la eficacia de su gestión económica podría enriquecer el ya ventajoso modelo social que abarca a la mayoría absoluta de cubanos, y se arma de conocimientos universales para desenvolverse con eficiencia en el mundo de la ciencia, la técnica y la información.
Está dirigido, además, por un Partido marxista, leninista y martiano, de probada vocación revolucionaria, que toma de las masas su savia para renovarse y marchar con las exigencias de las nuevas generaciones, y cuya “fortaleza y misión principal es la de unir a todos los patriotas y sumarlos a los intereses supremos de construir el socialismo, preservar las conquistas de la Revolución y continuar luchando por nuestros sueños de justicia para Cuba y la humanidad toda”.
No olvida tampoco que, como en el Moncada y en los difíciles años de resistencia, las trincheras de ideas son el arma más valiosa con que cuentan las actuales y futuras generaciones para encarar los retos que tienen ante sí.
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