El 10 de octubre es una fecha sagrada para todos los cubanos, y está bien adentro del corazón de quienes han nacido en esta isla y la llevan consigo dondequiera que se encuentren.
Ese día de 1868, al sonido de las campanas del ingenio Demajagua, un hombre de 50 años, “el hombre del ímpetu”, como lo llamara José Martí, el abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo convocó por vez primera a los cubanos a luchar por su independencia y le dio la libertad a sus esclavos, llamándolos hermanos e incitándolos a sumarse a la causa libertaria.
Fue el primer día de la libertad de Cuba, el primer día de gloria en un país que vivía de rodillas, sojuzgado por el dominio colonial de España que la gobernaba, al decir del propio Céspedes, “con un brazo de hierro ensangrentado”.
No se podía seguir esperando más, ya el gobierno español tenía indicios de la conspiración y un telegrama llegado a Bayamo reclamaba tomar presos a los principales dirigentes del movimiento conspirativo en la región oriental; de ahí la decisión heroica de Céspedes de comenzar la contienda.
Resultó un acto de resolución patriótica extremo, pero necesario. Sus partidarios más cercanos acataron la orden, y según testigos presenciales, con el mayor general Bartolomé Masó, en Demajagua se reunieron más de 500 hombres dispuestos a dar la vida por la libertad de la Patria.
La lectura del Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la isla de Cuba, conocido como Manifiesto del 10 de Octubre, indicó el camino a seguir, y lo convirtió, de hecho, en el programa de la Guerra de los Diez Años, o Revolución del 68: “Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio”.
José Martí, quien estudió como nadie en su época lo sucedido ese 10 de octubre de 1868, así como los hechos posteriores que condujeron a la paz sin independencia del Pacto del Zanjón, escribió con apenas 16 años de edad un hermoso soneto que tituló precisamente 10 de Octubre, en el que poéticamente reflejó lo acontecido esa mañana luminosa.
No es un sueño, es verdad: grito de guerra
Lanza el cubano pueblo, enfurecido;
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra.
Del ancho Cauto a la Escambraica sierra,
Ruge el cañón, y al bélico estampido,
El bárbaro opresor, estremecido,
Gime, solloza, y tímido se aterra.
De su fuerza y heroica valentía
Tumbas los campos son, y su grandeza
Degrada y mancha horrible cobardía.
Gracias a Dios que ¡al fin con entereza
Rompe Cuba el dogal que la oprimía
Y altiva y libre yergue su cabeza!
Mientras, Fidel, el continuador en el siglo XX del sueño inconcluso de Céspedes y del propio Martí, al enjuiciar este hecho evaluó su trascendencia para la historia Patria, al afirmar en antológico discurso:
“¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de Octubre de 1868? ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha? Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868. Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes”.
Sin duda, el 10 de octubre de 1868 representó un hito en nuestra historia, un punto de inflexión que marcaría el derrotero de más de cien años de lucha.
Ahora, el nombre glorioso de Carlos Manuel de Céspedes lo veneramos todos. Para nosotros los cubanos es sencillamente el Padre de la Patria; el iniciador, “el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra”, como bien le llamara Martí en su semblanza dedicada al héroe.
Por eso, bien puede Carlos Manuel de Céspedes, “el hombre de mármol”, descansar en paz, pues el camino por él iniciado condujo finalmente a la independencia soñada, al precio de su sangre y la de otros muchos cubanos más que le continuaron atraídos por su ejemplo y convencidos de la justeza de su causa.
Hoy se cumplen 149 años de aquel histórico alzamiento y para mantener latiente esa llama vigorosa habrá en el cementerio Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba, un acto político y una ceremonia de inhumación de los restos de Céspedes y de Mariana Grajales, que permitirá que el Padre y la Madre de la Patria reciban en lo adelante de forma más expedita el tributo de nuestro pueblo y visitantes extranjeros, al ubicarse en el área patrimonial del cementerio.
De esta manera, bien cercanos uno del otro, como siempre simbólicamente lo han estado, podremos reverenciar a Carlos Manuel de Céspedes, Mariana Grajales, José Martí y al Comandante en Jefe Fidel Castro.
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