Catorce meses después de la famosa Protesta de Baraguá protagonizada por Antonio Maceo, ocurrió otra en Jarao, localidad de Sancti Spíritus.
Menos célebre que la escenificada por el Titán de Bronce, la de Hornos de Cal, como también se le conoce, perseguía el mismo objetivo que la Baraguá: protestar contra el Pacto del Zanjón y no aceptar una paz sin independencia.
Su protagonista fue el general santaclareño Ramón Leocadio Bonachea Hernández, quien muriera fusilado en el Morro de Santiago de Cuba, el 7 de marzo de 1885, luego de un malogrado intento por reanudar la contienda emancipadora.
Fue la Protesta de Jarao otro acto sublime, aunque estéril, de seguir luchando contra España tras diez años de agotadora contienda. Y aunque la vida del general Bonachea no sea tan conocida, y su protesta haya corrido similar suerte en nuestra historiografía, no por ello deja de ser un ejemplo de intransigencia revolucionaria y un retrato digno del hombre que la llevara a cabo.
Nació Bonachea en la ciudad de Santa Clara, el 9 de diciembre de 1845. Con 19 años, el 4 de noviembre de 1868, se sumó a las tropas de Ignacio Agramonte y fue uno de los 35 jinetes que participara en el rescate del brigadier Julio Sanguily.
Herido en la Batalla de las Guásimas, la más famosa de la Guerra de los Diez Años, pronto alcanzó altos grados en el Ejército Libertador, y sobresalió por su aguda inteligencia y coraje en el combate.
Bonachea no aceptó lo estipulado en el Zanjón y continuó la lucha. Ganó fama en la jurisdicción espirituana y se destacó en el cruce reiterado de la Trocha de Júcaro a Morón, poblado este último que tomara.
A principios de abril de 1879 sufrió un descalabro combativo. Y el 15, obligado por las circunstancias, firmó un acta en la que afirmaba que abandonaba las armas sin acogerse a pacto alguno. Esta fue la acción que pasó a la historia como la Protesta de Jarao.
He aquí las principales ideas expuestas por el jefe mambí: “…que cuando a principios del año próximo pasado tuvo conocimiento de las estipulaciones hechas en el Zanjón, no las aceptó por considerarlas perjudiciales para el país (…).
“En tal concepto e inspirado sólo por su amor a la patria, continuó luchando por la libertad e independencia de ella, arrostrando todos los peligros y dificultades consiguientes al aislamiento a que había quedado reducido después de verificadas las mencionadas estipulaciones (...)
“Declara en consecuencia, que sus intenciones son conforme a las explicaciones aquí contenidas, y que su resolución de dejar las armas y retirarse obedece solamente al deseo de no interrumpir la reconstrucción del país sin beneficio alguno para la causa de su independencia, bajo la inteligencia de que de ninguna manera ha capitulado con el gobierno español, ni con sus autoridades, ni agentes, ni se ha acogido al convenio celebrado en Zanjón, ni con éste se halla conforme bajo ningún concepto”.
Días después, Bonachea, junto a su esposa y sus dos pequeñas hijas, abandonaba Cuba hacia el exilio en Jamaica. Los hacendados trataron de entregarle unos 20 000 pesos, más 10 000 pesos puestos por los españoles. No tocó ni un centavo, pidiendo que fuera repartido entre sus hombres. Incluso, no partió hasta que el Gobernador General le entregó un comprobante de que no había recibido cantidad alguna.
Ascendido a general de división el 7 de julio de 1879, se involucró junto a Calixto García y otros jefes militares en los planes de la Guerra Chiquita. Su labor conspirativa resultó intensa. Cada uno de sus movimientos fue seguido por los espías españoles, que no le perdían pie ni pisada.
El 29 de noviembre de 1884, con 14 hombres partió de Jamaica hacia Cuba. Lamentablemente, el cónsul español en ese país sabía de sus gestiones y de inmediato informó de su salida.
El 2 de diciembre de 1884 llegó el general Ramón Leocadio Bonachea a Bélic, playa Las Coloradas, el lugar exacto por donde Fidel Castro desembarcaría 72 años más tarde. Para mayor coincidencia, incluso, el mismo día.
Capturado. Fue sometido a Consejo de Guerra y condenado a la pena de muerte por fusilamiento. El 6 de marzo de 1885 escribió su última carta, publicada 15 días después en el periódico independentista El Yara, de Cayo Hueso.
“Yo muero tranquilo, con respecto al pan que necesitan mi señora y mis cuatro niños. Amigos caros, no olviden mi última recomendación, no olviden a esos pedazos de mi corazón, que quedan a cargo de ustedes. (…) muero (…) con la resignación y el valor que debe morir todo hombre digno y mucho más por lo que es”.
Ese fue el hombre de Jarao, el hombre de Hornos de Cal, hoy patriota insigne de Villa Clara, declarado por la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana de la provincia que le viera nacer.
En Santa Clara un monumento lo recuerda. Mientras desde 1926 existe en Jarao un obelisco que rememora la histórica, aunque poco conocida, protesta.
José Martí al valorar el gesto de Bonachea escribió: “El hombre de Hornos de Cal no tiene igual entre los que protestan de la paz. Con menos recursos que Maceo, menos prestigio, menos ascendiente, persistió por más tiempo, en el gesto supremo y no arrojó nunca un ápice de sombra sobre aquella página que no cede ni ante la hazaña estupenda de Baraguá”.
Arturo Chang
15/4/17 13:00
En Villa Clara, y particularmente en Santa Clara, debieran nutrirse de este hechio y pensar bien lo que dijo José Martí al valorar el gesto de Bonachea:
"El hombre de Hornos de Cal no tiene igual entre los que protestan de la paz. Con menos recursos que Maceo, menos prestigio, menos ascendiente, persistió por más tiempo, en el gesto supremo y no arrojó nunca un ápice de sombra sobre aquella página que no cede ni ante la hazaña estupenda de Baraguá”.
Narciso
16/4/17 10:52
Chang coincido contigo. La Protesta del Jarao fue un hecho heróico tanto como de la Maceo en Baraguá. Acá en Santa Clara a Bonachea no se le conoce como debiera. Incluso el hiostoriador Rolando Rguez en una Mesa Redonda sobre Bonachea sugirió se le erigiera un monumento en el Parque Vidal.
Su casa natal debiera estar identificada y no lo está. Y aunque es el Patriota Insigne de Villa Clara, su natalacio y su muerte pasa desapercibido.
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