Ignacio Agramonte y Loynaz se había sumado el 11 de noviembre de 1868 al pequeño contingente de insurrectos camagüeyanos que acampaba en el ingenio El Oriente, a una veintena de kilómetros del poblado de Sibanicú. Todavía existen estructuras de viviendas y barracones de esclavos, cercas de piedras y restos de una de las mayores fábricas de azúcar del país, como un reto al paso de los años.
Al lugar, perteneciente entonces a la familia Luaces, llegó el joven patriota con una camisa roja con finas rayas negras, junto a su hermano Enrique y un criado de la familia, según refiere Mary Cruz en su libro El Mayor. Allí se encuentra con su primo Eduardo Agramonte Piña, al frente de uno de los pelotones que había organizado una semana antes en Las Clavellinas, y a los conocidos bisoños soldados Ángel Castillo y Enrique José Varona.
Todos habían respondido al llamado de Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua, el 10 de octubre. No podría ser otra la respuesta, teniendo en cuenta los antecedentes en movimientos libertarios que los distinguía, y son apuntados reiteradamente por la historiadora camagüeyana Elda Cento cuando refiere el alzamiento de Joaquín de Agüero en el año 1851, encabezado por la actual enseña nacional en San Francisco de Jucaral.
Antes de la fecha de su incorporación a las tropas insurgentes, el abogado de fuertes ideales revolucionarios había cumplido clandestinamente otras misiones organizativas de la Junta Revolucionaria, como la recolección de armas en la Villa de Santa María de Puerto del Príncipe, reforzada con tropas españolas. El historiador camagüeyano Ricardo Muñoz Gutiérrez señala que uno de sus iniciales servicios político y militar fue un recorrido por el sur del territorio, encargado por Salvador Cisneros para lograr la alianza de media docena de alzados contra la corona española.
El bautismo de fuego de Agramonte fue el 28 de noviembre de 1968 cuando forma parte del contingente de jóvenes patriotas que protagonizaron la emboscada a un tren que provenía de Puerto Príncipe hacia Nuevitas con ochocientos soldados españoles y artillería, comandados por el Conde de Valmaseda, en Ceja de Bonilla, en Minas. La táctica de guerrillas empleada en la primera acción armada tuvo su éxito a pesar de la falta de municiones, pues el enemigo dejó el tren abandonado y se retiró.
El marqués de Santa Lucía, Salvador Cisneros Betancourt, describe los acontecimientos: En el punto avanzado y de mayor peligro “se portó Ignacio muy valiente y bien; en un principio rechazó a más de media docena de soldados que intentaron llegar hasta él, mas habiendo sido herido levemente, su primo y concuño Eduardo, muy al principio de la acción, dejó el campo para acompañarle y llevarle”.
En aquel día Ignacio vestía una camisa roja listada de negro “la que hubo de desechar por la insistencia del enemigo en el envío de sus balas al jefe que la llevaba y que por fortuna en aquella ocasión no lo alcanzaron”. ¿Estaba preparado para la lucha? Cualquier afirmación sería especular en temas históricos, pero hay que tener en cuenta que durante sus estudios en Barcelona —apunta Mary Cruz, una de sus biógrafas— el adolescente había presenciado realidades en una de las ciudades más progresistas de España, y por tal razón, ya en Cuba, sus puntos de vistas coincidían más con aquella mayoría de residentes en la isla que se consideraba diferente al “español”.
Sin dudas fue un genio militar, y una muestra es la organización de una disciplinada caballería que causaba pavor con sus cargas sobre las fuerzas ibéricas. Al respecto escribiría Martí: “…sin más ciencia militar que el genio, organiza la caballería, rehace el Camagüey deshecho, mantiene en los bosques talleres de guerra, combina y dirige ataques victoriosos…”.
Este patriota camagüeyano también sobresalió por sus dotes políticas en el enfrentamiento a Napoleón Arango y la propuesta de la metrópoli que consistía en la sumisión de los rebeldes a cambio de supuestas reformas políticas; y la decisiva participación en la Primera Constitución de la República en Armas (Guáimaro, 10 de abril de 1869).
A partir del combate de Bonilla, a la edad de 27 años, Agramonte inició su ascenso militar en más de un centenar de combates que lo llevó a ostentar el grado de Mayor General del Ejército Libertador y ser uno de los principales líderes de la Guerra de los Diez Años. “El Mayor, como lo conocía su tropa, cayó en combate el quinto año de la guerra independentista, víctima de su patriótica osadía, cuando el 11 de mayo de 1873 organizaba el combate a una columna de soldados españoles en los potreros de Jimaguayú, al sur de la ciudad de Camagüey.
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