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domingo, 17 de noviembre de 2024

Cuba: el turismo en los tiempos del deshielo

Los viajes a Cuba para actividades turísticas todavía permanecen prohibidos por estatuto para los ciudadanos estadounidenses...

Enrique Manuel Milanés León en Exclusivo 27/09/2016
1 comentarios

Tan macondiana resulta a veces la política de Estados Unidos hacia Cuba que puede ocurrir que un día llegue a La Habana un hermosísimo crucero lleno de gente, ¡sin un solo turista a bordo! Sucedió el 2 de mayo último, día en que, después de décadas sin que una nave norteamericana de ese tipo besara nuestras costas, arribó el Adonia con 700 viajeros que, por «papeles» al menos, parecían venir a una reunión.

El buque insignia de la naviera Fathom, adscrita a la poderosa firma de cruceros Carnival, trajo en el viaje de reconciliación comercial —que hubiera sido aun más histórico si trasladara turistas— a unas 700 personas formalmente «enroladas» en programas de intercambio pueblo a pueblo, periodistas y ejecutivos de la compañía.  

Las cartas de navegación del barco enlazaban, ¡por fin!, a Miami con La Habana, Cienfuegos y Santiago de Cuba, bajo el amparo de intercambios que, en lugar de regularse por ley, debían ser —como siempre fomentamos los cubanos— fruto del acercamiento espontáneo de la gente. Aunque representa una grieta en el vigente muro del bloqueo, el «pueblo a pueblo» establecido por la Casa Blanca es una de las 12 categorías a las que son limitados los estadounidenses que aspiran a licencias para poder venir a la Isla.

La página oficial de la Embajada de Estados Unidos en La Habana lo aclara muy bien: «Los viajes a Cuba para actividades turísticas todavía permanecen prohibidos por estatuto». Por estrambótico —recordemos las extrañas incidencias de Macondo— que pudiera parecer a un canadiense que toma el sol frente al mar de Cayo Coco, sus vecinos norteamericanos necesitan la aprobación del Departamento del Tesoro para comprar algo en Cuba, el único país vedado por Ley a los turistas estadounidenses.

No obstante, vienen. En 2015 llegaron a Cuba 161 233 de ellos, lo que representó un crecimiento del 76 por ciento en relación con 2014. En lo que va de año, 94 000 norteamericanos han visitado el país que —a tenor con las doctrinas de dominación de Washington— ha sido lo mismo «fruta madura» que «manzana prohibida».

Así como vienen turistas estadounidenses, nuestra industria del ocio, que ocupa el segundo lugar en el aporte de divisas frescas al país, continúa elevando «chimeneas». En 2015 Cuba alcanzó por primera vez la visita de 3 800 000 extranjeros, casi la mitad de los cuales repetían la aventura. 

Con el liderazgo de Canadá, los países más emisores fueron Alemania, Reino Unido, Italia, Es­paña, Francia, México, Venezuela, Ar­gentina… y Estados Unidos.

La Isla tiene más de 65 000 habitaciones hoteleras —casi el 70 por ciento de cuatro y cinco estrellas—, a las que se suman más de 16 000 inmuebles de arrendamiento en esas instalaciones especiales, muy buscadas por los turistas, que son las casas de los cubanos. Y si los hoteles ofrecen una alta cocina, los platos que brindan los alrededor de 1 700 restaurantes privados no quedan a la zaga.

¿Para lo que viene, para cuantos vengan…? El programa de desarrollo prevé que hasta el 2030 se dispongan otras 108 000 nuevas habitaciones, casi un tercio de ellas facturadas con capital extranjero interesado en firmar convenios.

Esto es solo parte de lo que Estados Unidos —cuyas compañías, más «rápidas» que el Gobierno, comienzan a reaccionar— se ha perdido al apostar por el bloqueo: en el paisaje turístico nacional operan 27 empresas mixtas en 15 instalaciones, mientras 17 grupos hoteleros extranjeros disponen de 76 contratos de administración y comercialización.

La reciente Feria Internacional de Turismo, FITCuba 2016, la más concurrida hasta la fecha con más de 5 000 delegados de 59 países, permitió conocer que el país prevé 127 nuevos proyectos, 25 para la construcción de hoteles, 97 bajo la modalidad de administración hotelera, con o sin financiamiento externo, y cinco de gestión de marinas.

Hay cosas que nadie tiene que venir a construirnos: la hospitalidad, la seguridad, la variedad cultural —diez sitios incluidos en la lista de Patrimonio de la Unesco— y el brillo interior de la Isla y de su gente corren a cuenta de los cubanos. Ese es el atractivo cinco estrellas de la Isla Grande del Caribe.

Ciertos filones no se pueden desconocer: la aprobación del Departamento de Transporte de Estados Unidos para que varias aerolíneas de ese país sumen 110 vuelos diarios a la Isla, con el colateral beneficio a 10 aeropuertos internacionales cubanos, la concesión del habanero aeropuerto José Martí a las compañías francesas Bouygues y Aeropuertos de París y el anuncio de que otras terminales aéreas serán operadas por avaladas compañías extranjeras,  multiplicarán los hilos de comunicación entre la bien llamada «llave del Golfo» y los ciudadanos de todo el mundo que deseen conocerla a fondo.

Plantada cual flor colorida en el azul del Caribe, que es el centro del principal mercado de cruceros del mundo, Cuba también se abre a esta modalidad para conectarse y conectar, no con espíritu de competencia sino de complementación, con la madeja de islas preciosas de la región.  

Es otro espíritu de turismo, que busca ganancias pero privilegia los afectos. A tal punto esta tierra conquista que el propio secretario general de la Organización Mundial de Turismo, Taleb Rifai, confesó que «la próxima vez que venga llegaré a Cuba como turista y con mis cinco hijos, a disfrutar de una isla fascinante».

Eso es lo que encuentran aquí, fascinados, los turistas norteamericanos que, burlando o desafiando un bloqueo absurdo, brincan el estrecho de La Florida. Nadie sabe exactamente cuántos pudieran venir cuando el sinsentido sea derrotado, aunque todos coinciden en que serán varios millones al año.

Sería hermoso que, cuando el Congreso y la Casa Blanca dejen atrás la política de Macondo, muchos niños norteamericanos recuerden el día en que sus padres les traigan a Cuba a conocer las hermosas historias del deshielo.


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Enrique Manuel Milanés León

Con un cuarto de siglo en el «negocio», zapateando la provincia, llegando a la capital, mirando el mundo desde una hendija… he aprendido que cada vez sé menos porque cada vez (me) pregunto más. En medio de desgarraduras y dilemas, el periodismo nos plantea una suerte de ufología: la verdad está ahí afuera y hay que salir a buscarla.

Se han publicado 1 comentarios


I Glez
 6/10/16 14:06

Tur-ismo, Imperial-ismo, las dos palabras terminan en iguales  fonemas pero signfican cosas tan diametralmente opuesto a la hermandad, la amistad, el disfrute y regocijo de conocer a otra sociedad distintas en sus esencias.

 

Nada q como tenemos aun q aprender español para comprender a los americanos del norte, cada dia pongo mi mayor esfuerzo en ello.

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